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Fuentes: https://tribunafeminista.elplural.com/
Análisis de la autora sobre el imaginario hegemónico que se nos transmite respecto a las nuevas paternidades
¿Masculino universal o varones con descendencia? La ambigüedad, como
todas las debidas al machismo incrustado en el lenguaje nos dice ya
mucho sobre el problema: En el orden patriarcal, basta con hablar de
padres, son los Padres los que fundan familia, los que le otorgan
legitimidad a las criaturas que nacen; las madres ya vienen fusionadas
en la palabra “padres” y son representadas por ellos. Se me dirá que ya
no vivimos en ese duro orden patriarcal tradicional. Ahora somos iguales
por ley (o casi). Es verdad; pero curiosamente el nuevo orden que ahora
mismo está en plena fase de implantación y normalización, y al que
llamo “igualitarismo laboralista” también ha optado por hacer de los
padres (varones) el eje de su proyecto: las “nuevas paternidades” que,
nos dicen, traerán un mundo igualitario.
Hoy cuando en los debates, conferencias, en libros y en foros
institucionales se habla sobre cómo organizar los cuidados, sobre conciliación
y corresponsabilidad ¿de quienes hablamos? De ellos, de los padres. Una vez más
las madres quedan relegadas a los márgenes y al silencio. La clave de la
igualdad está en las manos de los padres, en sus actos corresponsables y en su
buena voluntad, ellos tienen la solución a los problemas de las mujeres y son
la única vía hacia una sociedad corresponsable. Ellos y su potencial cuidador
son el eje del nuevo paradigma…… Nada nuevo bajo el sol, el Padre en el centro.
Esta centralidad de la paternidad, que es fundamental en el nuevo proyecto
social hegemónico, tiene como objetivo igualar maternidad y paternidad, y
reforzar el rol paterno dentro de las familias. Es un proyecto que emana del
poder y recibe de él todo su apoyo, como es evidente en las nuevas directrices de
la UE y en la rapidez con la que se han introducido toda una
serie de leyes (custodias compartidas preferentes, permisos iguales e
intransferibles, la prestación por corresponsabilidad en el cuidado del lactante,
etc.). Pero hoy quiero analizar otro aspecto de este proyecto institucional
cuyo fin también es la minoración, el arrinconamiento y la desposesión de la
función materna de las mujeres.
Hoy quiero analizar cómo, a la par que se escriben leyes en los parlamentos,
hay toda una producción simbólica que se concreta en películas, anuncios, fotos
y reportajes que les sirven de soporte ideológico-emocional. La gran mayoría de
la gente no lee libros de feminismo, pero todas y todos vemos películas, y
tragamos anuncios.
Empezaré mi análisis por un documental que vi el otro día, era sobre
superpapis en el reino animal: todas eran especies en las que el macho
que hacía gala de una paternidad muy comprometida. El narrador en off describía
la entrega y dedicación paterna de sapos, pingüinos, ratones de campo,
monos y caballitos de mar en la crianza con comentarios que atribuían a los
animalitos sentimientos muy humanos: preocupación, satisfacción,
responsabilidad…. El narrador estaba encandilado con ellos. El documental no
aborda la cuestión del rol de las hembras en la producción de huevos y
ratoncitos, tan solo aparecen en un segundo plano detrás del señor sapo o al
lado del pingüino. Esta es una estrategia que ya veremos se repite
sistemáticamente en los relatos de un género al que llamaremos “loas a la
paternidad” y que en los últimos años ha hecho furor.
En publicidad proliferan las fotos de bebés recién nacidos en brazos del
padre; son imágenes que hoy interpretamos como lindas estampas de
corresponsabilidad, y sin embargo, a lo largo de siglos esta ha sido una imagen
simbólica típica de la apropiación y legitimación paterna de las criaturas
(el pater familas romano levantando en brazos a la criatura
para así aceptarla en la familia). En los anuncios abundan las historias en las
que un papi encantador –el joven varón normativo ideal – se encarga solito de
los cuidados de su criatura: le cambia el pañal, le confecciona un disfraz……La
madre tampoco suele aparecer en esas imágenes, si acaso a veces se le ve una mano,
un trozo de cara o aparece difusa, pasiva y sonriente en el fondo. El superpapi
y su nuevo compromiso con los cuidados nos enamora a todas. Las mamis llevan
milenios haciéndolo, pero eso no tiene ningún glamour ni vale nada. Lo que mola
es la mami dinámica que está en la oficina mientras superpapi cambia pañales.
