Editorial La Jornada
En medio de la difícil
coyuntura internacional y nacional que enfrentamos, la serenidad de las
sociedades es un factor primordial para minimizar los impactos de la
pandemia global de Covid-19, tanto sobre la salud pública como en las
economías.
Es claro que hasta ahora una y otras han sufrido afectaciones
considerables que tenderán a extenderse y ahondarse a medida que la
epidemia avance hacia nuevas fases.
Durante semanas o meses habrá un incremento de los contagios en las
naciones que, como la nuestra, aún pasan por etapas tempranas del
fenómeno –un proceso que se da por sentado, con base en el
comportamiento típico en la expansión global de virus nuevos– y resulta
imperativo que la población llegue a esa fase con información precisa,
rigurosa y puntual, tanto para minimizar la transmisión del coronavirus
como para evitar oleadas de temor que empeorarían de manera obligada la
peligrosidad del padecimiento.
Algo similar ocurre en los ámbitos financieros, en los que proliferan
las malas noticias y en los que la incertidumbre pueden provocar
estragos aún mayores a los ya generados por el brusco frenazo de las
economías, derivado de las medidas de contención de la pandemia.
Tales estragos quedaron claramente ilustrados ayer por la caída
generalizada de las bolsas de valores en el mundo –uno de los casos más
graves, el índice Dow Jones, de la bolsa de Nueva York, perdió 9.8 por
ciento en la jornada– y, en México, por el desplome de la moneda
nacional, que llegó a cotizarse en 23 unidades por dólar.
En estas condiciones, la desinformación y los rumores suelen
traducirse en estampidas de pánico que no hacen sino agudizar la
inestabilidad en los mercados y, en consecuencia, magnifican los
impactos dañinos al conjunto de la economía y retrasan su reactivación.
En tales circunstancias resulta ineludible reflexionar sobre la
enorme responsabilidad que recae en medios, informadores, usuarios de
redes sociales, instancias públicas ajenas al sector salud,
organizaciones civiles y entidades empresariales.
Todos estos actores pueden desempeñar un papel crucial en la
construcción, el fortalecimiento y la socialización de nociones precisas
y claras y de incidir así en comportamientos colectivos razonables y
sensatos; en contraste, la difusión de noticias falsas o no verificadas,
rumores y descalificaciones sin sentido ni fundamento se traduce
obligadamente en una degradación de la capacidad nacional para hacer
frente a la pandemia y, a final de cuentas, en una mayor vulnerabilidad e
incluso en un incremento de la mortalidad asociada al Covid-19.
Es de lógica y ética fundamentales, pues, informar con
responsabilidad, precisión y mesura, ceñirse a los mensajes e
indicaciones de las autoridades sanitarias y abstenerse de introducir
factores discordantes que dificulten la necesaria coordinación en la
respuesta nacional ante el desafío del coronavirus.
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