El proceso de contratación en Marruecos busca mujeres con cargas familiares de 25 a 45 años: necesitadas y sumisas
Madrid, 10 mar. 20. AmecoPress.- El objetivo del
debate que el pasado día 5 de marzo acogió el Museo Reina Sofía de
Madrid fue conocer, reflexionar y entender la situación que viven las
jornaleras marroquís que llegan a los campos de Huelva en las campañas
de recogida de la fresa, contratadas desde sus lugares de origen. Para
ello, se contó con las voces de Rahma El Basraoui, Fátima Boubkri,
Pastora Filigrana García, Justa Montero y Soulaima Vázquez, quienes
estuvieron moderadas por Nines Cejudo.
Las mujeres que cultivan la fresa –y el resto de frutos rojos que
llegan a nuestras mesas- vienen a los campos de Huelva tras pasar un
proceso de contratación en el origen, considerado un “modelo de
migración ordenada” por las instituciones, pero criticado profundamente
por las organizaciones. La abogada y mediadora intercultural Rahma El
Basraoui explicó que se trata de un convenio bilateral entre España y
Marruecos que no garantiza los derechos de las trabajadoras. Recordemos
que este año han sido 20.000 mujeres las que han sido contratadas en
Marruecos bajo estos requisitos.
20.000 jornaleras sin derechos
“En ningún momento las trabajadoras conocen las condiciones en las
que van a trabajar, ni sus derechos”, advertía la presidenta de la Unión
de Asociaciones Marroquíes de la Comunidad Valenciana y portavoz de la
Plataforma de Apoyo a las Trabajadoras del Campo. El perfil que se pide
para acceder a este proceso de selección es el de mujer, casada, viuda o
divorciada con cargas familiares (hijos e hijas de hasta 14 años), con
una edad que va de 25 a 45 años. Todo esto tiene que estar acreditado
por las mujeres, que en su mayor parte no saben leer ni escribir, que se
ven obligadas a ir a la oficina con sus bebes en un tiempo muy corto.
Cuando llegan a España, encuentran que el sueldo recibido no coindice
siquiera con lo prometido en el convenio: les pagan 0,75 céntimos de
euro por recoger una caja de 5 kg de fresas. Viven en módulos
prefabricados en malas condiciones. No se les ofrece una mínima
formación en castellano, como se supone exige el convenio, ni se les da
una copia del contrato y, si tienen algún conflicto, no pueden cambiar
de empresa. Las empresas ejercen control sobre la vida de las
trabajadoras, que son aisladas del entorno social. “Si quieren bajar al
pueblo, tienen que hacerlo en el coche de compañeros que a veces le
ofrecen hacerles la compra a cambio de favores sexuales.”
El contexto: un sistema patriarcal y racista basado en la explotación de las personas migrantes
La abogada y activista Pastora Filigrana García contextualizó esta
situación, dentro de un sistema patriarcal y racista basado en la
explotación de las personas migrantes. “El fruto rojo no permite una
recolección mediante máquinas; se necesitan manos”, explicó. “Recoger la
fresa es un trabajo duro. Hay que arrancar el fruto uno a uno. Doblar
la espalda durante horas”. ¿Quién está dispuesta a trabajar más por
menos sueldo? Quienes tienen más necesidad: ellas, las mujeres
racializadas. Por ello, cada año, miles de mujeres marroquíes llegan a
Huelva, entre febrero y abril, para, en el microclima de los
invernaderos, trabajar duramente, día tras día, hasta los meses de junio
y julio.
En Huelva se produce más del 90 por ciento de la fresa de España, que
se exporta a Europa, a Francia y a Alemania sobre todo. Es un negocio
que mueve unos 500 millones de euros cada año, que practica una
agricultura intensiva, criticada por las organizaciones ecologistas por
la fuerte demanda de agua que requiere. De este negocio vive mucha
gente, no solo las mujeres marroquíes, también migrantes de otros países
y población autóctona. “También entre ellos tienen conflicto, agitados
por la extremaderecha, que pone a la gente a competir”.
El sector se colocó en el ojo del huracán después de que una revista
alemana publicase un reportaje de dos reporteras en el que se
denunciaban las condiciones en las que trabajan las temporeras
marroquíes en la fresa. Las cuatro mujeres trabajadoras marroquíes
denunciaron al manijero por acoso sexual acompañadas por las
organizaciones Asnuci y Mujeres 24 h y el activista por los derechos
humanos Antonio Abad. También interpusieron una demanda laboral contra
la empresa y una denuncia ante la inspección de trabajo.
“La publicación de la historia puso de manifiesto unas situaciones
que las organizaciones venían denunciando durante años” aseguró Pastora
Filigrana, frente a la negación de numerosos sectores y la falta de
credibilidad que se le ha dado a la voz de las jornaleras.
“En el feminismo no nos estamos escuchando. Parece que la mujer
blanca es la que tiene voz y de las mujeres marroquíes solo se habla
para hablar del velo”, expuso Soulaima Vázquez, mediadora intercultural y
activista feminista, perteneciente al colectivo Alharaca, cuyo objetivo
es sensibilizar y concienciar sobre el racismo y la islamofobia. “Nos
movilizamos más porque lleven velo que porque sufran una violación”,
sentenció.
La activista Justa Montero profundizó en la desigual respuesta que
las situaciones de injusticia generan, según afecten a unas mujeres o a
otras. En 2016, los medios de comunicación se hicieron eco de una
violación sufrida por una mujer en Pamplona, miles de mujeres salieron a
las calles y de este modo se puso en marcha un proceso que afectó al
ámbito jurídico incluso. En 2018, algún medio se hizo eco de unas
violaciones que habían sufrido mujeres marroquíes en Huelva, la
respuesta feminista fue pequeña, solo en algunas ciudades, y la
judicatura sigue su curso ejerciendo lo que las organizaciones llaman
“racismo institucional”.
“Somos muchas las mujeres feministas blancas que pensamos y sentimos de corazón que el feminismo será antirracista o no será”
“Tenemos que revisar nuestro feminismo, nuestras agendas y nuestras
prácticas”, dijo Montero. “Creo que somos muchas las mujeres feministas
blancas que pensamos y sentimos de corazón que el feminismo será
antirracista o no será; si no articulamos respuestas en esa dirección,
no habrá derechos para todas las mujeres”.
“Las jornaleras marroquís que llegan a los campos en las campañas de
recogida de la fresa, contratadas desde sus lugares de origen, vienen
con una idea de lo que van a vivir y luego encuentran otra cosa”,
insiste Fátima Boubkri, profesional de la hostelería, activista e
integrante del equipo de madres de Dragones de Lavapiés. Esta mujer,
natural de Marruecos que, tras 16 años en España, lucha por visibilizar
las dificultades del colectivo migrante femenino desde su experiencia en
primera persona. “Tenemos que agradecer y apoyar a las mujeres
valientes que levantaron su voz y denunciaron la violencia que estaban
viviendo,” dijo Boubkri.
Tras la denuncia, se pusieron en marcha algunas medidas –un equipo de
mediadoras, la inclusión de un protocolo de acoso y abusos sexuales en
el nuevo convenio- pero “en la práctica no sabemos si esto está
sirviendo para acabar con los abusos y con la impunidad”.
El coloquio, desarrollado dentro la Revuelta feminista del 8 de
marzo, estuvo acompañado de una performance y un vídeo documental con
testimonios que pretende colocar la reivindicación de estas mujeres en
primera línea y hacerse eco de sus voces.
Foto: AmecoPress
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