La visa como castigo
Mucho hemos luchado los mexicanos contra cualquier intento de amordazar nuestra libertad de palabra. Lo curioso es que un presidente, no mexicano, sino el de Estados Unidos, impone castigo a quienes de alguna manera lo critiquen o incomoden. También a narcopolíticos, hay que decirlo. Según el ex gobernador de Guerrero y actual coordinador de Enlace Político de Movimiento Ciudadano (MC), Héctor Astudillo, fue privado de su visa porque hizo unas declaraciones en el sentido de que “los aranceles no afectan a los empresarios, sino a hombres y mujeres, principalmente a los guerrerenses que trabajan en los campos de Sinaloa, especialmente en estos tiempos críticos para el país”.
No estaba en los planes la situación extraordinaria que está enfrentando el gobierno federal como resultado de las fuertes lluvias en una amplia región del país, principalmente en Veracruz. La presidenta Sheinbaum dijo hace unas horas que está entregando el alma y no faltará ayuda y apoyo a los damnificados. ¿Y su equipo? En situaciones como ésta se pone a prueba su desempeño. Claudia ha expresado que no tiene pensado hacer cambios, está satisfecha con su trabajo. Sin embargo, la opinión pública advierte diferencias. Los mejor evaluados, al terminar el primer año del sexenio, son hombres y mujeres que están demostrando pasión por su trabajo.
La “novena” de Claudia
Para decirlo conlenguaje beisbolero, éstos son los mejor evaluados por los ciudadanos. Sin ningún orden especial: Édgar Amador Zamora, secretario de Hacienda; Rosa Icela Rodríguez, Gobernación; Alicia Bárcena, Medio Ambiente; Martí Batres, director del Issste; Marcelo Ebrard, Economía; Adriana Montiel, Bienestar; Juan Ramón de la Fuente, Relaciones Exteriores; Omar García Harfuch, Seguridad, y Luz Elena González, Energía. En un renglón aparte habría que mencionar a los mandos militares, el secretario de la Defensa, general Ricardo TrevillaTrejo, y al titular de Marina, almirante Raymundo Pedro Morales. La mirada de los mexicanos estará siguiendo su actuación en estos días de la crisis desatada por las lluvias.
Díselo a Claudia
Asunto: estudiantes de medicina extorsionados
A los estudiantes de medicina, sus maestros, médicos profesores, los extorsionan pidiéndoles que les compren cafés o alimentos. Las cantidades oscilan entre mil y 2 mil pesos. ¡Esto me parece un ultraje! Al parecer hay denuncias, pero desconozco si han procedido o no. El hecho es que esa inmoral costumbre sigue vigente en los hospitales del IMSS en León, Guanajuato.
Marco A. Álvarez Otero
Twitterati
¡Hágame usted el favor! Tulum está vacío, sin gente, y aún así los empresarios y hoteleros siguen exagerando con los precios. Para el mexicano promedio ya es casi imposible vacacionar ahí, y como si fuera poco… ¡Roberto Palazuelos vende en su taquería la orden de tres taquitos al pastor en 200 pesos! Con razón Tulum parece más un set de fotos que destino turístico.
Raul Gutiérrez @raulgtzoficial
Correo: galvanochoa@gmail.com
El mandatario estadunidense ha sostenido un ataque de aparente baja intensidad que cada vez muestra los colmillos en posición de ataque. Ha ido sometiendo a la institucionalidad mexicana a su dinámica de amenazas y chantajes, negociaciones, toma de utilidades y vuelta a las amenazas y chantajes, en un ciclo de cuyas fases la presidenta Claudia Sheinbaum ha podido conservar la figura merced a concesiones y acuerdos que satisfagan la voracidad del “amable” secuestrador.
Esa evolución beligerante contra México tiene como palanca de presión el presunto combate al narcotráfico y, en estos días ha subido de tono provocador con mensajes de “periodismo” gringo de élite respecto al retiro de visas a políticos, sobre todo de tinte guinda (sea éste genuino o artificial), la siembra de narcomantas que amenazan (desde Baja California Sur) con el asesinato de paisanos de Trump y declaraciones amenazantes de altos funcionarios halcones desde Washington.
Todo lo que ha ido instalando Trump en México (comenzando por el embajador boina verde, Ronald Johnson; la acometida “quita visas” del subsecretario de Estado, Christopher Landeau, y la promoción de “profetas” del desastre y aliados vendepatrias) tiene como necesaria referencia lo que está sucediendo en Venezuela, aunque las circunstancias de cada país sean diferentes en varios terrenos (en México no hay objeciones fundadas ni creíbles respecto al triunfo electoral de la presidenta Sheinbaum, por ejemplo).
El habitante de la Casa Blanca reconoció ayer ante periodistas que autorizó acciones de la CIA en Venezuela y que se analizan escenarios de acción armada en ese país. Además, quien dio luz verde al asesinato de presuntos traficantes de drogas en pequeñas embarcaciones en el Caribe ha dicho que está estudiando acciones “en tierra” contra cárteles en Venezuela.
