Andrea D’Atri
¿Cuál es el fondo de la cuestión?
Para quienes nos referenciamos en el marxismo, la prostitución es una
institución social que surge como contrapartida a la aparición de la
familia basada en el matrimonio monógamo; junto con el surgimiento de la
propiedad privada y el Estado.
Luchamos por la abolición del Estado, de la propiedad privada, de la
familia que se basa en el control patriarcal de la capacidad
reproductiva y la sexualidad de las mujeres, de su trabajo doméstico
gratuito y la reproducción de las relaciones sociales de dominación
sobre mujeres, hijos e hijas. También, por la abolición de la
prostitución.
Pero así como sabemos que el Estado capitalista no puede abolirse por
una ley ni un decreto que salga de sus propias entrañas, si no es por
la lucha revolucionaria de la clase trabajadora que conquiste el poder
para las mayorías y avance en establecer un Estado transicional hacia el
socialismo, donde finalmente sean abolidas las clases sociales; de la
misma manera, consideramos que no puede abolirse por decreto la opresión
de las mujeres y, entonces, la prostitución.
No hay Estado capitalista sin explotación del trabajo asalariado, sin
opresión de las mujeres (como también de otros sectores sociales) y sin
prostitución. Como decía el marxista Bebel sobre la prostitución, en el
siglo XIX, “algunos de los que se ocupan de esta cuestión empiezan a
darse cuenta de que la triste situación social bajo la que sufren
numerosas mujeres pudiera ser la causa principal de que tantas de ellas
vendan su cuerpo; pero este pensamiento no avanza hasta la consecuencia
de que, por consiguiente, es necesario crear otras condiciones
sociales”. Para nosotras, es necesario crear otras condiciones sociales. Y es la lucha que abrazamos.
¡Pero la prostitución actual no es como la de la Antigua Grecia!
La prostitución alcanzó una dimensión inusitada durante las últimas
décadas, en las que el neoliberalismo transformó la explotación sexual
en una industria de enormes proporciones y que genera ingentes ganancias
para los proxenetas. Esta apreciación la compartimos con la mayoría de las compañeras que se definen abolicionistas.
Ese negocio ilegal y enormemente rentable para los explotadores tiene dos consecuencias. Por un lado, el monstruoso
crecimiento de las redes de trata que secuestran niñas, jóvenes y
adultas o las engañan con promesas de trabajo, matrimonios, etc., para
ser explotadas sexualmente sin su consentimiento, privadas de su
libertad, después de ser violentadas de múltiples maneras. Ante
este flagelo, denunciamos y combatimos las redes de trata que actúan
con la complicidad, la participación directa y/o la impunidad de
funcionarios políticos, judiciales y fuerzas represivas del Estado.
Por otro lado, la cínica posición de la Organización
Internacional del Trabajo y distintos Estados, que impulsan la
sindicalización de las mujeres en situación de prostitución, más
preocupados por “blanquear” el negocio de los proxenetas y los ingresos
que aportarían a los Estados en materia de impuestos a las ganancias con
sus “empresas” reglamentadas, que por las condiciones de vida de las
personas prostituidas.
Esta situación actual, reconfiguró viejos debates del siglo XIX,
entre “regulacionistas” y “abolicionistas”. Mientras el regulacionismo
“propone que el Estado legalice la prostitución y, por lo tanto, se
reglamente la instalación de prostíbulos, las formas de explotación de
las mujeres, los controles sanitarios” (1); el “abolicionismo” considera
a la prostitución como una forma de violencia contra las mujeres,
combate el proxenetismo y considera que podría desterrarse con campañas
educativas contra el consumo de prostitución, la penalización de los
clientes o la prohibición legal de su ejercicio. Lo único que sostienen
en común es la expectativa en que sea el mismo Estado que
legitima y reproduce la milenaria opresión de las mujeres, el
responsable de ya sea regular la vida de las personas en situación de
prostitución o, por el contrario, de abolir esta institución social
propia de la sociedad de clases.
También existen posiciones más extremas promovidas por el
postfeminismo, acerca del supuesto “empoderamiento” que la prostitución
permitiría a las mujeres sobre su propia sexualidad. Pero cuando el
crecimiento de las redes de trata y del proxenetismo configuran casi
como una excepción la “prostitución consentida” de personas que no
encuentran otra salida para la subsistencia cotidiana; la prostitución
supuestamente elegida como un ejercicio de libertad sexual está reducida
a una ínfima minoría de personas, que probablemente no atraviesan las
situaciones de desesperación, violencia, hambre, miseria, violaciones y
persecución policial que debe soportar la mayoría.
Un programa transicional para la abolición de la explotación sexual
Ya escribimos en otra oportunidad que “lejos de todo moralismo, el
marxismo reconoce que la prostitución es inseparable de las sociedades
de clase y, por lo tanto, es inseparable del capitalismo. Pero reconocer
que sólo acabando con todas las formas de explotación y opresión,
podremos acabar con la prostitución, no es razón para no defender los
derechos de las personas en esta situación –entre quienes las mujeres
son mayoría absoluta–, a su autoorganización, exenta de la injerencia de
proxenetas (sean fiolos o empresarios) y del Estado (sea regulacionista
o punitivo).”(2)
No somos regulacionistas, pero acompañamos y promovemos la
lucha por exigir al Estado capitalista y sus gobiernos la garantía de un
trabajo para todas las personas en situación de prostitución que
quieran abandonarla, con un salario que cubra la canasta familiar,
acceso a la salud, la educación, la vivienda. Al mismo tiempo
que combatimos la estigmatización, la persecución y marginación social
de las personas en situación de prostitución, denunciando
principalmente la represión policial, la complicidad de las fuerzas
represivas del Estado, sus funcionarios políticos, la justicia y
poderosos empresarios en el funcionamiento y la impunidad con la que
operan las redes de trata.
Podríamos sostener que somos abolicionistas “en última instancia”.
Porque consideramos utópico que el mismo Estado capitalista que no sólo
se sostiene en la explotación del trabajo asalariado de millones de
seres humanos, sino también en la explotación del trabajo doméstico no
remunerado, en la opresión de las personas por razones de género, sexo,
nacionalidad, etnia y en el entramado mafioso de los regímenes políticos
con los grandes “negocios” clandestinos, incluyendo la prostitución,
pueda ser quien “resuelva” la abolición de esta institución milenaria
creada por las sociedades clasistas, mediante el aumento de su poder
punitivo.
Por eso, mientras enfrentamos la persecución de las personas en
situación de prostitución, su explotación en beneficio de terceros;
mientras exigimos al Estado el derecho a la satisfacción de todas las
necesidades (trabajo asalariado, vivienda, educación, salud, etc.) y
mientras defendemos su derecho a la autoorganización, luchamos con la
perspectiva de una sociedad donde la explotación de las personas y todas
las formas de opresión que hoy nos aprisionan, sean un mal recuerdo de
la “prehistoria” humana.
(1) Andrea D’Atri, Pecados & Capitales, revista Ideas de Izquierda, Nº7, marzo 2014
(2) ídem.
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