Hoy cuidar dignifica y enaltece a los varones, pero a las mujeres sigue
degradándonos…….
Todo esto suena exactamente a lo que es: La milenaria asignación de un
valor hiperbólico a aquello que hagan los varones, sea lo que sea, frente al
ninguneamiento de aquello que hagan las mujeres, y mucho más si eso que hacen
las mujeres es precisamente lo que los varones no pueden hacer
y que además es la base de la vida de la especie: ser madres.
La emergencia de este género narrativo y audiovisual da cobertura simbólica
al discurso de las nuevas paternidades y redondea la tarea política de
divulgación y popularización del nuevo modelo familiar propio del igualitarismo
laboralista en el que el contrato sexual (patriarcal) toma nuevas formas. En
las pelis de “loas a la paternidad” vemos a papás heroicos que consagran
su vida a sus criaturas: les cuidan, les guían, y superan dificultades
inconmensurables por amor a sus criaturas.
He rescatado de mis notas de los últimos años algunas películas del
género “loas a la paternidad”. Una de las que más me fascinó fue Captain fantastic. De entrada, la fantasía utópica de una vida de cazadores-recolectores ilustrados y anticapitalistas me atrae. Ese es el leitmotiv de la peli, pero quiero hablar del Captain Fantastic himself.
Es un superpapi omnipotente que educa a sus tres hijas y tres hijos con
disciplina y con la ayuda de una biblioteca. Toda la familia caza con
cuchillos animales en el bosque para alimentarse….. Mens sana in corpore sano:
Captain fantastic podría ser el superhombre de Nietzsche criando
supercriaturas alejadas de la decadente civilización. Pero en este
proyecto utópico de regeneración de la humanidad se ha prescindido de la
madre. La mujer de Captain Fantastic y madre de las seis criaturas en
esta convenientemente internada en un psiquiátrico desde el principio de
la peli. Solo la vemos en espíritu, cuando se le aparece en sueños a
nuestro héroe. Al parecer la madre de las criaturas era una inadaptada
incapaz de soportar la vida –ni siquiera la de cazadores-recolectores– y
se suicida una vez cumplida su misión reproductora seis veces
perpetuada, dejando en manos del gran hombre la misión de guiar a los
hijos en su parcours vital –alternativo. No nos queda muy
claro cuál es exactamente la dolencia de la madre, ni los motivos del
suicidio… pero la peli no va de eso, de hecho la existencia de la madre,
planea sobre la peli como un cabo suelto sin atar. Lo único que le
interesa al director es mostrar la complejidad y la grandeza del héroe, y
cómo el establishment personificado en sus suegros amenaza con arrebatarle la custodia.
En Beautiful el ensalzamiento del superpapi es más
refinado: aquí la madre no está ausente ni muerta, y ni siquiera es mala persona,
pero como madre es deleznable: irresponsable, errática y politoxicómana. El
padre, a pesar de ser un delincuente implicado en tráfico de personas y ex
politoxicómano, es un padre ejemplar, y no solo es buen padre, también es
infinitamente paciente con la pendona de la madre, y compasivo con otras
mujeres, en concreto con dos inmigrantes ilegales: dos estoicas y sensatas
madres –una china y otra africana– que son el contrapunto de la egoísta y
desequilibrada madre occidental que acaba también internada.
