Lilia Mónica López Benítez*
Desde hace años suelo
escuchar, al inicio de marzo, que se avecinan tiempos de renovada
esperanza. La primavera se anuncia con un delicado y tenue fulgor
púrpura, que poco a poco se apodera del cielo y que se tiñe de violeta
anunciando que la energía se transforma. El 8M de 2020, no cabe duda, es
histórico, cerró un ciclo y dio la bienvenida a la Generación Igualdad.
¿Qué hace diferente el florecimiento de las jacarandas en esta década
recién iniciada? La sinergia de las mujeres, unida en una sola voz, sin
distingo de ideología, aspiraciones, ni condición. Niñas, adolescentes,
adultas en estrecha alianza porque nos alcanzó el hartazgo.
A las mujeres nos ligan múltiples factores y una sola fuerza
compartida. Durante años nos persiguió el silencio, la rabia, el enojo y
un dolor callado. Dolor que ha traspasado la piel hasta llegar a los
huesos y que debe ser exterminado cual tumor que amenaza con metástasis.
Durante esta etapa nos mantuvimos en silencio y con miedo. El temor a
ser nosotras mismas nos paralizó, no por elección, sino por imposición.
Como implantación de un sistema patriarcal que, pese a las dudas,
existe y ha dejado sentir sus abusos durante generaciones con la
consiguiente pérdida de la dignidad como valor esencial de las personas.
La discriminación y la desigualdad no tardaron en aparecer, no
obstante las voces de otras mujeres que, desde diversas latitudes y
épocas, han luchado por el reconocimiento y ejercicio pleno de nuestros
derechos, que desafortunadamente hemos recibimos a cuentagotas.
Con el florecimiento de las jacarandas, un río caudaloso de agua
púrpura brama al unísono: ¡Nos quitaron tanto que acabaron quitándonos
el miedo! Es cierto, los años de afrenta nos han obligado a exigir,
pintar muros, destruir todo. Las palabras en un tiempo tímidas, en otras
suplicantes y en la mayoría reclamantes no fueron escuchadas.
Por eso marchamos, para que resuene nuestro aliento, para que se oiga
a las que ya no están. Avanzamos en un contingente compacto,
impenetrable, resistente. No estábamos solas. ¡Nos sembraron miedo y nos
crecieron alas! A las mujeres nos hermana la esperanza de un mundo
mejor.
No podemos permanecer indiferentes ante la evidente violencia que
relatan las estadísticas. Cientos de cruces rosas recorriendo el corazón
de la Ciudad de México dan testimonio de la violencia feminicida y de
la decadencia que como sociedad experimentamos. Las fuentes de nuestro
recorrido se tiñeron de sangre para hacer visibles a las víctimas
indirectas que perdieron una hija, una hermana, una madre o amiga.
Mujeres que perecieron en manos de feminicidas. Mujeres reales con
sueños truncados que no merecen el olvido.
¡Señor, señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente!
Imposible contener las lágrimas, inevitable multiplicar abrazos
fraternos y solidarios que permitían ver nuestro rostro reflejado en la
cara de la de junto, de la de enfrente, de la de atrás y de las que
fueron silenciadas. Sororidad le llamamos.
La ausencia de nuestras hermanas nos recuerda que el enemigo está en
casa, en la calle o en el transporte público o privado. Que existe un
riesgo potencial cuando te encuentras sola. No importa la hora ni lo que
lleves puesto, te matan, te violan, te golpean por simple el hecho de
nacer mujer.
Escuchar a los deudos, percibir en sus rostros la congoja y la
impotencia, conocer su lucha sin fin en espera de una justicia que no
llega, nos obliga a replantearnos la responsabilidad social que en lo
individual nos corresponde. Especialmente a las autoridades nos
constriñe a cumplir con una administración e impartición de justicia
pronta y efectiva. Sin velo en los ojos. Prescindiendo de reproducir la
violencia estructural que menoscaba dignidades y que amplía con
desmesura las fisuras que nos alejan de la igualdad. Es tiempo de
cambio. Transitar hacia nuevos patrones de conducta de la sociedad
mexicana libres de estereotipos y roles de género. Avanzar hacia el
actuar efectivo de las personas que investigan y de las que juzgamos.
Nuestra voz ya no es la misma, resuena fuerte, reverbera el eco.
¡Querían detenernos, nos hicieron imparables! En cada estallido
colectivo se dejó constancia de nuestro hastío. ¡Fuimos todas! Retumbaba
un coro que estremecía conciencias.
¡Juntas somos más fuertes! Quedó demostrado. Las mujeres ya no somos
las mismas. Exigimos derechos, reclamamos igualdad efectiva de
oportunidades, demandamos una vida libre de violencia. Es cierto ¡si
tocan a una, respondemos todas!, porque unidas no estamos solas y porque
no hay poder más grande que tendernos puentes y lanzarnos redes.
¡Mujer, esta es tu lucha!
Nos crecieron alas y volamos libres.
*Magistrada federal y académica universitaria
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