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Las guardianas del patriarcado son en extremo peligrosas para las mujeres, su violencia puede ser grave, dirigida en particular contra las que son una amenaza para la permanencia y sobrevivencia del patriarcado como sistema social de explotación contra las mujeres; justifican que se cometan actos de violencia física contra las mujeres que “merecen ser castigadas” por transgredir y romper con su “obediencia” al patriarcado, que lo mismo puede estar encarnado en hombres que en mujeres que defienden todo lo que oprime a las mujeres, las violenta, las invisibiliza o las devalúa.
Una de las figuras más interesantes que encontré en la teoría de la violencia contra las mujeres, es esa, «las guardianas del patriarcado», esas mujeres que no solo se alían, sino que defienden la violencia contra otras mujeres y operan y actúan como brazos ejecutores de algunas de esas violencias.
En el pasado ese papel lo ejercieron las «suegras» que violentaban a las nueras mediante la imposición de un control al cuerpo de las mujeres y la imposición de una moral a modo. Uno de los mejores ejemplos de esa violencia se documentó en uno de los capítulos de la serie Mujeres asesinas, pero ha estado presente en narrativas como en Doña Bárbara, y en muchas otras expresiones del arte.
Lo peor, es que muchas veces las mujeres no saben cuándo o cómo operan como «defensoras» o «guardianas» del patriarcado y cuándo se están aliando con él, pero eso nos da pauta para reflexionar de qué lado estamos eligiendo estar en esta lucha por la sobrevivencia de las niñas y las mujeres.
Algunas de las preguntas que nos sirven para identificar si estamos jugando como “guardianas” del patriarcado ya han sido identificadas a través del tiempo por otras feministas e incluye aspectos que van desde la defensa de los estereotipos que sostienen el género, es decir, la asignación e imposición de roles, palabras y lugares a las mujeres para devaluarlas, cosificarlas e invisibilizarlas hasta la caricaturización patriarcal sobre el ser mujer, reduciéndola a orificios, pechos y nalgas hipersexualizadas.
Incluso se enmascaran de aparentes discursos transgresores que solo imponen la preservación de los roles que históricamente han desempeñado las mujeres al servicio del patriarcado y que el feminismo ha cuestionado, como la disponibilidad de los cuerpos de las mujeres para el disfrute/explotación al servicio de los hombres.
Y no es que una mujer no pueda elegir tener todas las transgresiones que elija, lo complejo radica en que se construyan transgresiones que escapen al beneficio histórico que ha obtenido el sistema patriarcal de los cuerpos de las mujeres.
No hay una prueba, pero sin duda, pensarnos y repensarnos en qué momento y cómo podemos convertirnos en “guardianas del patriarcado” debería pasar por el principio simple y más añejo que a Olimpia de Gouges le costó la vida hace más de 200 años, y que parece seguir costándole la seguridad, la integridad y la vida a muchas mujeres hoy día, atreverse a confrontar al patriarcado y colocar en el centro de todas las reflexiones a las mujeres. Considerarlas ciudadanas.
Las guardianas del patriarcado, encontraremos que esta figura corresponde no solo a mujeres, sino esencialmente a hombres guardianes, pero es posible que también la desempeñen las mujeres. La forma más fácil de encontrarlas es pensando que son “mujeres machistas” o que “defienden a los hombres”. Es mucho más fácil identificarles cuando son hombres al frente de la toma de decisiones en la justicia, en la política pública y en las propias organizaciones. Lo complejo es cuando una práctica de defensa del patriarcado se enmascara y engaña detrás de una mujer.
Pues a la par que, conforme ha pasado el tiempo, la violencia contra las mujeres se ha hecho mucho más racional, más sofisticada y compleja, también lo ha hecho la figura de las “guardianas del patriarcado” aunque a final de cuentas se reduce a defender a lo masculino, lo falocéntrico, para quienes es impensable colocar a las mujeres en el centro.
No solo se trata de la violencia sino las formas de discriminación, la vuelta a la invisibilización bajo los discursos “humanistas” de épocas pasadas que se maquillan y enmascaran de “modernos” para convencer que no es necesario hablar de las mujeres y las ciudadanas, igual que hace 200 años.
Y eso, por supuesto, incluye que ser “guardiana” o “guardián” del patriarcado tenga implicaciones mucho más sofisticadas. Aunque en algunos casos, basta pasarles el “tamiz” básico para mirar que sus violencias buscan mantener el mundo igual que hace 200 años, un planeta en el que las mujeres no existían en el papel, no eran reconocidas en las leyes como sujetas jurídicas, y buscan sostener los estereotipos más comunes y obvios de que los cuerpos de las mujeres son para el disfrute y explotación del sistema patriarcal, y realmente creen que las mujeres deben sacrificarse y abnegarse por y para el otro masculino, negarse y solo así son aprobadas (solo así nos perdonan la existencia) sosteniendo la búsqueda de la aprobación masculina.
Es decirnos que en el mundo solo hay lugar para nosotras, solo si renunciamos a todo por los hombres, y miren que crecí oyendo esos discursos, así nos intentaron educar las abuelas, las madres, a darles la comida, la voz, a callar, a ser silenciadas si un hombre hablaba, a aplaudirles, a aceptar que ellos nos definieran y dijeran cómo debíamos ser… y aún así, resistimos, sobrevivimos.
Lo que las guardianas y los guardianes del patriarcado siempre les han pedido a las mujeres es eso, negarse, abdicar, renunciar, colocarse segunda, anteponer al otro, ¿cómo va a la mujer capaz de ser egoísta y no colocar a otro antes que a ella? No hay nada más convencional en la forma histórica de la discriminación y la violencia contra las mujeres que demandarnos la abnegación, ceder nuestro lugar en el mundo, la comida, el nombre, la palabra, la voz.
Ya lo pensó y escribió hace más de 100 años, Victoria Ocampo cuando observó que no existía un diálogo entre las mujeres y los hombres, sino que ellos más bien imponían su voz porque no nos reconocían como sus iguales, como seres humanos, por eso solo había un diálogo posible “no me interrumpas”, no blasfemes, no niegues que soy yo el que manda -dirían los guardianes-, es él el que manda y nos define a nosotras las mujeres -dirían las guardianas-. Qué suerte que a Victoria no le tocó vivir en la época en la que a Olimpia le costó la cabeza atreverse a exigir ser nombrada.
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