La preparación de acciones en el país bolivariano ha sido cruda, insolente, mientras en México ha sido paulatina y, en apariencia, menos bélica (aunque ganas y asesores no le han faltado a Trump para incentivar la opción armada). Envío de drones es la alternativa más explorada en Washington, provocaciones y desestabilización desgastante. No la intervención armada directa, pero sí elevar el costo para México (exigiéndole más y más resultados a gusto del poderoso) y ensamblarlo en condición debilitada al bloque norteamericano dirigido despóticamente por Trump.
En El Colegio de México se realizará, hoy y mañana, un coloquio denominado Los nuevos rostros del autoritarismo, bajo la consideración de que la “transformación de los sistemas democráticos hacia formas cada vez más autoritarias ha afectado tanto a regímenes recién constituidos como a democracias consolidadas. Algunas de las características de esta nueva forma de poder incluyen el control del Poder Judicial, la neutralización de la oposición política, la restricción de la autonomía de los medios de comunicación, las universidades y los movimientos sociales, y la adopción de discursos intolerantes y xenófobos”.
Humberto Beck, uno de los participantes, señala que “el auge de la extrema derecha y el retroceso autoritario de democracias alrededor del mundo son los procesos políticos más significativos de la última década”. En ese contexto, México representa una excepción notable, ya que la izquierda electoral triunfó y logró continuidad. Morena, agregó Beck, tiene “una combinación de aspectos democráticos y autoritarios“, con buenos resultados para sectores populares pero también con una concentración de poder, sobre todo en cuanto a las fuerzas armadas, que complica la rendición de cuentas (entrevista: https://goo.su/CesXG). ¡Hasta mañana!
X: @julioastillero,Facebook: Julio Astillero,juliohdz@jornada.com.mx
trampas del desarrollo// Tres décadas de vueltas a la noria // ¿Nobel de la Paz? Lástima, Donald
Parece que la bola de cristal de la Cepal se pasmó, porque tal “revelación” es prácticamente la misma que el propio organismo difunde desde la década de los 90, años en los que las “trampas del crecimiento” comenzaron a aparecer en sus informes. Así, transcurridas más de tres décadas, los “descubrimientos” resultan ser los mismos, sin aparentemente encontrar los factores que ocasiona el estancamiento de las economías regionales, pero siempre recomendando ajustes y más ajustes, los cuales, por lo visto, no han servido para nada, salvo para mantener a los latinoamericanos en condiciones cada vez más precarias, es decir, totalmente lo contrario de la oligarquía regional.
El más reciente informe del organismo especializado de la ONU indica que para salir de la “trampa” del bajo desarrollo “es imperativo redoblar los esfuerzos para promover la transformación productiva de las economías, con el fin de dinamizar la productividad y alcanzar un crecimiento más elevado, sostenido, inclusivo y sostenible. Esta transformación, entendida como un proceso de sofisticación, diversificación y cambio estructural positivo, constituye una prioridad impostergable para los países de la región. No es algo que vaya a ocurrir espontáneamente o por obra de una mano invisible: es preciso aplicar políticas públicas deliberadas, coordinadas con todos los actores claves y de largo plazo. Ese esfuerzo de dar dirección a la acción colectiva, que es, ante todo, un esfuerzo de gobernanza, es la característica central de la nueva generación de políticas de desarrollo productivo necesarias”.Recientemente, el secretario ejecutivo de la Cepal, José Manuel Salazar-Xirinachs, advirtió que si la región no inicia “una nueva era de crecimiento alto, sostenido, inclusivo y sostenible, nos enfilamos hacia una tercera década perdida”, lo cual, sin duda, casi es un hecho, pero a la hora de aportar posibles salidas a ese terrorífico panorama, el sucesor de Alicia Bárcena de nueva cuenta cayó en lo mismo: “para evitarlo, los países deben escalar y mejorar sus políticas de desarrollo productivo a partir de una nueva visión, que incluye, entre otras cosas, trabajar en agendas estratégicas en torno a sectores impulsores, esfuerzos colaborativos multinivel y multiactor, y promoción de clústeres y otras iniciativas de articulación productiva”, es decir, nada que la propia institución no haya “recomendado” en las últimas tres décadas.
Entonces, lo que a todas luces debe cambiar no sólo son el enfoque y las propuestas de organismos como el FMI, el Banco Mundial y la propia Cepal, sino sus directivas y equipos de “analistas”, que no salen de dar vueltas a la noria.
Las rebanadas del pastel
Qué lástima, porque a pesar de sus innumerables contribuciones a la “paz”, el megalómano Donald Trump se quedó con las ganas de ser galardonado con el desprestigiado Nobel respectivo. Y sobran pruebas de sus invaluables aportaciones: “las fuerzas israelíes podrían reanudar los combates en Gaza con sólo una palabra mía si la resistencia palestina no cumple con el acuerdo, y si no se desarma, la desarmamos” (aunque en los hechos ha sido Israel el primero en violarlo); “autoricé operaciones encubiertas de la CIA en Venezuela y considero atacar en tierra a cárteles de ese país, además de los navíos de guerra en sus costas; está sintiendo la presión, pero muchas naciones también la están sintiendo”; “más misiles para Ucrania”, sin descartar los Tomahawk; “guerra comercial con China” (y con el mundo entero); bombardeo a Irán; despliegue de tropas en ciudades estadunidenses gobernadas por demócratas; militarización de la frontera sur de su país, cacería de migrantes y lo que acumule. Y todo en apenas nueve meses de estancia en la Casa Blanca. Cierto es que nunca ha sido famoso por su “cordura”, pero a estas alturas este esperpéntico personaje está decidido a enterrar a la humanidad.
