Después de unos días de enorme tensión y rispideces incómodas entre los ávidos aspirantes a la candidatura presidencial del 2024 por el partido Morena, el pasado domingo, el Consejo Político Nacional de la primera fuerza política del país, definió y aprobó las reglas sobre el procedimiento interno de selección de candidato o candidata rumbo a las elecciones del próximo año. Entre celebración, aparente disciplina y discursos de “unidad”, se asegura, en papel por lo menos, un “piso parejo” que daría certeza a este proceso fundamental.
Y no es cosa menor; las reglas son claras y parecen bastante justas, apropiadas e “inclusivas”. Se reconoce “incluso” a los que—aún sin tener posibilidad alguna de ganar, pero quizás sí un afán por negociar espacios privilegiados en la política mexicana con miras al 2024—se llegaron a sentir excluidos. Y lo que es más importante, se establece como requisito clave la separación del cargo de los aspirantes para supuestamente evitar el potencial uso de propaganda oficial, estructuras gubernamentales y recursos de dependencias públicas en la contienda por la candidatura.
Incluso quienes se habían quejado amargamente por algún supuesto desaire del Presidente o una aparente “cargada” hacia un(a) candidato(a) en particular, parecen ahora mismo estar muy satisfechos. En un tuit, por ejemplo, Marcelo Ebrard—quien ya había expresado públicamente su descontento—escribe (con alegría) lo siguiente:
“Lee Alfonso Durazo los acuerdos aprobados: separación del cargo de aspirantes, no podrán participar de ningún modo gobernadore(a)s ni Gobierno federal, boleta con una pregunta, prohibición de dádivas y acarreos. Sonrían, todo va a estar bien !! Nos va a ir requetebien!! Alegría !!!”.
Las reglas y procedimientos para la elección del candidato o la candidata de Morena ya están establecidos y parecen muy pertinentes. En este ánimo de transparencia, equidad y sobre todo de “unidad”, pareciera ser, a primera vista, que la elección presidencial del 2024 en México ya está resuelta. Sea quien sea el elegido o la elegida por las bases de la primera fuerza política del país, ésta o éste muy probablemente se convertiría en el Presidente o la Presidenta de México. El fracaso del movimiento opositor mexicano, su torpeza e incapacidad absolutas, así como la ínfima calidad y penoso papel de los aspirantes a candidatos—dignos de una ópera bufa—lo relegan a la más absoluta irrelevancia y parecen dejar la contienda en el terreno exclusivo de Morena.
No obstante lo anterior, las cartas o la suerte no “están echadas” y aún queda mucho por ver. Lo que sí parece claro es que la contienda presidencial estará efectivamente entre los aspirantes a la candidatura de Morena—dentro o fuera del partido. Se vislumbran meses muy complejos e interesantes en materia electoral o electorera. Desafortunadamente, pareciera ser que ahora todo girará en torno a las campañas y las elecciones que se llevarán a cabo el próximo año.
Poco se logrará en los temas sustantivos de interés nacional como el de la seguridad, lucha contra la delincuencia organizada, impartición de justicia, lucha contra la corrupción y la impunidad, política migratoria, entre muchos otros. Se acabó el sexenio, pero se extiende la red clientelar en forma de programas sociales sin vínculo a un plan de desarrollo—pero sí, aparentemente, al proceso electoral.
Parece ser que muchos están, desde ahora (y algunos desde antes), buscando un hueso o influencia en la política mexicana—y un espacio de privilegio en sus áreas respectivas—en el siguiente sexenio. Políticos, burócratas, comunicadores (periodistas oportunistas y algunos youtuberos emulando ser los primeros) y miembros claves de grupos de interés ya empiezan a expresar sus preferencias, apostando quizás por quien ellos sienten los beneficiará más a corto y mediano plazos.
Algunos ven una especie de “cargada” que viene a avalar los deseos del Presidente. Pero en realidad, como expresé anteriormente, el resultado final no es claro. Aún hay mucho camino por recorrer y, quizás, muchos juegos sucios por presenciar. El “piso parejo” que algunos pedían parece se les concede al final, pero el proceso aún no empieza; y todo es posible. Cabe la posibilidad de que no se respeten las reglas en la práctica por parte de la cúpula partidista, pero también es posible que algún perdedor (o perdedora) no acepte el resultado final de la encuesta. El caso de Coahuila nos hace pensar en este último escenario. No puedo afirmar que esto pasará, pero puedo plantear varios escenarios.
No obstante lo anterior, con o sin “cargada”, con o sin “dedazo”, ganará quien tenga que ganar. Y en el proceso, si todo sale bien, y nadie rompe el pacto, podría consolidarse la transformación del sistema político mexicano, una vez más. Por ejemplo, en un escenario hipotético, si Marcelo Ebrard pierde la encuesta y no resulta ser el candidato, pero no se empeña en participar en la contienda y no rompe el pacto—manteniendo la “unidad”—el sistema de partidos en México habría cambiado definitivamente, para bien, o para mal. Pero no obstante el resultado, Morena, el partido creado por el actual Presidente mexicano es, independientemente de cualquier candidato, un verdadero fenómeno en la historia de los partidos políticos en México. Algunos, maliciosamente, se han llegado a referir al mismo, como una metamorfosis del partido de la “dictadura perfecta”.
Formado como un partido-movimiento, Morena ha enfocado sus principales esfuerzos en consolidarse como un partido real y efectivo que hoy por hoy le lleva una gran delantera a todos los demás. Este éxito puede explicarse a través de la narrativa de su aspiración como movimiento político y social, el carisma de su fundador que se convirtió en Presidente, una habilísima estrategia de comunicación anclada en la imagen del dirigente, y la exitosísima construcción de una red clientelar colocada justo sobre el mapa electoral (por distrito) a nivel nacional.
El partido-movimiento desconoce, en cierta medida, al movimiento de regeneración nacional y se enfoca con enorme fuerza en el partido. Y esto es claro dados los logros avasalladores del partido en las elecciones de los últimos años. La transición política en el 2024 se decidirá, en principio, al interior de Morena. De la contienda interna del partido este año, pronostico surgirán los candidatos efectivos para la elección presidencial del 2024 en la totalidad del espectro político; los demás serán irrelevantes.
Y pienso que sí existe la posibilidad de que el movimiento opositor tenga un candidato efectivo y operadores estrella, pero éstos muy probablemente saldrán de Morena. En el caso de que no se mantenga la unidad en el partido, el panorama pinta más que incierto e interesante. Y surgen las siguientes preguntas: ¿Será Ebrard? ¿Será Sheinbaum? ¿Se mantendrá la unidad? ¿Será Morena a final?
Y esta historia, continuará …
Nota: El futuro del país a partir del 2024 no dependerá del Presidente o la Presidenta, sino de la conformación del Congreso de la Unión.
Guadalupe Correa-Cabrera
Guadalupe Correa-Cabrera. Profesora-investigadora de Política y Gobierno, especialista en temas de seguridad, estudios fronterizos y relaciones México-Estados Unidos. Autora de Los Zetas Inc.
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