Magical girl es una visión genuinamente española del género: Una
tragicomedia negra especialmente morbosa y misógina. Un padre cuida
devotamente a su angelical hija enferma de leucemia y para satisfacer
los últimos deseos de su hija se convierte en un delincuente. La madre
de la magical girl ni está, ni se la menciona, ni hay rastro
alguno de que jamás haya existido (como vemos la patriarcal eliminación
de las madres de la escena es sólida). La protagonista femenina de la
peli es una mujer bella y enigmática, con una psicopatía que incluye
conductas sumisas, masocas y perversas, y es emocionalmente gélida y
manipuladora (un clásico de la fantasía masculina). En uno de los
momentos más intensos de la peli, sosteniendo en brazos al bebé de su
amiga, comienza a reír extrañamente, su pareja y amigos le preguntan por
qué ríe y ella dice: “es que no puedo dejar de pensar en la cara que
pondríais si tirase al bebe por la ventana”. Ja, ja, ja, ja… En esta oda
a la entrega paterna el director eligió como antagonista del padre a
una bella sin “instinto materno” pero con el instinto de tirar bebes por
la ventana.
En muchas de estas pelis hay algo de redención a través de la
paternidad. Algunos de estos padres son o fueron tipos rebeldes,
conflictivos o inadaptados… pero su entrega como padres les redime. No
en vano una peli del género se titula precisamente Redención:
Un boxeador alcohólico lucha por superar la adicción. Su hija esta
tutelada por los servicios sociales y él la visita bajo supervisión. Una
vez más la madre esta convenientemente muerta. La niña tiene un rechazo
visceral al padre. El padre gana un combate y pierde el juicio por la
custodia. De repente la niña cambia radicalmente de actitud y quiere ir a
vivir con su papi a toda costa. Esta transición no se entiende muy
bien, pero en las pelis de loas a la paternidad las incongruencias de
guion son frecuentes.
El colmo de la entrega paterna, llegando en este caso al
absurdo es otra producción española, que además riza el rizo porque
simultáneamente es un alegato a favor de la transexualidad: Todo lo que tú quieras.
En esta peli hay toda una constelación de buenos padres: el padre
joven, el padre gay, el padre víctima del expolio de su exmujer, el
padre nacido en los 40… todos ellos son buenos. Este último es quien nos
revela en el momento reflexivo de a peli en qué consiste cuidar. Y
aquí también la madre muere convenientemente al principio de la peli. La
hija la echa de menos, y se nos introduce el inverosímil argumento de
que lo que la niña necesita no es una presencia, sino una apariencia
femenina –extrañamente la teoría queer parece haber anidado en
la mente una niña de 4 años–, y por eso le exige a su padre que se
travista; papá comienza así una vida como transformista para satisfacer
las necesidades de su hija. Con esta trama se cocina esta bizarra
propuesta sobre la fluidez e inconsistencia de los sexos: papa es mamá y
también es papá… lo que tú quieras cuando tú quieras. La suplantación
de la figura de la madre por parte del padre se presenta como un acto de
suprema generosidad y modernidad, y de paso, se afirma la suficiencia
de papá para ser papa y mamá. Para serlo todo.
No es casual que en todas estas pelis las madres están
siempre ausentes o muertas.
No es casual que en todas estas pelis las madres están siempre
ausentes o muertas. Resulta muy conveniente para esquivar el espinoso asunto
del contrato sexual-matrimonial, porque de lo que se trata en las “loas a la
paternidad” es de apuntalar el mito posmoderno del superpapi eludiendo temas incomodos;
es decir, sin entrar demasiado en el análisis lo que la posición del padre
tiene aún de patriarcal tal y como se configura en nuestros sistemas
socioeconómicos, legales y simbólicos. Cuando una mira a su alrededor en el
mundo real, efectivamente ve algunos padres comprometidos con una paternidad
responsable y no usurpadora, y estos no suelen ser los que más alardean de
portear y cambiar pañales. De hecho, no creo que la paternidad no patriarcal
sea algo propio de la posmodernidad. Posiblemente siempre hayan existido
hombres y padres no patriarcales, pero es una posición que los sistemas
normativos y legales raramente van a favorecer.