Es cierto que el gigante asiático ha sido objeto de los ataques arancelarios estadunidenses desde hace casi una década, y que enfrenta un ataque sistemático por parte de Washington y sus aliados, decididos a impedir que logre la supremacía –e incluso el equilibrio– en los ámbitos científico y tecnológico en el puñado de rubros que todavía no domina. Sin embargo, hablar de un enfrentamiento entre las dos mayores economías del planeta disfraza una realidad en la que el trumpismo ha emprendido la guerra contra el mundo entero, con la solitaria excepción del régimen genocida de Israel.
A Cuba, Irán, Rusia, Venezuela y otros países que no se doblegan ante sus desplantes imperiales les redobla las sanciones ilegales que, de acuerdo con la revista científica The Lancet, causaron de manera indirecta la muerte de medio millón de civiles al año entre 1971 y 2021. A Brasil lo castigó con aranceles exorbitados por juzgar y condenar al fallido golpista Jair Bolsonaro; a India, por comprar hidrocarburos rusos; y a sus aliados más cercanos –los miembros de la Unión Europea, Gran Bretaña, Japón, Corea del Sur, Taiwán–, por el simple hecho de adelantar a Estados Unidos en uno o varios sectores en los que a Trump se le ocurrió que su país debería descollar.
A otros países, incluidos muchos que se encuentran entre los más pobres del mundo y venden a la superpotencia bienes por valores ínfimos, los atacó con tarifas comerciales sin otro sentido aparente que exhibir su capacidad de trastocar las vidas de millones de personas. Si a lo anterior se añade el daño que inflige al equilibrio ambiental y a la salud humana con su cruzada contra las energías renovables y toda medida para atemperar el cambio climático, queda claro que el magnate está en guerra contra el planeta y contra el sentido común.
Para México, la hostilidad de la administración republicana se traduce en la constante interferencia en asuntos internos; en las amenazas de dinamitar el tratado de libre comercio que vincula a las economías de América del Norte; y en declaraciones fantasiosas e irresponsables, como la emitida por el Departamento de Seguridad Interior respecto al imaginario financiamiento de los cárteles mexicanos a “grupos extremistas locales” para perseguir, secuestrar y asesinar a agentes de los servicios de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) y de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés).
Ningún elemento de esas corporaciones ha sido secuestrado ni asesinado y no hay el menor indicio de vínculos entre el crimen organizado y los activistas por los derechos humanos que denuncian los abusos, esos sí reales y letales, de los uniformados conducidos por una dirigencia xenófoba.
Es inevitable concluir que para el magnate no existe otra forma de relacionarse con los otros –dentro y fuera de su país– que la agresión y la amenaza, y que en su concepción las balas y los aranceles son dos caras de un mismo proyecto de concentración del poder. Lo que Trump parece no ver es el saldo contraproducente de la tosquedad con que entiende las complejas relaciones internacionales: lejos de devolver la “grandeza” a Estados Unidos, su estilo errático e imprevisible lo hace un socio diplomático, económico y militar cada vez menos confiable, con lo que arroja a las naciones a los brazos de China, un jugador astuto que refuerza su posición sin recurrir a las armas ni intervenir en las naciones con las que comercia.

Al verse moralmente condenado y aislado de sus apoyos europeos y anglosajones –y de algunos latinoamericanos, léase la Argentina de Milei o el Ecuador de Noboa– Tel Aviv “retrocedió” mediante un tratado con Hamas promovido por el amenazante y guerrerista presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Llamar “de paz” al tratado es altamente dudoso, después de 77 años de persecución y crímenes contra el pueblo palestino, uno de estos últimos el bombardeo y destrucción del hospital Al Ahli en Gaza, con un saldo 471 muertos.
Sólo el regreso de Israel a sus fronteras previas a la Guerra de los Seis Días, en 1967, la instauración de un Estado palestino con capital en Jerusalén Oriental, y el juzgamiento de los responsables de los crímenes de guerra y lesa humanidad en Gaza, empezando por Benjamin Netanyahu, garantizarán una paz definitiva y duradera.
Miguel Socolovsky, investigador del Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM
Ahora me pregunto si el espíritu sionista que hoy alimenta el genocidio del pueblo palestino no se sedimentó en las generaciones que educó la que tenía entre 15 y 25 años en 1970. Tal parece que sí.
Desde hace dos años presenciamos ante nuestros ojos –dirá Greta Thunberg, una de las capitanas de la flotilla Sumud– ese increíble proceso genocida. Lo escuchamos y vemos a diario, como los israelíes de hace medio siglo a Moshe Dayan, disfrazado de información, de argumentos edulcorados, de voces hipócritas y perversas. Trump en la ONU decía estar comprometido en la búsqueda de un alto el fuego en Gaza, pero a cambio de no reconocer el derecho de Palestina a tener un Estado. Así afirmó: “La recompensa sería demasiado grande para los terroristas por sus atrocidades”. Premios para los genocidas, castigo para sus víctimas.
