Víctor Flores Olea
Claro está que la
marcha de las mujeres el domingo 8 de marzo contra la violencia
(machista) sigue siendo el tópico reciente más comentado. Algunos dirán
que es el coronavirus, y podrán tener razón, salvo que se trata de dos
universos diferentes. Este último es un problema de salud que se hace
mundial y sobre el cual habrá que seguir puntualmente el consejo de los
expertos. El otro, el de la violencia machista contra las mujeres,
tampoco es una cuestión exclusiva de nuestro país, ni mucho menos, pero
las condiciones del fenómeno seguramente varían inmensamente de una
nación a otra, de un continente a otro, incluso de una región a otra. Es
decir, se trata de una cuestión eminentemente social y cultural en la
que existen innumerables diferencias y matices, y esto también se ha
hecho evidente en la variedad de comentarios que han suscitado ambos
fenómenos.
En la cuestión eminentemente social y cultural que es la de la
violencia entre géneros (mayormente entre un género sobre otro, ya muy
definidos), la mayor dificultad parece encontrarse en la precisión de
sus límites y características, y, por supuesto, en la de sus remedios,
que queda todavía en el aire, según fue fácil percibir en los
comentarios que siguieron a las excepcionales expresiones femeninas del 8
y 9 de marzo.
Es que, claro está, la violencia machista que señalaron las
manifestantes puede tener mil y una características, imposibles de
definir a priori, sino hasta que se manifiesta como tal por las
mujeres agredidas, y se acepta y caracteriza por las autoridades
encargadas de seguir estas cuestiones, que tendrán muchas veces una
tarea harto complicada y sutil, si ponemos a un lado los casos de
evidente violencia indiscutida. Pero decía, la dificultad está en casos
en que la violencia no es evidente o está
disfrazadao sometida a sutilezas que no siempre es fácil exhibir o mostrar.
Pensando el conjunto anterior, llegué a la conclusión de que en
realidad la demanda femenina tiene como contenido esencial el reclamo de
una verdadera revolución cultural, puesto que exige la modificación de
conductas, reacciones y hábitos, y modos de comportamiento masculino que
seguramente están arraigados por largo tiempo de práctica consciente o
inconsciente en muchos varones de la sociedad mexicana, de lo que
resulta que se demanda un cambio profundo de conductas y maneras, una
rectificación también consciente o inconsciente de modos de
comportamiento extraordinariamente arraigados, y que muchas veces se
expresan (me atrevo a decir que la mayoría de las veces) de manera
inconsciente o, dicho de otro modo, por automatismos del proceder a los
cuales todos estamos sujetos, mujeres y hombres. Automatismos que, para
bien o para mal, constituyen nuestra personalidad, nuestro carácter,
nuestra forma de ser y nuestro modo de estar en el mundo.
En síntesis, llegué a la conclusión de que la demanda de las mujeres
implicaba por necesidad una muy profunda revolución cultural o, dicho de
otra manera, una revisión lo más objetiva y sensata que pudiera darse
de muchos de nuestros valores y puntos de referencia en la propia
conducta. Y que esta revisión objetiva y sensata, pero con la mayor
profundidad y honestidad que fuera posible, resultaba necesaria a escala
de los individuos y, por supuesto, también a escala colectiva o social.
Muchos dirán que exagero, pero no tanto si queremos responder a la
calidad de la movilización femenina con un nivel de calidad equivalente o
aproximado. Así se han puesto las cosas o así nos lo han puesto las
queridas mujeres de esta sociedad nuestra que, por supuesto, deberán
ayudar y cooperar en tamaña tarea de transformación que nos han puesto
(o impuesto), y que seguramente merecemos ampliamente. Pero, ojo, se
trata no sólo de la tarea de un lado de la sociedad (la nuestra), sino
de una tarea que para que rinda verdaderamente frutos y sea realizable
implica la cooperación y el esfuerzo mancomunado de hombres y mujeres.
Sin esta cooperación y ayuda, y auxilio, sin esta partida doble en el
esfuerzo mucho me temo que pueda ser infructuoso el enorme (y bello)
espectáculo del que fuimos autores y actores privilegiados los
integrantes de esta nación.
No se trata naturalmente de que cada uno de nosotros recurra al
extremo de un siquiatra o de un especialista en estas cuestiones, aun
cuando no excluyo que también sea necesaria una ayuda especializada.
Pero no se trata de llegar a estos extremos, sino de tomar plena
consciencia de la seriedad e importancia del momento. Y de actuar en
consecuencia.
¿Ven ya mis posibles lectores la complejidad de uno de los problemas que se ha hecho patente entre nosotros en los últimos días?
El otro, el del coronavirus, cuando menos a escala individual parece
mucho más sencillo, aun cuando al nivel planetario o social multiplicado
pueda tener, y seguramente los tiene, problemas extraordinariamente
peliagudos. No quiero ni quise hablar como experto en ninguno de los
momentos de este escrito, redactado espontáneamente y que ojalá pueda
tener algún eco o respuesta. En síntesis, que pueda arrojar alguna luz.
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