Miles de ciudadanos, adolescentes, adultos, ancianos, ancianas, niños y niñas recorrieron las calles del centro de la Ciudad de México para protestar contra el gobierno de Peña Nieto y exigir justicia.
Julio César Ramírez, Julio César Mondragón y Daniel Solís Gallardo fueron asesinados el 26 de septiembre en Iguala, y aún así, 55 días después del ataque que sufrieron a manos de policías de dicho municipio guerrerense –quienes, además, desaparecieron a otros 43 estudiantes,
según “indicios” de las autoridades–, los pasos de estos tres jóvenes
se hicieron escuchar ayer en la Ciudad de México, multiplicados por
decenas de miles, tras haber recorrido el país por el norte y por el
sur, en busca de una sola cosa: “Justicia”.
Daniel Solís Gallardo” es el nombre de la caravana de alumnos
de la Escuela Normal de Ayotzinapa que recorrió los estados del sur
durante la última semana, mientras la caravana “Julio
César Mondragón” lo hizo por las entidades del norte, y la caravana
“Julio César Ramírez” por los municipios de Guerrero, para
confluir las tres, este 20 de noviembre, en el “corazón de la patria”,
el Zócalo de la Ciudad de México, y desde ahí lanzaron una advertencia:
“Si las autoridades ya se cansaron de nosotros, nosotros no nos
cansaremos nunca de buscar a nuestros compañeros, hasta encontrarlos”.
Encabezadas no sólo por estudiantes de Ayotzinapa, sino por
los propios padres de los 43 normalistas desaparecidos, los tres
asesinados y los 20 heridos por los policías municipales de Iguala,
estas tres caravanas, seguidas por miles de ciudadanos que las
arroparon en su arribo al DF, avanzaron ayer hasta el Zócalo, último
objetivo de su largo recorrido, iniciado el pasado 15 de noviembre,
desde tres de los puntos más simbólicos no sólo de la capital, sino de
la República entera: la primera, partió desde el Ángel de la
Independencia; la segunda, desde la Plaza de las Tres Culturas, en
Tlatelolco; y la tercera desde el Monumento a la Revolución.
Así, a las 17:00 horas, los primeros pasos en andarse fueron los de Julio César Ramírez, desde el Ángel, de donde la caravana en homenaje a este normalista partió acompañada por miles
de personas, muchas aglutinadas en distintas agrupaciones ciudadanas y
de defensa de derechos humanos, y otras tantas que participaban en lo
individual, todas las cuales, vestidas mayoritariamente de negro, se convirtieron en un inmenso velo oscuro que cubrió Reforma a todo lo largo.
Una hora después, a las 18:00, a esta ya de por sí larguísima procesión se sumaron los pasos de Julio César Mondragón –el normalista asesinado en Iguala y que era originario del Distrito Federal–, cuya caravana
partió de la Plaza de las Tres Culturas seguida por miles de
estudiantes de distintos centros académicos, como la UNAM, la Ibero, la
UVM, el Poli, la UAM, la UCM, la ENAH, el Instituto Tecnológico de
Estudios Superiores de Ecatepec, las Vocas, los CCH, los Bachilleres,
las prepas de la Universidad Nacional y de la Autónoma de la Ciudad de
México, por citar sólo a los contingentes más numerosos. Y
mientras esto ocurría, en paralelo, del Monumento a la Revolución
partió Daniel Solís Gallardo, también seguido por miles de ciudadanos,
agrupados en organizaciones campesinas y sindicales.
Y es así como, aún cuando de Ayotzinapa salieron hace una semana
unas cuantas decenas de normalistas para clamar por el país entero en
busca de respaldo a su reclamo, cuando ayer llegaron a la Plaza de la
Constitución ya se habían convertido en tantos y tantos miles que
calcular una cifra resulta ocioso.
Yo soy… ¿quién?
Van en calma y, dentro de esa calma, van gritando y van llorando.
Van alzando pancartas, enumerando del 1 al 43 y clamando, al final, “¡Justicia!”.
Van en orden. Algunos, incluso, van formados y formadas en hileras, cuidándose entre todos, acordonando con lazos sus contingentes, intentando así que no se infiltren personas ajenas a la manifestación, ya que ésta se convocó como una protesta pacífica y todos comulgan en así mantenerla.
Van con los rostros descubiertos, y cuando alguien, uno o
varios, decide embozarse, la exigencia colectiva se alza siempre:
“!Sin-ca-pucha! ¡Sin-ca-pucha!”. Así gritan.
Son adolescentes, son jóvenes, son niños y niñas que van de
la mano de sus papás y mamás, o en sus brazos, o en sus hombros, y son
hombres y mujeres adultos, muchos aún con la ropa del trabajo, de la
oficina, y también son ancianos y ancianas que avanzan, con sus carteles al aire, mostrando su furia y conteniéndola a la vez.
Pero, ¿quiénes son?
