Lydia Cacho
Plan b*
Como
afanador que lleva un balde de agua sucia para limpiar la casa, el
embajador de México en Estados Unidos, Eduardo Medina Mora, siguió las
instrucciones de presidencia para aclarar que Ayotzinapa es caso
aislado, que los militares no apoyaron a las víctimas porque en caso de
haber sido llamados por la policía ellos habrían ayudado a los
oficiales y no a los ciudadanos, porque su labor como coadyuvantes de
las fuerzas de seguridad municipal y estatal en las comunidades tiene
como meta proteger y apoyar a la autoridad y no a las y los ciudadanos
(a quienes deja implícito, se considera criminales potenciales). Medina
Mora esquivó preguntas no aprobadas por Los Pinos.
Los extranjeros encuentran incomprensible aquello que se explicaría más o menos así:
Somos una República Federal con 31 estados libres y soberanos; cada uno
con poder judicial y cuerpos de seguridad independientes, la
Procuraduría General de la República (PGR) se encarga de los delitos
federales. En la última década, debido a la “guerra contra las drogas”
diversos crímenes relacionados con la delincuencia organizada se
federalizaron, ya que dentro del Plan Mérida se contemplaba la urgencia
de reestructurar a los cuerpos policíacos y a los poderes judiciales
estatales a fin de romper vínculos con los cárteles y erradicar la
corrupción institucionalizada.
La Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), es responsable de la
seguridad interna del país pero Felipe Calderón y el Congreso de la
Unión le autorizaron llevar a cabo labores policíacas mientras se
reestructuraba a las policías estatales (cosa que nunca sucedió
cabalmente). Por otro lado los estados sin cárceles de alta seguridad
se llenaron de detenidos por narcotráfico, por homicidio y secuestro,
detenidos sin proceso y sin sentencia que se apropiaron de al menos un
50 por ciento de las cárceles municipales del país.
El gobierno federal, junto con la Sedena, la Secretaría de Gobernación
(Segob), el poder legislativo y los asesores de seguridad, como
bomberos, hacen el trabajo de seguridad a gobernadores ineptos. La PGR
comenzó a purgar a sus delegados en los estados para evitar se
coludieran con los cárteles, los procuradores locales comenzaron a
desentenderse de sus casos más complicados aduciendo incompetencia
jurídica por ser delitos federales. Las delegaciones de PGR se
convirtieron en castillos de papel, saturadas de casos, sin recursos ni
personal suficiente para investigarlos. Mientras Genaro García Luna y
Calderón hacían montajes mediatizados para hacer de la justicia un
espectáculo casi pornográfico, en que se declaraba culpables a los
detenidos sin el Debido Proceso.
Durante seis años se instauró un ambiente de linchamiento en el que se
normalizaron las desapariciones forzadas y las masacres; Peña cambió
el discurso pero no la realidad. La palabra fosa se convirtió en
pseudónimo de muerte y abandono. Los números fueron aumentando de mil
a diez mil, a cien mil.
Nos acostumbramos a un discurso en que la muerte era sucedáneo de
justicia, justicia de los narcos hacia sus adversarios, justicia de las
autoridades para con las y los sospechosos. La Agencia de las Naciones
Unidas contra la Droga y el Crimen, antes revisora que exigía
transparencia en la purga policíaca y la modernización del Poder
Judicial para rescatar el Estado de Derecho, se convirtió en cómplice
cómodo, premiando a gobernadores por hacer un trabajo malo, mediocre y
lleno de falsos reportes sobre supuestos avances.
Mientras tanto, la sociedad civil entró en un creciente estado de
alerta, agotador y solidario, marchas, muertes, secuestros,
feminicidio, trata de personas, periodistas encarceladas, periodistas
asesinados. La guerra contra las drogas se convirtió en la guerra
contra la cordura. Peña Nieto, entonces gobernador y el PRI/PAN en el
Senado dejaron que todo sucediera “que se hunda el país, para que se
hunda el PAN y regrese el PRI” parecían decir esos legisladores de
siempre que, inmutables, dejaron hacer y dejaron pasar.
Llegó Peña a presidencia y se montó la gran farsa, en la que
participaron medios internacionales que hoy reclaman las mentiras que
dieron por buenas. Dijeron que ya no había guerra, pero las masacres
siguieron, los gobernadores volvieron a sus andanzas acallando a la
prensa con plata o plomo. El ejército continúa sus labores policíacas
al lado de narcopolicías. Los gobernadores negocian con el narco, los
procuradores siguen enviando casos a una PGR rebasada e infiltrada al
mismo tiempo. La sociedad civil, atribulada y desesperada, sigue sus
marchas plagadas de cruces, de rezos, de poesía. Viudas y viudos,
madres, padres huérfanos de sus hijas e hijos, hermanos buscando a los
suyos en fosas. Gobernantes surgidos de las filas del narco, partidos
políticos (todos) irresponsables que aceptan al mejor candidato aunque
sea criminal.
Un gobernador que paseaba en yate para no ver de cerca la catástrofe.
Un alcalde impune de un pueblo donde nació la guerrilla (donde se
independizó la educación, donde la gente se cansó del cacicazgo
criminal), siguió gobernando mientras la PGR tenía su grueso
expediente por homicidio, por amenazas, perdido en una montaña de papel
en poder de las autoridades federales. La ausencia de Estado de
Derecho no es una casualidad, es el resultado de una desgraciada
estrategia de políticos ineficientes y mafiosos.
* Plan b es una columna cuyo nombre se inspira en la creencia de que
siempre hay otra manera de ver las cosas y otros temas que muy
probablemente el discurso tradicional, o el Plan A, no cubrirá.
Cimacnoticias | México, DF.-
No hay comentarios.:
Publicar un comentario