11/16/2014

Crisis de Estado

Porfirio Muñoz Ledo


Hace algunos años presencié, en el marco del Foro de Biarritz y en medio de la crisis económica, una interesante mesa redonda en la que participaban François Bayrou, ex candidato a la presidencia de Francia, José Antonio Ocampo, ex director de CEPAL y Enrique Peña Nieto, gobernador del Estado de México. Moderaba José Figueres, ex presidente de Costa Rica. El francés hizo un interesante análisis sobre las medidas de austeridad dictadas por la Unión Europea y sus consecuencias sobre los diversos países, el colombiano formuló una brillante ponencia sobre la necesaria reforma del sistema monetario y financiero internacional, el mexicano se empeñó en disminuir los alcances de la crisis y afirmó que México estaba a salvo porque obtendría su recuperación debido a la evolución de la economía norteamericana; sólo externó preocupación por el avance de los movimientos “populistas”. 
La simpleza de su argumentación, en contraste con la densidad de las otras intervenciones, causó sorpresa entre los asistentes, tratándose de un precandidato a la presidencia de México. Entre los comentarios críticos del pasillo me aproximé a los consejeros del gobernador, uno de los cuales me respondió que Peña Nieto gozaba de un magnífico hardware pero carecía de software, a lo que comenté que pronto habrían de vendérselo. 
En esta grave contingencia nacional se ha puesto de manifiesto la falta de ideas claras del Presidente sobre lo que realmente ocurre en el país y —como afirma René Delgado— su inclinación hacia la “operación” (podría decirse manipulación) y su ausencia de “concepto”. Su actitud respecto de la inmensa tragedia de Ayotzinapa ha sido diferida a sus colaboradores y los acontecimientos paralelos que han golpeado a la opinión pública, como las ejecuciones de Tlatlaya o la compra de la casa en las Lomas, le parecen hechos normales susceptibles de aclararse para que la fiesta siga igual. 
La tragedia del “río de calabacitas” (Ayotzinapa) anuló todo tipo de propaganda gubernamental sobre el mexican moment, que fue sustituido por el mexican horror. La acción abominable sobre los estudiantes normalistas ha cimbrado a toda la nación y conmovido a la opinión internacional; ha exhibido la complicidad de todos los órdenes de gobierno y a los tres Poderes de la Unión como los responsables de la descomposición de las instituciones públicas. Ha iniciado la crisis política más profunda del México contemporáneo. 
Las explicaciones simplistas o rutinarias son inadmisibles. Se trata de una forma inédita y particularmente cruel de agredir a la población civil; un acto de barbarie distinto a las modalidades de violencia practicadas hasta ahora en nuestro país. 
Estamos ante la más grave crisis que ha enfrentado el México post-revolucionario, ya que se evidencia, sin atenuantes, el agotamiento del régimen político. La acción pública retardada, inconexa y contradictoria, la desconexión del discurso político con exigencia social en la calle, la persistencia del pacto de impunidad entre la clase política, la servidumbre de la Suprema Corte para desdeñar las consultas populares, la rapiña de los partidos frente a la tragedia, la denuncias mutuas de la izquierda mexicana y la incapacidad del Ejecutivo mexicano para esclarecer los hechos con prontitud revelan una clase dirigente diminuta frente a la magnitud de los acontecimientos. 
Las escenas dolientes y airadas de los padres normalistas, así como la aparición de una prensa libre, han coadyuvado poderosamente al descubrimiento de los hechos que anuncian una primavera mexicana. Del otro lado, la inútil persistencia de una estrategia de seguridad que cada día cobra un número mayor de víctimas civiles, así como la penetración manifiesta del crimen organizado en todas las esferas de poder, condensan la podredumbre del aparato político. Definen, con todas sus características, la existencia de una crisis de Estado. 
Nadie ha encontrado ahora soluciones precisas para este derrumbe, pero a la ciudadanía le corresponde buscarlas sin claudicaciones. Si el sistema político ha exhibido su pequeñez, la sociedad debiera empeñarse en mostrar su grandeza. No se trata solamente de la renovación de la clase gobernante sino de la reinvención del Estado democrático.
Comisionado para la reforma política del Distrito Federal 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario