Carlos Fazio
En febrero, las mujeres
zapatistas anunciaron desde las montañas del sureste mexicano la
suspensión del segundo Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan,
previsto para marzo siguiente en sus territorios autonómicos. Una de las
razones esgrimidas fue que ante los
megaproyectos capitalistas de destrucciónde
los nuevos malos gobiernos(Tren Maya, plan para el Istmo de Tehuantepec, siembra de árboles para mercancía de maderas y frutas, minería, grandes empresas de alimentos) y la reactivación del ataque de los paramilitares, ya no podrían brindarles
seguridada las mujeres que asistirían de otras partes de México y del mundo. Afirmaron:
El capitalismo viene por todo y lo quiere no importa a qué costo.
Según el comunicado, los
capitalistasquieren
destruira los pueblos originarios y convertir sus tierras en mercancías, completando
lo que dejó pendiente el Carlos Salinas de Gortari que no pudo porque lo paramos con nuestro alzamiento. Implícitamente, la expresión
nuestro alzamientoremite a la insurrección campesino-indígena del 1º de enero de 1994 y al papel de la mujer en la organización político-militar que se dio a conocer como Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).
El lapso que va del levantamiento al presente marca una línea de continuidad que enlaza a las comandantas de
la época clandestina con las niñas que nacieron en los territorios
autonómicos bajo un cerco de aniquilamiento militar y paramilitar, y que
hoy son las protagonistas de la resistencia activa ante el renovado
embate del gran capital con sus depredadores megaproyectos
extractivistas y su guerra encubierta de despojo de territorios y bienes
naturales y por nuevos mercados y mano de obra semiesclavizada.
Desde entonces, también, la construcción discursiva de la desigualdad
de la mujer zapatista transitó de la triple marginación inicial basada
en la clase social (pobre), la etnia (indígena) y el género (mujer),
derivada del uso del poder en la sociedad (como dominación, represión,
exclusión y el prejuicio contra el Otro), a un empoderamiento que se ve reflejado en las condiciones de vida de la nueva generación de comandantas. Cabe anotar que cuando las zapatistas afirman que
su piel es del color de la tierra, se ve reflejado el respeto hacia algo inseparable de la cosmovisión indígena: la madre naturaleza.
A 25 años del levantamiento armado y de las Leyes Revolucionarias de
Mujeres de 1994 −que cuestionaban las bases del orden patriarcal en las
comunidades indígenas y reivindicaban un
nosotrosfemenino dentro de un ámbito
colectivoque incluía a los hombres−, el discurso de la victimización se ha desarrollado hacia la resistencia y el respeto. La participación de las zapatistas como milicianas, insurgentas y en tareas de comunicación −por ejemplo en la radio, como forma de romper el silencio−, ha producido un nuevo discurso contrahegemónico con eje en dos palabras clave: libertad y dignidad.
Así, cuando en su comunicado de febrero de 2019 dicen que les quieren
quitar sus tierras para que los turistas vengan a pasear y tengan sus
grandes hoteles y restaurantes; o para convertirlas en fincas
productoras de maderas preciosas, de frutas y de agua; o en minas para
sacar oro, plata, uranio y otros minerales, agregan: “Quieren que nos
convirtamos en sus peonas, en sus sirvientas, que vendamos nuestra
dignidad por unas monedas al mes. Porque esos capitalistas, y quienes
los obedecen en los nuevos malos gobiernos, piensan que lo que queremos
es paga. No pueden entender que nosotras queremos la libertad […] No
entienden que lo que ellos llaman ‘progreso’ es una mentira; ni siquiera
pueden cuidar la seguridad de sus mujeres, que siguen siendo golpeadas,
violadas y asesinadas en sus mundos progresistas o reaccionarios […] en
territorio zapatista no ha sido asesinada una sola mujer en muchos
años. Pero eso sí, dicen que nosotras somos las atrasadas, las
ignorantes, las poca cosa”.
Añaden que “tal vez no sabemos qué es el mejor feminismo, tal vez no
sabemos decir ‘cuerpa’ […] o qué es ‘equidad de género’, porque sólo
hablan de equidad de mujeres y hombres (y) sabemos que hay quienes no
son ni hombres ni mujeres y que nosotras llamamos otroas […] Lo
que sí sabemos es que luchamos por nuestra libertad y que nos toca
ahora luchar para defenderla […] no nos alzamos en armas para volver a
lo mismo. No llevamos 25 años resistiendo para pasar ahora a servirles a
los turistas, a los patrones, a los capataces […] Nuestra dignidad no
tiene precio […] Nosotras vamos a luchar con todas nuestras fuerzas
contra esos megaproyectos. Si conquistan estas tierras, será sobre la
sangre de nosotras las zapatistas […] Vamos a recibir luchando (a sus
paramilitares y sus guardias nacionales) y a ver si así aprenden lo que
son las mujeres zapatistas que no se venden, no se rinden y no
claudican”.
Tienen claro, también, que la urgencia, hoy, no es Reforma o
Revolución, sino, literalmente, la lucha por la vida; la supervivencia.
Es decir: resistencia y rebeldía. Por eso, desde diciembre último nació
La Caracola, una red de mujeres zapatistas para articular sus luchas
contra el patriarcado, el capitalismo y el colonialismo; entendido el
patriarcado como un sistema de dominación, depravación, devastación y
muerte, que dio origen al sistema capitalista.
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