A la, en apariencia,
interminable concatenación de problemas generados por la pandemia de
coronavirus, y debido a los esfuerzos de los estados para frenar su
propagación, debe sumarse ahora la situación de las personas que se
encuentran fuera de sus naciones de origen o residencia, y que se ven
impedidas a regresar debido a los cierres fronterizos (en especial, los
aéreos) decretados por las autoridades de varios países.
Dichos cierres adoptan distintas modalidades. En su inmensa mayoría
están dirigidos a personas extranjeras, pero pueden variar; depende de
si prohíben el ingreso a todos los foráneos o sólo a quienes provengan o
hayan estado en días recientes (14 es la cifra más habitual) en una
región considerada de alta peligrosidad de contagio.
Esta medida suele acompañarse por el aislamiento de los ciudadanos
del país en cuestión provenientes de determinadas regiones, las cuales
dependen de criterios no siempre objetivos. Sin embargo, países como
Ecuador y Perú han ido más allá de estas restricciones al decretar el
cierre completo de sus fronteras, en un intento por frenar el ingreso de
personas contagiadas que ha dejado varados en el extranjero a sus
propios ciudadanos.
Las complicaciones se agravan porque, incluso si un país está
permitiendo el regreso de sus propios pobladores, éstos podrían
encontrarse con que no pueden emprender el regreso debido a las
conexiones y escalas de los vuelos que pasan por naciones que les niegan
la entrada, así sea de paso.
Por esta suma de circunstancias, desde el fin de semana los
aeropuertos atestiguan escenas de pasajeros varados después de un viaje
de placer, de negocios, de estudio, o incluso de una residencia
prolongada fuera de su lugar de origen, porque el vuelo que proyectaban
tomar se canceló debido a una nueva restricción fronteriza.
Estas decisiones gubernamentales pueden producir situaciones caóticas
e incluso desfiguros y sinsentidos. Entre los primeros cabe destacar el
protagonizado el lunes por el presidente de El Salvador, Nayib Bukele,
quien impidió la llegada de un vuelo que partiría de México, procedente
de Chicago, con el risible argumento de que a bordo se encontraban 12
personas
confirmadas positivode Covid-19, afirmación para la que no contaba con prueba alguna. Como sinsentido debe anotarse que las autoridades peruanas decidieran no sólo impedir la entrada a su país (medida que se encuentran en plena potestad de adoptar), sino también retener a los visitantes extranjeros que se encontraban en su territorio, incluidos cientos de ciudadanos mexicanos. Por fortuna, la coordinación entre las cancillerías de Lima y México permitió salvar este engorroso trance.
Los casos referidos ilustran que en los cierres fronterizos, como en
cualquier otra acción de las tomadas para encarar la emergencia
epidemiológica en curso, es necesario proceder con el máximo de
responsabilidad, sensibilidad y sentido común, de tal manera que a las
afectaciones forzosas no se añadan otras plenamente evitables.
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