OPINIÓN
Por: Lucía Melgar*
Las
recientes protestas feministas contra la violencia hacia las mujeres
han demostrado la necesidad de tomar medidas de fondo en todos los
ámbitos para garantizar una vida libre de violencia para todas. Muchas
de las manifestantes que tomaron las calles en agosto y en la marcha del
silencio del domingo 8, son jóvenes. Si bien en esta última la denuncia
principal fue contra el feminicidio y la desaparición, lo que las une
es la indignación ante las violencias machistas.
En este contexto, han salido a la luz graves casos de acoso y
persecución en universidades públicas, que deberían ser espacios seguros
para el desarrollo personal e intelectual y la libre discusión de las
ideas.
La magnitud del acoso en las universidades no puede medirse con
certeza. Lo evidente hoy es que menos estudiantes y académicas están
dispuestas a tolerar el acoso sexual y laboral. Por eso han denunciado
ante autoridades universitarias o gubernamentales o han recurrido a
medios, internet y formas de expresión artística, como los “tendedores”,
para dar a conocer sus casos.
Ante estas denuncias, la mayoría de las universidades han sido más o
menos omisas, optando por una política de simulación consistente en
hacer protocolos que no se cumplen, en derivar las denuncias a oficinas
que las archivan y en proteger a los agresores.
Así, pese a protocolos y unidades de igualdad de género, persisten
acoso y hostigamiento, a los que se añaden, en un backlash machista,
amenazas y agresiones directas contra las denunciantes y quienes las
apoyan. En una escalada inaudita en pleno siglo XXI, los agresores
descalifican también la teoría feminista y la perspectiva de género,
cuyo potencial crítico para analizar la realidad con rigor temen o
ignoran. Lo que de hecho rechazan es el cuestionamiento al statu quo y a
la normalización de las violencias machistas.
Dos casos recientes deberían alarmar a la ANUIES y a quienes
defienden la libertad de pensamiento y de cátedra en las universidades
públicas. El más grave es el de la UACM donde el 4 de septiembre,
cumpliendo con medidas cautelares expedidas por la CEAV, cuatro
estudiantes y su profesora feminista ingresaron al plantel de la colonia
del Valle escoltadas por policías mujeres para continuar con su
seminario con perspectiva de género sin ser agredidas por otros
universitarios que unos días antes las obligaron a refugiarse en una
oficina.
Como han documentado varios medios, el acoso laboral contra la
profesora, que ella denunció formalmente, se convirtió en
descalificación de la teoría feminista y de género por parte de
académicos del programa de Derechos Humanos, seguida de agresiones
contra las estudiantes por parte de sus compañeros. De ahí el recurso
extremo a la presencia policiaca que ni protege a las estudiantes fuera
del plantel ni resuelve el ataque a la libertad de cátedra y
pensamiento.
En la Universidad de Guanajuato, por otra parte, las estudiantes que
denunciaron acoso por diversas vías, entre ellas un “tendedero”, han
sido revictimizadas por docentes y compañeros. Ahí también se
descalifica la teoría feminista y la inclusión de la perspectiva de
género en programas de estudios. Los agresores, en una inversión cínica,
han acusado a las académicas que apoyan a sus estudiantes de instigar
las denuncias y de carecer de ética.
Estos casos revelan un preocupante patrón de estigmatización de las
denunciantes, algunas de las cuales han sido acusadas a su vez de
difamación o violencia. Se busca acallarlas y amedrentar a quienes las
apoyan. Revelan también una reacción visceral contra la teoría crítica
feminista que los agresores, por lo visto, consideran una amenaza a su
autoridad, su canon y sus privilegios.
La mayoría de las universidades han optado por una política de
simulación. Ya no son sólo omisas sino cómplices del acoso. Si hoy
además toleran los ataques a la libertad de pensamiento, minarán su
sentido más básico De no actuar con energía, contribuirán al aumento de
la violencia y la intolerancia, contrarias al espíritu universitario.
*Ensayista y crítica cultural, feminista.
CIMACFoto: César Martínez López
Cimacnoticias | Ciudad de México.-
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