12/14/2014

Los guardianes




Carlos Bonfil

El escudo invisible. Bajo este lema, el Shin Bet, agencia de servicio secreto del Estado israelí, ha realizado operaciones encubiertas, a menudo con métodos controvertidos, siempre con el objetivo declarado de mantener la seguridad y la paz en Israel. En el documental Los guardianes (The gatekeepers), el realizador israelí Dror Moreh logra reunir el testimonio de seis antiguos miembros de dicha organización, quienes ante la cámara refieren con serenidad e inusitada franqueza las dificultades y peligros de lo que antes fue su oficio. El balance es perturbador. En palabras de uno de ellos, Amy Ayalon, ex comandante naval que dirigió la organización durante cuatro años, la tragedia en el debate sobre la política de seguridad pública es no percatarnos de que seguimos ganando cada batalla, pero al mismo tiempo perdemos la guerra.

Durante casi medio siglo, desde la Guerra de los Seis Días, en 1967, el Shin Bet ha tenido una presencia importante en el conflicto árabe-israelí, estudiando las estrategias de la resistencia palestina, intentado contener sus embates, desactivando en lo posible los ataques terroristas, y planeando estrategias de contraofensiva, siempre bajo el escrutinio de organismos internacionales que suelen cuestionar la legitimidad moral de los métodos utilizados. Cada uno de los ex agentes entrevistados refiere –algunos con orgullo, los más con algo de amargura– la complejidad del asunto. Y su conclusión es elocuente. La mayoría de los dirigentes israelíes no han estado a la altura de las circunstancias y la intransigencia de sus posiciones, aunada a la sangrienta beligerancia de la resistencia palestina, ha minado por completo todo debate político serio y la perspectiva de una solución pacífica. Uno de los antiguos agentes resume así la paradoja: Deseábamos más seguridad, sólo obtuvimos más terror.

Lo valioso en Los guardianes, un documental de factura convencional (sucesión de cabezas parlantes, abigarramiento de datos sobre un conflicto de sí muy complicado) es su recurso a imágenes de archivo que ilustran las etapas más significativas de la guerra interminable, y también la lucidez en el registro de cierta disidencia por parte de esos protagonistas de primera línea que son los ex agentes, quienes sin cuestionar en absoluto el imperativo de la defensa del Estado de Israel, sí critican con severidad los métodos utilizados para lograr ese objetivo, entre ellos el recurso a la tortura.

El espectador sin una sólida información previa puede perderse en la acumulación de datos históricos (sucesivas Intifadas árabes y saldos sangrientos, posturas políticas contrastantes de los ministros israelíes, estrategias militares siempre cambiantes, y un contexto internacional con reacciones controvertidas y complejas). Lo que es irrefutable y queda de manifiesto en el documental es el escepticismo de los protagonistas entrevistados ante la degradación de un conflicto que ven sin salida, y una política de ocupación y expansión territorial por parte del estado de Israel que el ex dirigente del servicio secreto, Ami Ayalon, no vacila en comparar con la ocupación represiva alemana de Polonia durante la Segunda Guerra Mundial.

Los guardianes coloca el acento en los dilemas morales de los entrevistados. Ante la criminalización de la protesta y resistencia palestinas, y el consecuente recurso a respuestas violentas en y desde los territorios ocupados, el Estado recurre a su vez a métodos de disuasión cuestionados, en particular por la arbitrariedad y brutalidad de sus detenciones e interrogatorios. Los ex agentes cuestionan la escasa eficacia de dichos métodos y la pérdida de credibilidad moral de las autoridades israelíes que los instrumentan. Sus testimonios semejan curiosamente a los de protagonistas y mercenarios sobrevivientes de viejas dictaduras militares, algo inquietante aquí tratándose de Israel, un Estado pretendidamente democrático. Imposible no ver una resonancia elocuente de esta situación en ese otro debate que actualmente se da en Estados Unidos con respecto al papel desempeñado por la CIA en su lucha antiterrorista y su afanosa legitimación de la tortura.

Los guardianes no pretende, por su parte, tener la última palabra en el asunto y procura el mayor grado de objetividad posible ante la delicada situación local. Lo estimulante sin embargo es la capacidad de este documental, y con él la de toda una corriente del cine israelí (recuérdese el Vals con Bashir, de Ari Folman), para cuestionar sin candidez ni ilusiones los aspectos más turbios de una realidad histórica dramática y compleja.
Se exhibe en la sala 4 de la Cineteca Nacional.
Twitter: @Carlos.Bonfil1

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