Si de lo que hablamos es de comportamientos heroicos en relación a la
crianza, es de justicia reconocer que en el mundo real, tanto en la actualidad
como históricamente, han sido estadísticamente más frecuentes en las madres:
Mujeres que con o sin pareja, hacen frente a inconmensurables dificultades
económicas, sociales y emocionales para sacar adelante a sus criaturas. El reverso
de lo que ocurre en las películas de superpapis. Las películas de madres coraje
suelen ser realismo social, y carecen del tono épico-fantástico de las “loas a
la paternidad”.
lo cierto es que hay muchos indicios de que vivimos en
una época de recrudecimiento (del patriarcado)
De nuevo mirando al mundo real, aunque al escuchar a algunas personas
entusiastas del igualitarismo laboralista parecería que el patriarcado está en
sus estertores, lo cierto es que hay muchos indicios de que vivimos en una
época de recrudecimiento de éste; y el ataque a la maternidad es una de las
señas de identidad de este nuevo avatar patriarcal. Que a padres imputados o
condenados por maltrato no se les
suspenda el régimen de visitas y que cuenten con las fuerzas
del Estado para imponer el ejercicio de su derecho paterno nos da una idea de
la fuerza que aun hoy tiene la posición paterna.
La cara oscura de la paternidad no parece haber interesado a los
productores de audiovisuales a pesar de que la realidad social nos suministra
dramas variados, complejos e intensos en abundancia sobre el tema. Por ejemplo:
- Padres a los que el divorcio transforma en un Hide rabioso que usa todas las armas patriarcales en sus manos para vengarse de su ex.
- Padres que eluden sus responsabilidades y permanecen indiferentes a las dificultades y penurias de sus hijas e hijos.
- Padres peterpanes que son para las madres de su progenie más una carga que un soporte.
- Padres que en un proceso de divorcio manejan su poder económico como herramienta de coerción.
- Padres que imponen una custodia compartida, incluso a lactantes, en contra de la voluntad de los menores y de la madre.
- En el extremo violento, padres que como medio de dañar a sus ex asesinan a sus propias hijas e hijos.
Toda esta casuística, ha recibido poca atención en las pantallas, al menos
como asunto central de un relato visto desde el punto de vista de las mujeres,
con algunas loables excepciones como la película francesa Custodia
compartida.
El juego aparentemente azaroso que hace que unas realidades tengan relato y
otras queden en la oscuridad, que unas reciban la simpatía del público y otras
sean percibidas como historias incomodas o sin interés, es parte de la danza
del poder, del modo en que a través de la cultura se sientan las bases de un
orden simbólico que conforma las opiniones de las gentes.
Visibilizar la cara oscura de las paternidades, especialmente si quien lo
hace es una mujer, es percibido por muchos varones como muy negativo. Y más hoy
en plena construcción del discurso de las nuevas paternidades. Se me ha echado
en cara que en mi libro Maternidad, Igualdad y Fraternidad hago
“apología de la crianza en solitario”, un reproche que siempre procede de
varones, también de varones corresponsables. La acusación no es justa, pero lo
que ciertamente sí recorre todo el libro, y además de manera rotunda e
intencional, es hacer de las madres las protagonistas: sus experiencias y sus
necesidades son el eje del libro. Esa es desde mi punto de vista la única
manera posible de empezar a pensar una crianza y una corresponsabilidad
feminista. Al contrario de lo que ocurre en el actual proyecto igualitarista
laboralista, el padre no es el protagonista en mi libro. Esta es obviamente una
estrategia política, y además responde a la realidad de que las crianzas no
siempre se hacen con un padre. Hay muchos tipos de familias, pero cualquier
criatura nacida tiene una madre biológica. Reconocer la trascendencia de este
hecho es lo que el patriarcado se resiste a hacer.
