John M. Ackerman
La llegada de Laura Rojas
y Mónica Fernández a las presidencias de la Cámara de Diputados y el
Senado implica un retroceso en materia democrática. Si bien se cumplen
con los importantes principios de no relección y paridad de género en
ambos recintos parlamentarios, en el fondo estos relevos obstaculizan la
consolidación de la nueva hegemonía democrática que requiere la nación.
México no ha alcanzado aún una situación de normalidad democrática.
Lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no termina de nacer. El ascenso a
la presidencia de la Cámara de Diputados de una representante de la
derecha más retrógrada del país, censora, autoritaria y golpista, le
otorga una importante plataforma institucional desde donde articular las
estrategias de
golpe blandoen contra del gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Es falso que Rojas no tendrá poder en su nuevo cargo. La presidenta
de la Cámara de Diputados funge como su representante legal y tiene la
responsabilidad de conducir las sesiones, garantizar la seguridad del
recinto y llevar las relaciones con los otros poderes.Desde su posición,
Rojas podría sabotear los trabajos del Congreso o incluso encabezar un
intento de destitución de López Obrador, al estilo de la
autoproclamación de Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional de
Venezuela, a quien Rojas dice admirar y apoyar.
Quienes defienden la llegada de Rojas a la presidencia de la Cámara
de Diputados dicen que la ley ordena la rotación en este cargo y
celebran el supuesto espíritu democrático de abrir espacios
institucionales a la oposición.
Pero, ¿por qué debe la nueva mayoría democrática del Congreso de la
Unión seguir las reglas escritas por el viejo régimen autoritario?
La avalancha electoral del 1º de julio de 2018 no fue para que todo
siguiera igual sino para que se cambiaran las coordenadas del poder
político. La rotación en la Presidencia de la Cámara fue un logro de la
oposición democrática con lo cual se garantizaba un mínimo espacio de
poder institucional frente al control absoluto que ejercía el PRIAN en el Congreso.
Pero hoy que las fuerzas democráticas son la mayoría no existe razón
para ceder lugares claves de la Cámara de Diputados a la oposición
golpista. La fracción parlamentaria de Morena tendría que utilizar su
mayoría ganada legítimamente en las urnas para modificar la Ley Orgánica
del Congreso con el fin de permitir que un miembro de su partido ocupe
la Presidencia durante los tres años de la actual legislatura.
En el Senado el tema es distinto. Allí Morena sí logró mantener el
control sobre la presidencia del recinto. Sin embargo, lo hizo de una
manera que permitió la consolidación de un caciquismo interno sumamente
nocivo. Ricardo Monreal primero manipuló el proceso de votación con
respecto a la permanencia de Martí Batres como presidente del Senado y
después desacató y retó públicamente a la Comisión de Honor y Justicia
de Morena, encabezada por Héctor Díaz Polanco, que había ordenado la
reposición del procedimiento electoral.
El respaldo de 44 de los 59 miembros de la bancada de Morena a estas
artimañas propias del viejo régimen evidenció la enorme debilidad
institucional del nuevo partido gobernante.La ausencia de contrapesos al
poder de Monreal genera un caldo de cultivo para la reproducción de las
peores prácticas autoritarias. La
unidadse debe construir a partir del debate, la discusión y el respeto a la pluralidad, no la imposición de una sola visión.
No se trata de defender a ultranza a Batres o a Porfirio Muñoz Ledo, o
de atacar a Rojas o a Fernández de manera personal, sino de ejercer una
crítica estructural sobre lo que implican los más recientes relevos en
ambos recintos legislativos. Tampoco se cuestionan los importantes
principios de equidad de género y de no relección, sino la manera en que
se utilizaron estos principios para lograr otros fines.
Había otras formas para garantizar la rotación de cargos y la
presencia de las mujeres. Imaginemos, sólo para dar un ejemplo, que las
nuevas presidentas del Senado y la Cámara de Diputados fueran más bien
Jesusa Rodríguez y Tatiana Clouthier, dos mujeres sumamente preparadas
que podrían utilizar estas posiciones para empujar con fuerza el
proyecto de la Cuarta Transformación.Tanto el caciquismo de Monreal como
la ingenuidad de Mario Delgado no permitieron que se pudiera
desarrollar un escenario de este tipo.
Ambos líderes de bancada prefirieron seguir las viejas y conocidas
rutas de negociación política en lugar de arriesgarse a algo nuevo y
transformador. Pero en momentos tan álgidos como el que hoy está
viviendo la nación, la inercia implica retroceso. La Cuarta
Transformación debe avanzar a pasos agigantados o se quedará atrapada en
el pantano del pasado.
Twitter: @JohnMAckerman
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