En realidad es lo que contempla el plan de paz propuesto no por la ONU, a quien Trump tildó de inepta en su propia sede, sino por este gobernante megalómano. La paz se consigue quitando las armas a Hamas, sus tierras a los gazatíes (el negocio no espera) y su propia posibilidad de tener un Estado.
El mundo atiende, encandilado, a todas las mentiras, mitos e infinitas manipulaciones que se agolpan sin cesar en millones de receptores –sobre todo en la feligresía blanca y angloprotestante y su periferia capitalista de derecha en Occidente. Afortunadamente, hay una respuesta vigorosa, racional y esperanzadora. Esta respuesta abarca desde la que numerosos comentaristas y políticos comunican en las redes sociales hasta la que ha representado la flotilla Sumud y la formulada por las investigaciones rigurosas sobre la historia y el presente de esa humanidad sujeta a mayores sufrimientos que los que experimentó Jesús, su ejemplar antepasado de origen palestino.
Obra de Laila Porras, una lúcida y muy puntual historiadora, Palestina/Israel: Una mirada a la historia se ocupa de desmontar la mitología bíblica y la que la opinión construida a base de sus repeticiones religiosas y seculares ha afirmado a lo largo de siglos sobre Judea y los judíos. La existencia de Palestina se remonta a más de 4 mil años contados desde nuestros días. Su territorio lo habitaron los cananeos, los filisteos, los hebreos (después llamados judíos), los griegos, los romanos, los árabes… Arqueólogos e historiadores afirman que contrariamente a los relatos bíblicos, de los judíos no se registra su éxodo en el siglo XIII antes de nuestra era, ni haber sufrido cautiverio en Egipto, ni haberles nadie otorgado Judea como su “tierra prometida”. Así que tampoco “Dios tuvo un pueblo escogido; el pueblo escogido de Dios es la humanidad”, dijo Gustavo Petro, el presidente pedagogo. De hecho, la población de Palestina se hizo con inmigrantes de otras partes –lo que hoy el impío e ignorante de Trump criminaliza con ánimo de limpieza étnica. Judíos y palestinos convivieron durante siglos pacíficamente y no, como quiere la distorsión histórica, en permanente antagonismo.
No es extraño que haya sido el capitalismo el que haya tornado a Palestina en tierra de disputa y guerra. Desde principios del siglo XIX, ante la malquerencia de los judíos por grupos como los que hoy detestan a los árabes y otras etnias en Europa y Estados Unidos, se empezó a divulgar en ciertos círculos la necesidad de reivindicar a la comunidad judía, destinándole un territorio permanente.
Después de la Primera Guerra Mundial, la idea cobró fuerza y fue consignada en la Declaración Balfour: el canciller de la Gran Bretaña prometía a Lionel W. Rothschild, banquero y promotor del sionismo, “‘un hogar nacional para el pueblo judío’ en Palestina”. Así, sin consultar a los palestinos, se abría paso al sionismo con visión financiera, colonial e imperialista.
A raíz de la Segunda Guerra Mundial, aprovechando el sentimiento de culpa-piedad causado por el Holocausto, la ONU procedió a crear el Estado de Israel mediante la partición de Palestina. A la población judía, que era 30 por ciento del total, adjudicó 56 por ciento del territorio, y a la palestina el resto, 44 por ciento. Mediante la guerra, Israel lo convirtió en 78 por ciento. Y a su propio territorio –habitado por israelíes y palestinos– en un régimen de apartheid.
Desde entonces, tras guerras y enfrentamientos, Israel quedaba como una entidad asociada de Estados Unidos, y a los palestinos se los fue arrinconando a una minúscula porción de Gaza y Cisjordania. Es esta la historia a la que aludía el secretario general de la ONU, luego de condenar el ataque de Hamas a Israel en octubre de 2023: estos ataques “no ocurrieron de la nada” (…) “el pueblo palestino ha sido sometido a 56 años de ocupación asfixiante”. Todo pueblo tiene derecho a luchar contra la ocupación, según el derecho internacional, “incluso por medio de la lucha armada”.
La doctora Porras consigna en su libro las 18 resoluciones de la ONU y su Consejo de Seguridad que Israel ha incumplido para dar cauce a la solución en el enfrentamiento con el pueblo que ocupa y coloniza desde hace más de cinco décadas. Igual incumplió el reciente anuncio de alto el fuego: horas después bombardeó el norte de Gaza y un hospital.
El imperativo moral está inscrito en la frase de Nelson Mandela que la autora recoge: “Nuestra libertad está incompleta sin la libertad del pueblo palestino”. Hay que luchar por ella.
Por un lado, la creciente incidencia de expresiones de violencia en los centros educativos, particularmente en la educación media superior, son signo de la permeabilidad de las instituciones y comunidades educativas de la inseguridad que en algunas latitudes del país es generalizada. El lamentable asesinato cometido el pasado 22 de septiembre en el CCH Sur de la UNAM, pero también los diversos incidentes suscitados en el interior de otras preparatorias e instituciones educativas del país de prácticamente todos los niveles, son muestra de la vulnerabilidad de los propios estudiantes dentro de las escuelas, así como de la debilidad institucional para prevenir y erradicar estas violencias que, como en el caso del CCH Sur, condicionan la continuidad de las actividades educativas en las condiciones indispensables.