La respuesta se corea, una y otra vez, a lo largo del recorrido. Y
es una respuesta que, sin quererlo así, responde también otras
preguntas, como ¿por qué están aquí? ¿Por qué les importa, por qué les
afecta, lo que las autoridades hicieron a los normalistas de Ayotzinapa
el pasado 26 de septiembre?
–¡Yo soy! –grita uno.
–¡¡¿QUIÉN?!! –pregunta la multitud.
–¡El de la UNAM!
–¡QUE SÍ, QUE NO, EL DE LA UNA-AM! –corea el resto, al ritmo del Mambo del Ruletero, de Pérez Prado.
–¡Yo soy!
–¡¡¿QUIÉN?!!
–¡El normalista!
–¡¡QUE SÍ, QUE NO, EL NOR-MA-LISTA!!
Yo soy, ¿quién? El de la Ibero, y el campesino, y el obrero,
el maestro, el ama de casa, el IPN, la secretaria, el Antropólogo, el
ingeniero, el de la Voca, el CCH, el de Medicina… el de Derecho… el
indígena… Y la consigna sigue, incluyendo a todos, de tal
forma que, a lo largo del camino, de los tres caminos por los que se
avanza en esta marcha, ningún mexicano ni mexicana falta por hacerse
presente.
Video: Francesc Messeguer (@ElMesseguer)
20 de noviembre…
Los retratos luminiscentes de Francisco Villa y Emiliano Zapata,
en uno de los costados del Zócalo capitalino fueron los únicos
colocados este 20 de noviembre para conmemorar el aniversario de la
Revolución Mexicana. Y qué mejor, porque este jueves son
repudiados “los Carranza, los Obregón, los Plutarco Elías Calles, y
todos los demás que empezaron a vender a nuestro país y traicionar la
revolución mexicana… y sus hijos y sus nietos todavía se burlan de nosotros diciendo que somos ‘Prole’… desde
el 26 de septiembre hasta esta fecha, les hemos demostrado que
nosotros, los hijos del pueblo, los hijos de los campesinos, de los
obreros, de las amas de casa, del empleado medio, del pequeño
comerciante, tenemos una claridad mucho más grande que el Copetón,
tenemos mucha más consciencia y mucho más compromiso social, porque acá, entre nosotros, todos somos hermanos, todos estamos jodidos, y vamos contra ellos…” Así fue como empezó el mensaje de los estudiantes de Ayotzinapa, desde el templete instalado en el Zócalo, dando la espalda a Palacio Nacional.
“Hoy –añadió Felipe de la Cruz, vocero de los padres y madres de los
normalistas desaparecidos–, el Estado mexicano pretendió conmemorar y
festejar la Revolución Mexicana, pero nosotros queremos decirle a
Enrique Peña Nieto desde este lugar que no tenemos nada qué festejar,
hoy el pueblo de México está presente en el corazón del país para
decirle que ‘¡Ya basta, ni un crimen de Estado más!”…
Ante una plancha del Zócalo abarrotada, y con contingentes aún
ingresando por las calles de Madero y 5 de Mayo, Felipe de la Cruz,
padre de un normalista, y normalista él mismo de Ayotzinapa, anunció “a
la gente del pueblo que Guerrero, que Ayotzinapa, están de pie y que
vamos a encontrar a nuestros 43 muchachos con vida, porque están vivos,
nos lo demuestra una vez más las mentiras orquestadas por el Estado,
que quiere cerrar el caso, pero los padres de familia somos tan dignos
y valientes que aquí estamos parados para decirles que vamos a llegar
hasta las últimas consecuencias (…) el presidente dice que la
violencia no se combate con violencia, pero que él está facultado para
usar la fuerza, y se le olvida a él que la facultad se la da el pueblo,
y aquí está el pueblo de México, exigiéndole cuentas claras, a más de
50 días de la desaparición de nuestros muchachos“.
El vocero de los padres de los normalistas desaparecidos subrayó además que en el recorrido realizado por el norte y el país pudieron constatar que la violencia “no es privativa de Guerrero”, y todo el país está plagado “de fosas y desaparecidos”. Algo,
sin embargo, fue acallando la voz de Ayotzinapa, la rechifla contra los
colectivos anarquistas que se desplazaban hacia el templete, surcando
la plancha del zócalo, y a quienes la multitud exigía descubrirse los
rostros.
La negativa de los anarquistas redobló esta rechifla y pocos minutos después el micrófono ya no era empleado para darle la palabra a los padres y madres de los jóvenes desaparecidos el pasado 26 de septiembre en Iguala, sino para conminar a estos grupos, que se concentraron detrás del templete, a abstenerse de atacar el Palacio Nacional.
Por ello, cuando la refriega fue inminente, los padres de
los normalistas desaparecidos, y los alumnos de Ayotzinapa que los
acompañaban, se retiraron de la plaza, junto con una parte de los
manifestantes que llenaban el Zócalo. La mayoría, sin embargo,
permaneció ahí, para presenciar el choque de la policía con los grupos
que promueven la “acción directa”…
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