Por: Cecilia Lavalle*
Escucho las voces de algunas personas. Escucho la voz de jóvenes. Escucho la voz de personas mayores que yo. Escucho mi propia voz. Y percibo la indignación, el duelo, la frustración, la impotencia corriendo como lava por nuestras esquinas.
No importa lo mucho o poco que salga en los medios de comunicación. De todas maneras hace rato que la ciudadanía, al menos la más informada, mira con recelo lo que varios medios publican. No sin razón.
Por ejemplo, Darío Ramírez, director de Artículo 19, en su ilustrador texto “Administrar el Silencio” (www.sinembargo.mx, 6 de noviembre), señala que el presidente Enrique Peña Nieto le había hablado a la ciudadanía sobre el caso Ayotzinapa un total de 16 minutos.
A pesar de ello fue una fuente de información importante para algunos periódicos. En 27 días, 76 por ciento de la cobertura del diario Excélsior se basó en citar a Peña Nieto; mientras que para el periódico Reforma fue 10 por ciento y para el rotativo La Jornada, 3 por ciento.
Pero, si de dar voz a las víctimas o sus familiares se trata, en La Jornada fue de 24 por ciento; Excélsior 1 por ciento, y Reforma 3 por ciento. En cambio, el mismo Darío señala que las redes sociales arden de críticas contra el gobierno.
Y en la calle, en los cafés, entre la ciudadanía de a pie, también. No es un Estado fallido, dice el procurador con soberbia. Iguala no es el Estado mexicano, precisa.
Yo pregunto: ¿Y si sumamos otras partes de Guerrero, Michoacán, Tamaulipas, Sinaloa, Chihuahua, Coahuila, Sonora, Estado de México…? ¿Y si sumamos a estados donde “no pasa nada”?
Es muy grave pero no es un crimen de Estado, dice María Amparo Casar (Excélsior, 12 de noviembre), investigadora del CIDE. Y precisa que los crímenes de Estado van acompañados de un discurso justificador que argumenta el crimen en función de un bien mayor, y que no reconoce a las víctimas como tales, sino como terroristas, criminales, indeseables en cualquier caso.
Está bien, digo. Sin duda María Amparo sabe más que yo. Pero a mí igual me parece un crimen. Y puede decir misa el procurador, que igual el Estado me ha fallado. Y yo quizás podría perdonar que el Estado me falle. Lo que no perdono es que le falle a la gente joven.
Escucho por la TV el testimonio de jóvenes que dejaron la Normal de Ayotzinapa por temor a correr con la misma suerte. Jóvenes a quienes su familia mantenía con enormes sacrificios, jóvenes cuya única esperanza para salir del círculo de la pobreza era ser maestro rural, jóvenes que ni siquiera podían decir en realidad qué querían estudiar porque para lo único que alcanzaba el sueño era para ser maestro rural.
Escucho también a jóvenes que viven en la pobreza urbana, decir que “pa’ qué soñar si de todas maneras no va a pasar, es imposible”. Escucho a jóvenes en la universidad, pertenecientes a la clase media, decir que “este país está jodido”.
Escucho a jóvenes profesionistas, pertenecientes a la clase media alta, decir que buscarán oportunidades en otros países, lo mismo en Estados Unidos que Australia, porque “este país no tiene remedio”.
Lo que ha hecho la clase política, el sistema político, el gobierno de mi país es arrebatarle la esperanza a la gente joven. Y eso no se lo perdono.
Y sí. También escucho a jóvenes con el corazón lleno de rabia, de enojo, de hartazgo, anhelando el cambio “a cualquier precio”. Y eso, tampoco se lo perdono.
Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com.
*Periodista y feminista en Quintana Roo, México, e integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género.
Quintana Roo
CIMACFoto: César Martínez López
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