De acuerdo con distintas encuestas del Inegi recuperadas por la Red por los Derechos de la Infancia en México, 28 por ciento de las personas de 12 a 17 años que asisten a la escuela fueron víctimas de acoso escolar, cifra equivalente a 3.3 millones de adolescentes víctimas de esta forma de violencia en un año. Asimismo, 30.7 mil personas de entre 10 y 17 años fueron víctimas de violencia física en las escuelas en el lapso de un año. Cifras como las anteriores dejan claro que, hoy por hoy, los espacios que deberían ser de mayor confianza para las infancias, adolescencias y juventudes, como la escuela o la familia, son, en los hechos, escenarios primarios de experimentación de diversas formas de violencia.
A este escenario de violencias en el ámbito educativo, que por sí mismas constituyen una problemática que conspira contra la concreción del derecho humano a la educación, debemos sumar las expresiones y decisiones políticas que ven en los entornos educativos escenarios propicios para instrumentar perspectivas ideológicas excluyentes que desafortunadamente se han vuelto características de los tiempos actuales, que atentan no sólo contra el derecho a la educación, sino, en general, con la perspectiva de derechos humanos que resulta imprescindible para la educación, especialmente en el mundo actual.
Un ejemplo muy reciente de ello es la aprobación por el Congreso de Chihuahua de una reforma al artículo 8 de su Ley Estatal de Educación. Si bien la reforma únicamente adiciona como finalidad de la educación el fomento del “uso correcto de las reglas gramaticales y ortográficas del idioma español”, la narrativa sostenida por quienes promovieron y aprobaron esta reforma ha estado repleta de alusiones a la prohibición del uso del lenguaje inclusivo como intención real de esta reforma. Expresiones como éstas corren a contrapelo de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, especialmente de lo que consigna su artículo 1º, reformado desde 2011, y los párrafos 3, 4 y 11 del artículo tercero, reformado en 2019. De igual modo, el artículo 29 de la Ley General de Educación y los artículos 42 y 43 de la Ley General de Educación Superior, que establecen disposiciones opuestas a las predicadas por el actual Congreso local de Chihuahua.
Es preocupante, además, el ascenso que a escala global han tenido este tipo de expresiones ideológicas regresivas, reivindicadas tanto por populismos de derecha como de izquierda, que avanzan en contrasentido de la agenda de mínimos democráticos indispensables que hasta hace poco tiempo suponíamos eran un consenso establecido entre las fuerzas políticas en la mayor parte del mundo. Las alusiones a las mal llamadas “ideologías de género” y otras narrativas profundamente estigmatizantes que atentan contra la equidad y la inclusión son expresiones de una clase política que parece haber abandonado su compromiso con los derechos que todo régimen democrático debiera respetar, promover y garantizar.
El acceso a la educación es ya, por sí mismo, un desafío en términos de infraestructura pública. Si bien la cobertura en educación primaria alcanza casi 100 por ciento de acuerdo con cifras de la SEP, 84.2 por ciento de la población concluye la secundaria, y 62.1 por ciento, la educación media superior. Peor aún, sólo 45.1 por ciento de la población tiene posibilidad de acceder a la educación superior, sin que ello garantice que concluya dicho ciclo formativo.
Así pues, en los hechos, además de las profundas brechas económicas y de la violencia e inseguridad que atenta especialmente contra las juventudes en el espacio público, particularmente por parte del crimen organizado, el acceso a la educación se ve entorpecido ahora por ocurrencias políticas que impulsan una agenda regresiva en materia de derechos. Por uno u otro motivo, el creciente riesgo de pérdida de las escuelas como espacios seguros, libres e incluyentes cuestiona y condiciona seriamente la construcción del futuro digno y pleno que decimos querer para las generaciones que nos suceden.
Se trata de una “batalla cultural” burguesa también en los territorios simbólicos, cuyo blanco de fuego es la conciencia colectiva hacia una “reingeniería semiótica” diseñada para borrar las huellas históricas del trabajo como fuerza creadora, social y emancipadora, sustituyéndolas por la narrativa empresarial del “empleo flexible”, la “emprendeduría individual”, la “colaboración” y el “retiro voluntario”. En su ofensiva contra la clase trabajadora, la burguesía ha desplegado una estrategia demencial de resignificación. Primero transformó la explotación en virtud productiva, el trabajador dejó de ser sujeto para convertirse en “recurso humano”. Así colonizó la imaginación social con la idea de que los derechos laborales eran un “costo”, un obstáculo al “progreso”. Y ahora, bajo la dictadura neoliberal-digital, intenta convertir la precariedad en aspiración y la servidumbre en autogestión. Cada eufemismo –“colaborador”, “ freelancer”, “flexibilidad”, “teletrabajo”– funciona como signo anestésico, diseñado para encubrir la explotación con la apariencia de libertad. El lenguaje de la dominación ha mutado en gramática de la alienación.
Nuestra semiótica crítica se opone a reducir el trabajo a una contienda sólo por salarios o a una sociología pueril de la fábrica; es una disputa revolucionaria. El capitalismo busca desfigurar e invisibilizar el vínculo entre trabajo y humanidad. Quiere que olvidemos que el trabajo es una actividad social creadora, fundamento civilizatorio de toda cultura y de toda forma de comunidad. La ofensiva ideológica consiste en despojar al trabajo de su carácter histórico, social y político para deformarlo como simple función, engorrosa, de mercado. Es la deshumanización del trabajo para borrar de los signos toda memoria de lucha, conciencia de clase y conquista obrera.
