Carlos Bonfil
El escudo invisible.
Bajo este lema, el Shin Bet, agencia de servicio secreto del Estado
israelí, ha realizado operaciones encubiertas, a menudo con métodos
controvertidos, siempre con el objetivo declarado de mantener la
seguridad y la paz en Israel. En el documental Los guardianes (The gatekeepers),
el realizador israelí Dror Moreh logra reunir el testimonio de seis
antiguos miembros de dicha organización, quienes ante la cámara
refieren con serenidad e inusitada franqueza las dificultades y
peligros de lo que antes fue su oficio. El balance es perturbador. En
palabras de uno de ellos, Amy Ayalon, ex comandante naval que dirigió
la organización durante cuatro años,
la tragedia en el debate sobre la política de seguridad pública es no percatarnos de que seguimos ganando cada batalla, pero al mismo tiempo perdemos la guerra.
Durante casi medio siglo, desde la Guerra de los Seis Días, en 1967,
el Shin Bet ha tenido una presencia importante en el conflicto
árabe-israelí, estudiando las estrategias de la resistencia palestina,
intentado contener sus embates, desactivando en lo posible los ataques
terroristas, y planeando estrategias de contraofensiva, siempre bajo el
escrutinio de organismos internacionales que suelen cuestionar la
legitimidad moral de los métodos utilizados. Cada uno de los ex agentes
entrevistados refiere –algunos con orgullo, los más con algo de
amargura– la complejidad del asunto. Y su conclusión es elocuente. La
mayoría de los dirigentes israelíes no han estado a la altura de las
circunstancias y la intransigencia de sus posiciones, aunada a la
sangrienta beligerancia de la resistencia palestina, ha minado por
completo todo debate político serio y la perspectiva de una solución
pacífica. Uno de los antiguos agentes resume así la paradoja:
Deseábamos más seguridad, sólo obtuvimos más terror.
Lo valioso en Los guardianes, un documental de factura
convencional (sucesión de cabezas parlantes, abigarramiento de datos
sobre un conflicto de sí muy complicado) es su recurso a imágenes de
archivo que ilustran las etapas más significativas de la guerra
interminable, y también la lucidez en el registro de cierta disidencia
por parte de esos protagonistas de primera línea que son los ex
agentes, quienes sin cuestionar en absoluto el imperativo de la defensa
del Estado de Israel, sí critican con severidad los métodos utilizados
para lograr ese objetivo, entre ellos el recurso a la tortura.
El
espectador sin una sólida información previa puede perderse en la
acumulación de datos históricos (sucesivas Intifadas árabes y saldos
sangrientos, posturas políticas contrastantes de los ministros
israelíes, estrategias militares siempre cambiantes, y un contexto
internacional con reacciones controvertidas y complejas). Lo que es
irrefutable y queda de manifiesto en el documental es el escepticismo
de los protagonistas entrevistados ante la degradación de un conflicto
que ven sin salida, y una política de ocupación y expansión territorial
por parte del estado de Israel que el ex dirigente del servicio
secreto, Ami Ayalon, no vacila en comparar con la ocupación represiva
alemana de Polonia durante la Segunda Guerra Mundial.
Los guardianes coloca el acento en los dilemas morales de
los entrevistados. Ante la criminalización de la protesta y resistencia
palestinas, y el consecuente recurso a respuestas violentas en y desde
los territorios ocupados, el Estado recurre a su vez a métodos de
disuasión cuestionados, en particular por la arbitrariedad y brutalidad
de sus detenciones e interrogatorios. Los ex agentes cuestionan la
escasa eficacia de dichos métodos y la pérdida de credibilidad moral de
las autoridades israelíes que los instrumentan. Sus testimonios semejan
curiosamente a los de protagonistas y mercenarios sobrevivientes de
viejas dictaduras militares, algo inquietante aquí tratándose de
Israel, un Estado pretendidamente democrático. Imposible no ver una
resonancia elocuente de esta situación en ese otro debate que
actualmente se da en Estados Unidos con respecto al papel desempeñado
por la CIA en su lucha antiterrorista y su afanosa legitimación de la
tortura.
Los guardianes no pretende, por su parte, tener la última
palabra en el asunto y procura el mayor grado de objetividad posible
ante la delicada situación local. Lo estimulante sin embargo es la
capacidad de este documental, y con él la de toda una corriente del
cine israelí (recuérdese el Vals con Bashir, de Ari Folman),
para cuestionar sin candidez ni ilusiones los aspectos más turbios de
una realidad histórica dramática y compleja.
Se exhibe en la sala 4 de la Cineteca Nacional.
Twitter: @Carlos.Bonfil1
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