Avanza el virus
Mantenerse en aislamiento en casa para frenar la
transmisión del coronavirus es un acto de altruismo de quien lo realiza.
Puede resultar complicado e incluso traumático, pero será de gran
utilidad para que las personas a su alrededor se mantengan a salvo,
afirman investigadores del Departamento de Medicina Sicológica del
Colegio King de Londres.
En un artículo publicado en la revista científica The Lancet,
advierten sobre la importancia de que las autoridades informen
ampliamente a la población sobre el beneficio de la cuarentena –14 días
para Covid-19– con la finalidad de prevenir efectos secundarios
frecuentes en quienes la lleven a cabo, como estrés postraumático,
irritabilidad, insomnio y depresión, observados en epidemias como la del
síndrome respiratorio agudo grave (SARS, por sus siglas en inglés) y la
influenza equina.
Llaman la atención sobre la necesidad de reforzar el mensaje de que
mantenerse en casa si se tienen los síntomas de enfermedad respiratoria y
el antecedente de viaje a alguno de los países donde circula el
coronavirus, contribuye a proteger a los grupos más vulnerables, como
niños, adultos mayores y a quienes viven con enfermedades prexistentes:
diabetes, obesidad, males cardiovasculares o respiratorios. También se
protege a embarazadas. De contagiarse con el Covid-19, estos sectores
tienen un riesgo mayor de presentar complicaciones graves e incluso de
morir por esta causa. Las autoridades sanitarias deben estar
genuinamente agradecidas con los ciudadanos que guarden el periodo de
cuarentena, subrayan los investigadores.
Reconocen que el aislamiento domiciliario es una de las medidas de
salud pública más severas para prevenir la dispersión del virus y no
debe prolongarse más del tiempo necesario.
También recomiendan la promoción de grupos de apoyo para la población
y trabajadores de la salud que por el contacto con enfermos deban
permanecer en aislamiento.
Sobre estos últimos, los investigadores señalan que tienden a
sentirse más estigmatizados que el resto de la población y con más
afectaciones sicológicas que van desde temor, frustración, culpa,
soledad, tristeza, preocupación y son menos felices. De hecho, cuando
ocurrió la epidemia de SARS en 2002, los empleados del sector salud
tenían una mayor preocupación por la posibilidad de ser transmisores de
la infección.
Ángeles Cruz Martínez
Periódico La Jornada
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