Cuando los mass media repiten que “el trabajo del futuro” será sin sindicatos, sin horarios, sin vigilancia y sin jefe visible, está comunicándose un mensaje oculto: el capitalismo no necesita ya trabajadores organizados, sino individuos fragmentados que se autoexploten con sonrisa corporativa. Es el laboratorio de moda que fabrica el consenso de la precariedad resignada. Plataformas, algoritmos y redes sociales son los “nuevos” capataces semióticos. En ellos se construye la ficción de un “mercado libre” en el que cada trabajador o trabajadora decide su destino libremente, cuando en realidad cada clic y cada tarea están gobernados por sistemas de extracción de plusvalor invisibles; su home office.
En la historia de los derechos laborales, la jornada de ocho horas y la sindicalización, por ejemplo, es una historia de semiosis insurgente. Cada derecho obrero conquistado es también una conquista de sentido. El trabajador que reclama “ocho horas para el trabajo, ocho para el descanso y ocho para la vida” no sólo exige tiempo, está redefiniendo el significado mismo de humanidad. Por eso, la actual guerra semiótica busca arrancar del lenguaje esas conquistas. Se presenta la explotación como una “oportunidad de desarrollo personal”, y la pobreza como “falta de actitud”. La semiótica neoliberal es la pedagogía del autoengaño.
Todo es parte del plan burgués, sustituir el símbolo del obrero consciente por el del individuo hiperconectado y descolectivizado. El plan es destruir la memoria de la clase trabajadora, rescribir la historia del trabajo en clave de consumo y espectáculo. La destrucción de la historia de los derechos laborales no se hace sólo por decreto ni por ley, sino por signos. Se rescriben manuales, se alteran los significados en los contratos y en los sistemas educativos, se promueven narrativas en las que el conflicto de clases desaparece. Así, la burguesía no necesita censurar la historia, le basta con estetizarla. Convierte la lucha obrera en recuerdo folclórico, en nostalgia sin poder revolucionario. El museo remplaza a la huelga.
Cuando Marx analizó el trabajo, lo entendió no como mera actividad económica, sino como proceso de objetivación de la vida. El trabajador, al transformar la naturaleza, se transforma a sí mismo. Pero en la lógica capitalista, esa autotransformación se invierte, el trabajo alienado convierte al sujeto en cosa y a la cosa en sujeto. La semiótica del capital opera aquí como fetichismo de los signos, el producto adquiere un aura de independencia, mientras el productor se borra del relato.
Destruir la historia de los derechos laborales significa, entonces, destruir la conciencia de clase. Y destruir esa conciencia es destruir la posibilidad de reconocer los signos de la explotación. En el plano semiótico, el enemigo no actúa sólo con leyes o decretos: actúa con imágenes, discursos y algoritmos que naturalizan la desigualdad. La publicidad, el entretenimiento y la “cultura corporativa” son armas semióticas en esta guerra contra el trabajo. La precarización no es sólo económica: es semántica. Hoy el trabajador es bombardeado por signos que le dicen que “trabajar más es ser más libre”, que “el éxito depende del esfuerzo individual” y que “el fracaso es culpa personal”.
Y todos los signos son terreno en disputa. Cada huelga, cada consigna, cada acto de resistencia comunica. Cuidar la historia de los derechos laborales es una tarea semiótica y política, hay que devolverle al signo “trabajo” su densidad histórica y su potencia emancipadora. Hay que reducar el lenguaje del trabajo desde la verdad material de las luchas. No se trata sólo de recordar, sino de resemantizar el pasado para dotarlo de fuerza presente. Asumir esta tarea, analizar los signos del trabajo no como objetos lingüísticos, sino como motores de la lucha de clases. En cada contrato, en cada símbolo institucional, en cada discurso de “innovación” laten signos del poder que necesitan ser descifrados, transparentados.
Hacer del trabajo un signo revolucionario y no de opresión. No basta resistir en la calle, hay que resistir, también, en el sentido. Hay que volver a llenar de contenido la palabra “trabajo”, devolverle su vínculo con la vida y con la justicia. Porque el trabajo no es mercancía, es expresión del ser social. La historia de los derechos laborales no ha terminado, está rescribiéndose en cada lucha de resistencia, en cada batalla que se niega a aceptar la esclavitud con resignación.
Lo anterior revela claramente que la salud mental de millones de personas sufre degradación reiterada y en vías de ampliarse aún más. Para colmo, la OMS señala que el gasto en salud mental sólo llega al 2 por ciento del presupuesto total en salud de los miembros de esa organización. En el caso de América Latina, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) asimismo calcula que en todos nuestros países se cuenta con una proporción semejante destinada a los programas de salud.
En casi todas las naciones, las clases y grupos dominantes diseminan la idea de que las enfermedades son el resultado de factores endógenos relacionados con la misma corporalidad de los seres humanos, y en el caso de la salud mental, la importancia de los factores exógenos es crucial, por lo cual se procura hacer caso omiso de los tipos de causalidad que prohíjan las enfermedades mentales.
