11/18/2014

Muerte y corrupción prueba que la idea de un nuevo México fue un espejismo*


Queman puerta de Palacio Nacional durante protesta por Ayotzinapa. Foto: Eduardo Miranda
MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- En México, estamos viviendo el final de un sueño. De hecho, siempre fue un espejismo – el “momento de México” como se le llamaba -creado con la ayuda de una intensa campaña de relaciones públicas, una oleada económica momentánea, las estadísticas que afirmaban una supuesta reducción de la violencia y las reformas, que hasta ahora, sólo existen en el papel.

Luego está la bien acicalada figura presidencial de Enrique Peña Nieto. Se presentaba a sí mismo no sólo como un reformador, sino como el salvador de México. Por increíble que parezca, fue homenajeado por la prensa internacional que ahora lo deshace en críticas.

Desde finales de septiembre, el mundo ha visto el verdadero y crudo rostro del “momento”. Tres estudiantes de la escuela normal rural en Ayotzinapa fueron asesinados y otros 43 “desaparecieron” el 26 de septiembre en la ciudad de Iguala, lo que demuestra la colusión en todos los niveles de gobierno con el crimen organizado. También mostró el fracaso de Peña Nieto para garantizar la paz, la ley y la justicia, elementales para la existencia de un estado viable.

Durante sus primeros 21 meses – Peña Nieto llegó al poder en diciembre de 2012 – el presidente ha querido mostrar al mundo que iba a transformar el “país en desastre” después de la “guerra contra las drogas” iniciada por su predecesor, Felipe Calderón. Pero no solo no lo cambió sino que de hecho, ha habido regresiones graves, entre ellas un rechazo cada vez mayor a la transparencia y la rendición de cuentas.

La semana pasada, un equipo de reporteros, dirigido por Carmen Aristegui, descubrió una mansión valorada en 7 millones de dólares (4,4 millones EUR), utilizada por el presidente y su esposa, Angélica Rivera, como propia, pero en los registros oficiales está a nombre de un amigo del presidente. El amigo que ganó enormes contratos durante el tiempo de Peña Nieto como gobernador y ahora como presidente.

Podríamos añadir a esta revelación, el proyecto de remodelación que Peña Nieto ordenó a su llegada a la residencia presidencial oficial. En un fastuoso gasto de fondos públicos, Peña Nieto transformó el edificio de oficinas en un lujoso palacio, donde el presidente, la primera dama y sus seis hijos viven ahora.

Por más de 14 años la nación ha vivido inmersa en una interminable violencia con impunidad para los criminales.

Esto fue gestado por el sistema político corrupto creado por el PRI, el partido político de Peña Nieto. Durante más de 70 años en el poder fue permitida la creación y operación de los carteles de la droga en diferentes regiones del país. La coexistencia del gobierno con los grupos de delincuencia hizo que estos se hicieran más fuertes, y cada vez más, comenzaron a penetrar las instituciones del Estado.

Con la llegada del partido político PAN, y la presidencia de Vicente Fox (2000-2006) y Felipe Calderón (2006-2012), la estructura criminal no sólo se mantuvo intacta, sino que se fue fortaleciendo a través del crecimiento de la corrupción. Año tras año, México continuó perdiendo terreno en el informe global de la corrupción de Transparencia Internacional.

En 2001, México ocupó la nada halagadora posición del lugar 51, de 178 países; en el último año de Calderón, 2012, era el 105 de 176 naciones. En 2013, el primer año de gobierno de Peña Nieto, México cayó un lugar más, al 106, pese a la ilusión de progreso.

Como resultado de la escalada de corrupción, el involucramiento del crimen organizado ya no solo financiaba campañas políticas para obtener protección. Los carteles llevaron al poder a sus propios integrantes como es el caso del alcalde de Iguala, José Luis Abarca y su esposa María de los Ángeles Pineda Villa miembros de un clan de traficantes de drogas que opera en Guerrero y Morelos desde hace más de una década. El Procurador general de México, Jesús Murillo Karam, ha acusado a la pareja de ordenar el asesinato y desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa.

Desde que Peña Nieto llegó al poder, se han producido graves retrocesos en México, uno de los cuales es el desprecio por la transparencia y rendición pública de cuentas, una actitud encabezada por la oficina presidencial y replicada por otras instituciones gubernamentales.

¿Qué más se puede esperar de este gobierno sucio? En los últimos meses, los militares y el fiscal general han presentado informes falsos en relación con los crímenes. La información oficial muestra que en 2006 el número de denuncias penales no investigadas por el gobierno federal ascendió a 24,000; en 2013, el número fue de 63,000. En la administración de Peña Nieto, la aplicación de la ley se ha vuelto cada vez más lenta y patética.

Al entrar en los edificios rústicos de la escuela en Ayotzinapa, se aprende la historia de los jóvenes muertos. Es fácil entender por qué el caso de Iguala ha movilizado a una sociedad que en los últimos años ha perdido decenas de miles de hijos, madres y padres, a manos de la delincuencia organizada.

La mayoría de los jóvenes en la escuela están estudiando para ser maestros en las comunidades indígenas o en zonas empobrecidas, marginadas. Los estudiantes vienen de familias campesinas que fueron explotadas durante décadas, echados a un lado, sin esperanza de un futuro mejor. Para ellos, nunca hubo un “momento de México” o un salvador.

Para ellos, el abuso y la injusticia, por parte del gobierno, nunca han cesado. A pesar de los enormes desafíos, estos jóvenes estudiantes están cumpliendo su sueño de llevar el conocimiento a otros como ellos.
Todos los días las madres de los estudiantes desaparecidos de luto, se reúnen en la plaza central de la escuela en la que las velas arden permanentemente esperando el regreso de aquellos que fueron arrancados. Los retratos de sus hijos cuelgan de carteles y pancartas. Si uno mira bien se pueden ver sus rostros en sus madres.

Cuarenta de los 43 desaparecidos estudiantes sólo habían llegado a la escuela en agosto y representan casi un tercio de todos los estudiantes del primer año. De los que quedan, 60 fueron sacados de la escuela por sus padres para que no tuvieran la misma suerte que sus compañeros. Treinta quedaron y siguen regando las flores. Las flores estaban destinadas a ser vendidas el 1 de noviembre, Día de los Muertos, pero hoy en día todavía están allí, sin cosechar, esperando el regreso de quienes fueron desaparecidos, o hasta que haya justicia.

En los ojos de los estudiantes que quedan hay tristeza. Los que sobrevivieron esa noche infernal de disparos interminable cuando gritaron: “¡No disparen, somos estudiantes. No estamos armados!”, llevan en sus ojos dolor. Pero lo que es más evidente es una profunda dignidad y valor.

El llamado a la justicia inunda la escuela en Ayotzinapa con la misma intensidad que el sol de Guerrero baña las aulas cada mañana. Esta convocatoria ha acaparado a muchos sectores de la sociedad mexicana, sin distinción de clase económica y afiliación política marcando el final del supuesto sueño. La prensa y la comunidad internacional pueden ser un factor decisivo para garantizar que este llamado a la justicia no se ignorado.
*Publicado en la edición digital e impresa del periódico The Guardian el 16 de noviembre pasado.

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