Estudiar a las madres como seres con entidad propia, escindidas del padre y
con capacidad de existir fuera del contrato matrimonial es necesario para
conocer cómo podría ser una maternidad (y una paternidad) no patriarcal. Por
eso la monomarentalidad es una herramienta ideal para conocer cuánto de
patriarcal es una sociedad, es decir, cuanto las leyes y estructuras socioeconómicas
refuerzan y enaltecen la posición del padre, y vehiculan y coercen la
dependencia de las madres. La situación de la monoparentalidad en un país es la
“prueba del algodón” para evaluar cuanto un estado de bienestar apoya realmente
a las madres. Y en este punto existe una gran confusión: una sociedad no es
menos patriarcal por que haya muchos papis majetes supuestamente
corresponsables. Una sociedad es menos patriarcal cuando hay prestaciones,
leyes, instituciones y recursos que refuerzan la posición de las madres y
debilitan la fuerza del padre en el milenario contrato sexual. Mientras el ser
madre sola doble la probabilidad
de ser pobre para mujeres y criaturas, y mientras un divorcio
sea una amenaza real y contundente de precariedad, desclasamiento y marginación
para las mujeres, el patriarcado gozará de excelente salud.
Una de las mejores opciones para escapar de la precariedad que va asociada
a la monomarentalidad y también de los efectos jerarquizadores del matrimonio
heterosexual es formar una familia biparental lesbiana con dos madres. Hay estudios que
prueban que en las familias de lesbianas, aunque las madres biológicas sí se
desvinculan del empleo más que las madres no biológicas en la etapa temprana,
después remontan y llegan al cabo de unos años a recuperar la igualdad en
términos laborales. Siempre he defendido que el modelo familiar formado por
comunidades de comadres, tanto si se fundan en una relación lésbica como si no,
debería de ser reconocido y frecuente si queremos superar el patriarcado. Pero
en cualquier caso, las familias monomarentales van a seguir existiendo y
posiblemente aumentando como lo vienen haciendo en las últimas décadas, ya que
su vertiginoso incremento es un inevitable efecto colateral de la emancipación
de las mujeres.
Que las mujeres podamos ser madres sin la colaboración, protección, el
beneplácito y la legitimación de un padre o de alguien que cumpla su rol no es
aún aceptado ni representado como “sano” y normal por un gran porcentaje de
varones. El comentario del diputado de Vox de Murcia que calificó de “conejos”
a las hijas e hijos de madres solas ilustra muy bien esta aversión. Los conejos
son animales, no personas; el macho de Vox expresa de esta manera lo que
durante milenios fue ley en las normas patriarcales: a las criaturas que nacían
de madres solas sin el aval y el reconocimiento de un varón se les negaba la
categoría de persona íntegra.
El patriarcado tiene detrás una historia de milenios de construcción
cultural destinada a crear la ilusión de que ellos no solo son protagonistas en
la procreación, sino que son imprescindibles para su validación social. La
actual versión de esta operación toma el igualitarismo como religión y el
lenguaje como herramienta. Expresiones políticamente correctas y hasta
simpáticas como “estamos embarazos“, “personas gestantes” o “progenitor B” crean
la fantasía de que la diferencia ha desaparecido, pero lo que de verdad
desaparece son las mujeres y las madres del discurso; y ya sabemos que lo no
nombrado no existe. Ni en el orden simbólico, ni en la política.
Todo lo dicho no significa que yo sostenga que la paternidad no patriarcal
sea imposible, pero sí que es un proceso mucho más largo, complejo y costoso de
lo que el actual discurso de las nuevas paternidades pretende. El primer paso
para empezar a construir paternidades no patriarcales seria empezar a desvelar
la patraña milenaria que coloca al varón en el centro de la familia y de la
procreación: la humilde aceptación de que todo nacimiento procede de una
maternidad biológica, que el hábitat deseable para cualquier recién nacido es
junto a su madre, que no habrá sociedades justas mientras no se garantice la
protección de la díada madre-criatura, que las mujeres debemos tener la
potestad sobre todos los procesos que implica la maternidad, que un
espermatozoide es muy poca cosa, y que si un padre quiere tener un lugar en la
crianza ese lugar es el que él mismo se construya con su compromiso.
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