Cabe añadir que el concepto “trastorno mental” es demasiado amplio y no facilita realizar una clasificación de los estados mórbidos de la mente; el propio doctor Sigmund Freud apuntó una diferencia sustancial entre neurosis y sicosis, pero en la actualidad nos encontramos con un embrollo taxonómico en el cual aparecen denominaciones de enfermedades como múltiples demencias, entre ellas la enfermedad de Alzheimer, enfermedad de Huntington y otros. Estos padecimientos se han ido incrementando a partir de la segunda mitad del siglo pasado.
Los tratamientos terapéuticos de las diferentes patologías mentales se encuentran con frecuencia frenados por errores de diagnóstico o mecanismos de sanación que no son los realmente válidos. Sicoanalistas y siquiatras como el ya fenecido Giuseppe Amara me dijo que las profesiones que abordan el estudio de la salud mental poseen un carácter embrionario y que sus colegas por lo general no conocen los tipos de estructura social que favorecen el surgimiento y desarrollo de las enfermedades mentales.
A este respecto, me gustaría referir lo siguiente: a una lúcida y eficiente sicoanalista le doné mi libro sobre las elecciones de 1988 en México, y aunque me lo agradeció mucho, me indicó modestamente que temas como los procesos electorales eran materia de plena ignorancia para ella, un hecho que por lo demás es bastante común entre los practicantes de la siquiatría y el sicoanálisis. Por supuesto, no es de pretender que los profesionistas en otras ramas sean también expertos en diversos fundamentos de otras ciencias, pero que sí adopten un conocimiento aceptable en los aspectos sustanciales de las estructuras sociales, tomando en cuenta también que no es lo mismo ser “loco” en la Edad Media que en la época contemporánea.
En lo que atañe a esos millones de personas trastornadas sostengo que la gran mayoría de ellas han caído en precipicios donde la vulnerabilidad que ya existía se ha hecho mucho mayor en el fondo de ese abismo, y aunque los estados mórbidos afectan a todas las clases sociales de distintas maneras, son los trabajadores explotados y oprimidos las mayores víctimas de este antidesarrollo.
Resulta apremiante que diversos especialistas en el tratamiento de la salud mental convoquen a encuentros y congresos en los que se traten los problemas relativos a los tratamientos que conduzcan al descubrimiento de métodos y mecanismos que coadyuven a la generalización de estados de salud mental. Con este fin entonces, una dependencia del Instituto Nacional de Antropología e Historia, la Dirección de Etnología y Antropología Social, convoca a un Coloquio de Salud Mental, el cual se llevará a cabo los días miércoles 4, 11, 18 y 25 de noviembre de 2025 en modalidad híbrida, sala Bonfil Batalla de la Coordinación Nacional de Antropología, avenida San Jerónimo 880, San Jerónimo Lídice, alcaldía Magdalena Contreras, Ciudad de México. Fecha límite de inscripción: 30 de octubre de 2025. Informes: difusion.deas@inah.gob.mx
Adolfo Pérez Esquivel, merecido Premio Nobel de la Paz en 1980, quien lucha contra las dictaduras en el continente y en su propio país, escribió una carta de Nobel a Nobel:
“Corina, te pregunto. ¿Por qué llamaste a los Estados Unidos para que invada Venezuela? ¿Por que al recibir el anuncio de que te otorgaron el Premio Nobel de La Paz se lo dedicaste a Trump, el agresor a tu país que miente y acusa a Venezuela de ser narcotraficante? No olvides Corina que Panamá fue invadida por Estados Unidos. Que provocó muertes y destrucción para capturar a un ex aliado, el general Noriega. La invasión dejó mil 200 muertes en los chorrillos. Hoy, Estados Unidos pretende apoderarse nuevamente del Canal de Panamá. Es una larga lista de intervenciones y dolor en América Latina y el mundo. Aún continúan abiertas las venas de América Latina, como decía Eduardo Galeano.”
Panamá sufrió grandes daños por la imperdonable invasión del gobierno del entonces presidente George H. W. Bush en 1989 y por el bombardeo del barrio El chorrillo, una zona empobrecida, ciudad natal de Noriega, que además de las víctimas fatales sufrió el desplazamiento de 20 mil panameños durante los disturbios que duraron dos semanas. A eso lo calificaron de operación quirúrgica. Imaginemos una situación similar en Venezuela.
Maurice Lemoine, periodista francés, ha titulado su comentario sobre esta entrega del Premio Nobel a la lideresa de extrema derecha como “Le Père Nobel est une ordure”, es decir, es un desecho, una basura (Memoire des Luttes, 14/10/25).
En tono irónico, Lemoine señala que los cinco miembros del jurado del Premio Nobel de la Paz habrían enfrentado un dilema si no otorgaban el galardón a Donald Trump, quien podría ser capaz de enviar a la Guardia Nacional de EU para ocupar Oslo, así que la solución astuta fue otorgar el premio a uno de sus aliados ideológicos y políticos, cómplice en sus infamias, una asociada.
“En lugar de recompensar a un hombre que dice haber resuelto ocho guerras en nueve meses, le ofrecen esta baratija a una mujer que hará todo lo posible para desencadenar otra guerra.”
