Editorial La Jornada
El comisionado
interino de la Agencia Federal de Aduanas y Patrulla Fronteriza (CBP) de
Estados Unidos, Mark Morgan, dijo ayer que aunque México ha dado
pasos sin precedenteen materia de control migratorio, el gobierno de Donald Trump
necesita que haga máspara reducir el flujo de personas que intentan llegar a territorio estadunidense a través de nuestro país.
El funcionario reconoció que en la frontera común las detenciones de
migrantes realizadas por efectivos de la nación vecina han disminuido,
de casi 133 mil en mayo, a poco más de 50 mil en agosto, a raíz del
acuerdo bilateral por el que el gobierno nacional se comprometió a dar
pleno cumplimiento a la Ley de Migración, y el estadunidense, a no
imponer aranceles a las exportaciones mexicanas; sin embargo, porfió en
demandar que México acepte declararse
tercer país seguro; esto es, que acepte dar refugio a todos aquellos individuos que lo soliciten en Estados Unidos y sean rechazados.
Ayer mismo, el canciller Marcelo Ebrard reiteró, en una respuesta
directa a Morgan, divulgada por Twitter, que por orden del presidente
Andrés Manuel López Obrador no habrá concesiones en este sentido, y esa
postura cuenta con el consenso de todas las fuerzas políticas en el
Senado de la República.
Es claro que en los 90 días transcurridos desde la firma de ese
convenio, las autoridades nacionales han hecho su parte, e ir más allá
no sólo significaría una claudicación en materia de soberanía, sino que
implicaría también crear condiciones para la comisión de violaciones
consuetudinarias a los derechos humanos de las personas migrantes.
No deja dudas a este respecto la advertencia formulada ayer mismo por
la alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos,
Michelle Bachelet, quien manifestó su preocupación por las políticas
adoptadas por Estados Unidos, México y Centroamérica para contener el
flujo migratorio, debido a que incrementan el riesgo de quebrantar las
garantías individuales de los viajeros.
Ha de considerarse, por otra parte, que las presiones de la Casa
Blanca sobre el gobierno de López Obrador en esta materia son, en buena
medida, parte de un intento propagandístico con propósitos electoreros
de presentar el fenómeno migratorio como una crisis de seguridad
nacional y que Trump necesita ostentarse ante la opinión pública de su
país como un sujeto capaz de imponer decisiones a otros gobiernos.
En junio pasado fue posible encontrar, sin violentar las leyes nacionales, un acuerdo en el límite de lo aceptable.
No obstante, si el magnate neoyorquino pretende llevar más lejos esa
representación, hasta el punto de dictar nuestra política migratoria y
de forzar a nuestras autoridades a atropellar su propio marco legal, no
hay otra respuesta posible que el rechazo a tales pretensiones, no sólo,
como se ha dicho, por un elemental principio de soberanía, sino también
para evitar que las autoridades mexicanas acepten incurrir en prácticas
contrarias a los derechos humanos.
En este punto todas las fuerzas políticas, todos los sectores
económicos y todas las organizaciones sociales del país deben repudiar
en forma inequívoca las exigencias adicionales de Washington.
Como pocas veces en el pasado reciente, la situación actual requiere de una expresión contundente de unidad nacional.
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