Carlos Bonfil
Una red solidaria. Pocos documentales cobran hoy una actualidad tan aguda como Familia de medianoche (Midnight Family,
2019), segundo largometraje del estadunidense Luke Lorentzen (New York
Cuts, 2015), filmado íntegramente en la Ciudad de México. La apuesta
narrativa del director es novedosa.
Durante dos años siguió de cerca los movimientos de una familia, los
Ochoa, dueños de una ambulancia privada, la cual compite con otros
servicios particulares del mismo tipo para atender las emergencias de
salud de una ciudad con un servicio sanitario público deficiente.
Lorentzen acompañó a esta familia de paramédicos con duro adiestramiento
sobre la marcha, en calidad de testigo mudo.
No hay así en Familia de medianoche ni entrevistas ni comentarios en off,
únicamente el registro puntual de una faena cotidiana. Un joven de 17
años, Juan Ochoa, hombre orquesta de los primeros auxilios, es la figura
omnipresente. Fernando, su padre, y Josué, su hermano de 10 años, son
sus cómplices auxiliares, entregados de lleno a la tarea, aunque
eclipsados por la frenética actividad de Juan, el cerebro operativo. Él
conduce la ambulancia en carrera competitiva con vehículos similares
para ser el primero en llegar al lugar de un accidente automovilístico o
salvar la vida de un niño con insuficiencia respiratoria, cuyo padre
indigente y perplejo parece sumido en la impotencia o en las drogas, o
atender a la mujer víctima de una severa agresión física por parte de su
novio. O también para asistir en el caso dramático de una joven con
traumatismo cerebral provocado por su caída desde un cuarto piso, y cuya
vida depende del buen criterio de los dueños de la ambulancia privada,
quienes cargan con la responsabilidad moral de conducirla oportunamente
al centro hospitalario más próximo o al mejor indicado.
Los saldos de esta obligada improvisación sanitaria recaen, por
supuesto, sobre una población vulnerable y desprovista muchas veces de
otras opciones de atención profesional. El documental lo señala en los
créditos iniciales: en la Ciudad de México existe una gravísima escasez
de ambulancias públicas (apenas 45, dato increíble) para atender las
necesidades de millones de habitantes. Esa carencia la compensa, en
parte, una red de ambulancias particulares –algunas sin licencia en
regla, otras francamente clandestinas o piratas– que combinan su
asistencia benévola, a menudo mal remunerada, con la necesidad de lucro
al operar en contubernio con ciertas clínicas privadas.
En este difícil balance entre el altruismo de los paramédicos y sus
imperiosas necesidades de supervivencia diaria, la vida del paciente
auxiliado corre riesgos considerables.
En una escena muy dura, la madre de una joven casi responsabiliza a
la ambulancia privada por no haber llevado a su hija al hospital más
cercano, contribuyendo así a un fallecimiento posiblemente evitable. El
dilema moral es dramático, la sospecha de corrupción muy grave, y la
carga de responsabilidad moral resulta difícilmente superable.
El documental de Lorentzen no insinúa al respecto juicio alguno. Se
limita a constatar que la familia Ochoa comparte, a su modo, la penuria
generalizada del sistema público de salud en México. ¿Es posible
imaginar, por lo demás, y en las circunstancias actuales, situación más
dramática que la de un servicio sanitario insuficiente o colapsado en
una grave crisis epidemiológica? Familia de medianoche coloca
el dedo en la llaga, sugiere con fuerza la urgencia de reforzar los
impulsos y lazos solidarios en una ciudadanía vulnerable o inerme, y lo
hace, de modo inteligente, combinando una mirada crítica con toda la
empatía que cabe esperar de un buen documental comprometido.
Se exhibe en Cineteca Nacional, Cine Tonalá, Cinemanía, Casa del Cine y salas comerciales.
Twitter: CarlosBonfil1
No hay comentarios.:
Publicar un comentario