La historia de Adolfo Pérez Esquivel es muy diferente a la de Machado, quien ha tomado como algo personal el derrocamiento del chavismo por vías legales e ilegales, apoyando el golpe de estado fallido contra Hugo Chavez en 2002 y al presidente sustituto Pedro Carmona, después al fantoche Juan Guaidó en 2019 –presidente designado por Trump–, vinculada con las llamadas guarimbas, que ocasionaron 45 muertos y 800 heridos en 2014 y dedicada a pedir la imposición de sanciones y mas sanciones a su país para estrangular la economía venezolana, hasta solicitar acciones pidiendo a EU que intervenga en su país, incluso con tropas. No se entiende como con esa historia que es pública el comité pensó que era una buena decisión.
Al enterarse de la designación de Machado, el sitio Inversor Global, en “El contraataque de los BRICS”, examina las opiniones de los países que van confluyendo en esta asociación y también opiniones de otros países llamados emergentes: Rusia acusó al Comité de utilizar el Nobel como arma geopolítica; China declaró que Occidente se ha apropiado de la moral mundial, como si la paz tuviera bandera; India calificó el premio como un acto de propaganda, mientras Brasil habló de una manipulación ideológica, pero si los BRICS consideran muerto al Nobel, Trump visiblemente molesto por no haber sido el premiado señaló que “el Nobel no vale nada”: el descrédito es total.
Si bien la historia del Nobel, reliquia de la Guerra Fría, puede terminar donde empieza el nuevo orden multipolar, frente a los 10 mil soldados estadunidenses, la mayoría en Puerto Rico, los ocho buques de guerra y un submarino desplegado por EU; la pregunta que ahora se impone sigue siendo si Estados Unidos piensa generar una guerra en lo que considera su patrio trasero y atacar a Venezuela, siendo el premio a Machado la bandera de salida.
Marco Rubio, secretario de Estado, busca formar una coalición regional (como el fallido Grupo de Lima) para apoyar la “transición de la dictadura a la democracia en Venezuela”, léase cambio de régimen violento. Eso depende de la coyuntura política y hay que considerar que ni en Colombia ni en Brasil, países vecinos de Venezuela, existen las condiciones para apoyar una agresión de esa naturaleza.
En el plano diplomático, por llamarlo de algún modo, seguirá una política de presiones económicas, sanciones y exclusiones como la convocatoria de la OEA para realizar la décima Cumbre de las Américas en Punta Cana, República Dominicana, que comienza excluyendo a Cuba, Venezuela y Nicaragua por lo que ni México ni Colombia asistirán. “El diálogo no empieza con exclusiones, dijo Gustavo Petro, presidente de Colombia.
El arbitrario. Al decidir 1) no considera las propuestas por las partes y las deja sin solución; 2) resuelve temas no planteados; 3) se arroga el papel del legislador sin sentirse sujeto al orden jurídico positivo; 4) prescinde del texto legal, sin justificación técnica; 5) aplica disposiciones derogadas, no vigentes, inválidas, de menor jerarquía que otras; 6) aplica normas de contenido amplio y ambiguo, en lugar de aplicar las que regulan cabalmente el hecho que juzga; 7) prescinde de la prueba decisiva; 8) invoca pruebas inexistentes; 9) desprende hechos diversos de los que es factible desprender de autos; 10) hace afirmaciones dogmáticas; 11) incurre en excesos formalistas que lo alejan de la sustancia; 12) se contradice en sus determinaciones; 13) contraviene decisiones previas y firmes; 14) desconoce el derecho constitucional y, por ello, ve los casos desde el orden jurídico secundario o, peor, interpreta el derecho constitucional como si fuera un código secundario.
El complicado. La misión del juez es simplificar lo complejo, no enredarlo. El juez complicado no lo entiende y acaba fastidiando a las partes del juicio: dificulta y confunde.
El frívolo. Es el que adereza sus sentencias con citas vanas de doctrinas, sentencias de tribunales internacionales, normas constitucionales y convencionales que no sirven de premisas eficaces para construir su decisión, y hasta con ignorancia de los antecedentes, fundamentos, correspondencias conceptuales y propósitos de sus insumos. Sólo engrosa el número de fojas.
El juez que para serlo participa en el juego político de elecciones y que entra a un sistema sujeto a la fiscalización sin límites nítidos de entes partidistas (por su origen y las filias de sus integrantes) como el Tribunal de Disciplina y el Órgano de Administración, tendrá incentivos para ser arbitrario, complejo y frívolo. Ello, porque deber el cargo a quien apostó por incluirlo en los acordeones o a quienes convenció con ofertas de campaña; supone favoritismo hacia sus causas y éstas no siempre serán legales ni legítimas; y si triunfan en las sentencias siempre quedará la duda de si el fallo es favorable por el mérito de la causa o por el patrocinio o por la eventual fiscalización de los entes de disciplina o de administración, y entonces es viable ver en sus consideraciones alguno de los 14 caminos de la arbitrariedad.
Deberse al populismo, si bien es “simplificador” (todo es blanco o negro), lleva a la “maroma” para sostener lo insostenible y quedar bien con el elector real: los votantes y fiscalizadores. Para los jueces de elecciones, sin entrenamiento en el oficio, será muy atractivo insertar en sus fallos cuanta cosa los haga ver, a sus propios ojos, a los de los fiscalizadores, a los del elector profano o a los de sus electores reales, como seres sabios y profundos.
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