Es
jueves y en esta ciudad (“cuna de la Bandera Nacional”) todo parece
“normal”: las personas salen de sus casas para ir a sus trabajos, la
escuela, la obra, el tianguis… pero desde el pasado 26 de septiembre
(cuando desaparecieron 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa)
este municipio ubicado al norte del estado de Guerrero ya no es el
mismo: aquí se respira tensión y miedo.
Amanece y todo transcurre con aparente calma; este día, como toda la población sabe, es “jueves pozolero”, jueves de tianguis (mercado callejero).
Se sabe que el sol está por salir cuando se escuchan las trompetas del Ejército que entonan el Himno Nacional, mientras se eleva la enorme bandera tricolor en el asta que está en el cerro de Tehuehe.
Al mismo tiempo se oye el canto de los gallos y de los zanates (pájaros negros típicos de la región), así como el ladrido interminable de los perros.
En el Periférico, una de las avenidas principales, los autos, las bicicletas y las motonetas circulan como todos los días, pero desde hace más de un mes esta concurrida vialidad no es la misma.
En los postes de luz están pegados carteles en los que se lee: “Un millón de pesos, recompensa, a quien proporcione información, veraz y expresa que lleve a la localización y/o presentación de algunos de nuestros jóvenes desaparecidos”.
En el cartel se ven los 43 retratos de los estudiantes que fueron agredidos por policías municipales de Iguala y Cocula, y que hasta ahora se desconoce su paradero, aunque las autoridades han señalado la posibilidad de que fueron asesinados.
Tras la desaparición de los jóvenes, los policías municipales fueron detenidos y llevados al estado de Tlaxcala para investigar sus presuntos vínculos con el crimen organizado. El pasado 6 de octubre la Gendarmería Nacional y la Policía Federal llegaron a Iguala para “salvaguardar” a la población… al menos eso se informó.
ZOZOBRA
Algunas personas dicen sentirse seguras de que haya tanta vigilancia, pero hay otras que difieren, como Sonia (nombre ficticio para resguardar su identidad), quien a sus 60 años de edad dice temer por la situación que atraviesa el pueblo que la vio crecer.
Ella es una telefonista jubilada y la crisis en la que está inmersa Iguala ya tocó su puerta. Ella cuenta que estaba como todos los días en su casa cuando una camioneta de la Gendarmería se paró frente a su domicilio.
Mientras Sonia se encontraba en el balcón que da hacia la calle, “esos hombres me pidieron que bajara y me preguntaron que si el carro que estaba ahí afuera era mío”, relata.
Se asustó mucho, pero contuvo su temor y bajó. El automóvil es último modelo y lo que la policía no sabía es que Sonia lo compró con los ahorros de toda una vida de trabajo.
“Los hombres esos me empezaron a cuestionar de cómo lo había obtenido; yo me aguante el miedo y le contesté con fuerza que trabajando, pues de qué otra manera. Me miraban de ‘arriba-abajo’ como se mira a una delincuente, pero no me deje intimidar”.
Después de un largo interrogatorio, “los salvaguarda del municipio” se fueron con la promesa de volver para “corroborar” si era verdad lo que les dijo Sonia. “Pues yo no sé que crean los de afuera de nosotros, pero en Iguala hay mucha gente trabajadora y sobre todo mujeres que sacan adelante a su familia”, explica.
Sonia, como muchas mujeres y hombres de otros municipios cercanos, como Huitzuco, Chilpancingo, Taxco o Cocula, acuden al tianguis de Iguala que se instala cada día jueves. Ahí se ofrece una variedad de productos como ropa, calzado y artículos para el hogar.
Los vendedores provienen de diversos lugares como Cuernavaca, el Estado de México, e incluso del Distrito Federal, como Carmen, quien desde hace 10 años viaja hasta Iguala para vender ropa.
“AQUÍ ESTÁ LLENO DE GENTE MALA”
Como cada semana, en punto de las 9 de la mañana Carmen abre su negocio, al que acuden Sonia y otras mujeres como Linda, Aurora, Teresa, Ana y Gabriela (todos nombres ficticios por cuestiones de seguridad), quienes desde hace más de un mes salen con temor de sus casas y tratan de llevar una vida “normal”.
Al platicar sobre lo sucedido a los 43 normalistas desaparecidos, de inmediato sus palabras hacen referencia a la corrupción y mafia que impera en Iguala. Sin embargo el miedo y la incertidumbre les impiden alzar su voz.
“Todos sabemos que en Iguala es pura política; la muerte de estos chavos es puro interés político”, asegura Sonia, mientras que Teresa dice que “para donde mires está lleno de gente mala, que sólo quiere sacar provecho de la situación”.
Teresa tiene un puesto de quesos en un mercado de Iguala y desde hace varios años atrás unos hombres le dijeron que tenía que pagar “uso de suelo” (una cuota que pide el crimen organizado). Por temor a que le hicieran daño a ella y a su familia decidió “colaborar”.
El caso de Tere no es aislado. Cientos de comercios son extorsionados por diversas bandas delictivas: “Los Rojos”, “Los Peques”, “Los Zetas”, “La Familia Michoacana”, “Guerreros Unidos”… No se sabe para quién es el dinero y es mejor no preguntar.
Las clientas que vienen de los municipios cercanos dicen que van con miedo a Iguala: “Siempre se ha sabido que aquí pasan muchas cosas feas, pero ahora vemos las noticias y no sabemos qué pensar. Nos imaginamos una Iguala en llamas”.
Desde que llegó la Gendarmería, la caseta de entrada a Iguala está “resguardada” por soldados que se acercan al paso de los automóviles preguntando a los conductores a dónde van, quiénes son y a qué se dedican, como si sólo eso bastara para saber que son buenas personas y dejarlas pasar.
Los que van al tianguis comentan que el acceso al palacio municipal es casi imposible. Hace algunos meses atrás la gente se reunía a un costado del edificio para disfrutar de una fuente parecida a la que está en el Monumento a la Revolución de la Ciudad de México.
Las y los niños se mojaban para aminorar el calor (de más de 35 grados centígrados en promedio); la gente caminaba disfrutando de una paleta de nanche (fruto amarillo parecido a una aceituna) en las afueras de la iglesia, o disfrutaba de las “picaditas” de papa (comida típica mexicana), los tacos dorados y las aguas frescas.
Hoy el centro de este municipio está repleto de policías, soldados y gendarmes, que con sus camionetas recorren toda la localidad, apuntando con sus armas de grueso calibre a la población como si las personas que salen de sus casas por necesidad fueran las responsables de la desaparición de los 43 normalistas.
Por: Gabriela Godínez González, enviada
Cimacnoticias | Iguala, Gro.-
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