“La diamantina rosa es un arma cargada de futuro”, dijo la filósofa Sayak Valencia parafraseando a Gabriel Celaya y su: “la poesía es un arma cargada de futuro”, refiriéndose, claro, a esa tan diversa y creciente ola de mujeres, la mayoría de ellas muy jóvenes, que han tomado las calles para denunciar la violencia impune contra niñas, adolescentes y mujeres. “Sigamos tomando la calle.
No es un acto fortuito salir a la calle. Para que no se desinfle el
movimiento, que la gente más joven se dé cuenta de la potencia del
cuerpo”. Es fascinante Sayak, no sólo en su inteligencia, hay en ella
una brillante humildad. Una manera –tan modesta– de estar a la escucha.
Como quien llega a todos lados a aprender. Y, tal vez por esa
sensibilidad y esa “escucha flotante” en la que se mantiene, es –sin que
sea su pretensión– una gran maestra.
“Esa imagen que se vuelve política y se vuelve potente. La captura de un polvo rosa que vibra”, las frases que subrayan la irrupción de la diamantina: “Juntas brillamos más”, como llamado al apoyo mutuo, a la construcción de sororidades. “Si no puedo brillar, no es mi revolución”, en homenaje a aquella frase de Emma Goldman: “Si no puedo bailar, no es mi revolución”.
Después de esa noche del viernes, la de la Glorieta de Insurgentes, la
de los vidrios rotos. La de la escritura sobre las superficies del
Monumento a la Victoria Alada: “Hubo –nos dice Sayak– 20 feminicidios en
4 días”. Mientras se hablaba sin parar de “vandalismo”. El escándalo de
la escritura en la superficie de los monumentos. “La violencia es masculina, la rabia es masculina. A una mujer la violencia no le está permitida. Se puede dejar matar, eso sí”.
En este “Encuentro con Sayak Valencia. Más allá de la censura, por una imaginación política transfeminista que escape a las ortopedias críticas y paternalistas”, organizado el sábado pasado por L’École Lacanienne de Psychanalyse, Muca–Roma y la Casa del libro de la UNAM, la acompañaron las psicoanalistas Susana Bercovich y Jessica Bekerman. “El rosa de la diamantina
es un dispositivo de memoria, como el pañuelo en las resistencias
argentinas”. Los pañuelos verdes “traen dentro” los pañales de las
madres de la Plaza de Mayo buscando a sus hijas/os desaparecidas/os. El rosa nos remite a las cruces rosas que denunciaron y denuncian los feminicidios en Ciudad Juárez. Los feminicidios en todo el país.
“¿Por qué las imágenes de mujeres
tiradas en un acampado no les causa a todos daño? ¿Por qué no les causa
el daño que me causa a mí?” Nos habla entonces de esa “especie de
anestesia”, del “secuestro del sentido de las imágenes propio al
neoliberalismo”. Pasamos la página. La vida –por el momento– sigue. ¿Qué
función cumplen esas fotografías de cuerpos arrojados en el campo, en
la cuneta de una carretera?
“La desprogramación del sentido de la
empatía a través de las imágenes. La persona descuartizada no tiene
nada, ni siquiera derecho sobre su imagen”. Como si la realidad perdiera
sentido. Ese cuerpo ya no es cuerpo. Lo miramos. Ese cuerpo arrojado a
mitad del camino como material de desecho. “¿Qué andaría haciendo? Por
algo le sucedió”. Y, protegerse en ese bunker emocional: “a mí no me
puede suceder, a mí no”. ¿Cómo nos “acostumbramos” a ver sin ver, a
saber, viviendo como quien nada sabe? “El régimen light. Esas campañas
para prevenir la violencia en donde se escribe: ‘No golpees’, junto a la foto de una mujer golpeada. Eso es revictimizar. La didáctica de la contradicción. Normalizan a mujeres en ese estado”.
“Del fascinante fascismo a la fascinante violencia. Porque los nazis perdieron la guerra, pero el fascismo ganó el mundo”. “Erótica Gore y transfeminismo. Una consideración feminista sobre la violencia contemporánea”, es el más reciente libro de Sayak, que se presentó ese mismo día por la tarde en el MUCA–Roma
en diálogo con la exposición de la artista Minerva Ayón: “Amor en
reversa: el cuerpo utópico”. “Hice la reproducción de los figurines de
diosas que se han encontrado desde la Venus de Willendorf, y las
incrusté en colchonetas que simulan las capas de la Tierra; encima de
esto, mi versión de pirámides, que tiene que ver con una ofrenda
fúnebre”, dijo Minerva en entrevista con La Gaceta de la UNAM.
“Decimos
que en México no somos racistas porque ‘no hay negros’. El racismo es
una tecnología de blanqueamiento mental”. Sayak habla igual de rápido
como piensa. Su discurso es, sin embargo, tan exacto y tan certero que
nos permite seguirla a esas velocidades de tren bala en las que viaja.
Se declara de “la izquierda transfeminista” y cita a la escritora y
feminista chicana Gloria Anzaldúa y su llamado a “hablar en lenguas”.
“La lucha de la mayoría de nosotras es por la libertad de nuestros
cuerpos”. Por un feminismo decolonial. Por un feminismo interseccional.
Las voces de “las mujeres subalternas”.
“El
sinónimo de paz no es sumisión”. Sayak llama a una “conversación
intergeneracional”. A una suma. Ahora –dice– las redes nos convocan,
antes, cuando las redes no existían, las feministas (también) ponían el
cuerpo en las calles. “Tenemos –nos advierte– que
luchar contra “el secuestro del sentido del concepto que lo lleva a
reducir su significado a una sola cosa”. Estar atentas/os al pensamiento
dicotómicamente binario que nos dificulta la aprehensión de la
diversidad de significados y de matices. Repensar el concepto de
“acoso”, el de “víctima”. “Por un lado se dice que nada es acoso, por el
otro, que todo lo es, un planteamiento sin matices”. “O eres víctima o
no eres víctima. No, soy también un montón de otras cosas”. El llamado
es al diálogo: “Es muy potente estar en una asamblea con gente que no
piensa igual que yo, pero que está abierta al diálogo.
Consenso
no significa armonía total”. Es esta comprensión de las alteridades, lo
que más admiro en Sayak, lo que quise describir un poco con su “escucha
flotante”.
“No podemos quedarnos sólo en la defensa de los
derechos humanos, significa que ya estamos pensando en términos de
sobrevivencia. Hay muchos derechos por lo que no podemos dejar de
luchar”. Cierro con la imagen que llevó a Sayak a abandonar la tesis en
la que trabajaba para escribir su primer libro: “Capitalismo Gore”.
Conversaba con su hermana –juntas en el carro– cuando de golpe, del
carro que iba adelante cayó un “bulto” y era un torso humano. Su hermana
dijo “This is Tijuana”. Así se llama el poema de Sayak. La suave–feroz filósofa de las fronteras. Las fronteras que sangran. Las que construyen esperanza.
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