Adital
Por Eugene Gogol
A la barbarie del Estado mexicano, sus adherentes y secuaces,
nosotros le oponemos la necesidad de construir un nuevo humanismo, la
unidad de teoría y práctica —en suma: la revolución en permanencia.
Vivos se los llevaron; vivos los queremos. En respuesta a los
ataques (instigados por el Estado) en contra de los alumnos de la
Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, en Guerrero,
ocurridos el pasado 26 de septiembre —y en los cuales seis personas
fueron asesinadas, así como no menos de 43 estudiantes secuestrados y
"desaparecidos” (con la posibilidad de que hayan sido ejecutados y
enterrados en fosas clandestinas) —, ha aparecido una serie de
protestas masivas a lo largo de todo México. Octubre ha sido un mes de
rabia e indignación, de actos de denuncia encabezados por cientos de
miles de estudiantes —a los cuales se les han unido otras decenas de
miles. Marchas multitudinarias han tenido lugar en Guerrero, en el
Distrito Federal y en casi todos los estados del país; en ellas, se ha
exigido la devolución con vida de los desaparecidos.
I. El ataque contra los normalistas
De acuerdo con los estudiantes de Ayotzinapa, el pasado 26 de
septiembre, algunos normalistas, como lo han hecho en otras ocasiones,
pensaban plantarse en alguna autopista de Guerrero (a bordo de
autobuses tomados) y pedir cooperación para financiarse un viaje a la
ciudad de México —a fin de poder participar en la marcha anual del 2 de
octubre, conmemorativa de la masacre de estudiantes de 1968. Sin
embargo, cuando llegaron —prácticamente sin haberlo planeado— a la
ciudad de Iguala, se convirtieron en víctimas de un ataque brutal: el
alcalde y otros funcionarios de gobierno le habían ordenado a más de
una docena de policías municipales abrir fuego sobre los normalistas,
así como a una pandilla de narcotraficantes —Guerreros Unidos—
secuestrar y "desaparecer” a los 43 estudiantes que habían sobrevivido
a la masacre inicial.
Ahora bien: este ataque fue más que un hecho aislado cometido por
un alcalde homicida —en colaboración, por supuesto, con las fuerzas
policiales y el narcotráfico. ¿Por qué? En primer lugar, porque el
gobierno municipal contó muy probablemente con el apoyo de otros
elementos del Estado: ¿el Ejecutivo de Guerrero?; ¿la armada federal,
la cual se ausentó misteriosamente durante todo el "operativo”?; por
ello mismo, pensó que podía salir impune de esta situación: a fin de
cuentas, en diciembre de 2011, cuando 500 estudiantes de Ayotzinapa
habían bloqueado la autopista Del Sol —pidiendo una audiencia con el
gobernador del estado para protestar por los cortes que se le habían
hecho a su ya de por sí reducido presupuesto escolar—, alrededor de 300
miembros de las "fuerzas de seguridad” (diversas agencias de policía y
el ejército) los atacaron con gas lacrimógeno —y, al ver que los
estudiantes se resistían, con armas de fuego—; tres normalistas fueron
asesinados, mientras que varios otros golpeados y heridos —así como,
cincuenta o más, arrestados: hasta el día de hoy, nadie ha sido acusado
como responsable de estas muertes.
En segundo lugar, porque las acciones de la policía de Iguala son
parte de un proyecto de criminalización de la protesta social en México
—principalmente, en contra de la juventud "rebelde”—; en efecto: si
bien las autoridades del municipio y los cárteles de la droga en el
narco-estado de Guerrero pudieron haber sido los ejecutores de este
acto brutal en contra de los jóvenes estudiantes de Ayotzinapa, lo
cierto es que en todo el país gobierna un Estado criminal.
II. La criminalización de la
protesta social en el contexto del Estado mexicano como agente del
crimen y como vehículo del crimen organizado
La guerra criminal —supuestamente en contra del narcotráfico—,
iniciada durante la administración de Felipe Calderón (2006-2012), no
se tradujo sino en la muerte de decenas y decenas de cientos —así como
en la desaparición de otros miles de personas. ¿Son sus cuerpos los que
ahora están siendo encontrados en las fosas clandestinas que "han
aparecido” en medio de la búsqueda de los normalistas de Ayotzinapa, o
más bien estos cadáveres son responsabilidad de Peña Nieto, quien ha
continuado la "guerra contra el narco” con ayuda de la policía y el
ejército? Este país está lleno de cementerios clandestinos: ¿decenas?,
¿cientos?
Con Peña Nieto, antes de la masacre de Iguala, ya habíamos sido
testigos de la ejecución de 22 jóvenes, por parte de la armada federal,
en Tlataya; de igual forma, hemos vivido la continua represión a los
pueblos indígenas, quienes luchan por la autonomía y la
autodeterminación —ya se trate de los zapatistas en Chiapas o de los
yaquis en Sonora. Estos hechos, sin embargo, apenas si son una muestra
de la barbarie en que los gobiernos local, estatal y federal han
querido sumirnos en las más recientes décadas.
Ser joven en México —niño, adolescente, o una mujer apenas
entrando a la madurez— significa vivir ante la posibilidad de ser
asesinado repentinamente —un asesinato en el que el gobierno estará
seguramente involucrado (o ante el que, por lo menos, permanecerá
indiferente). ¿Nos hemos olvidado, por ejemplo, de la impunidad ante el
caso de la guardería ABC en Hermosillo, Sonora, en 2009, donde 49 niños
murieron quemados y 79 más sufrieron graves heridas —todos ellos, de
entre cincos meses y cinco años de edad? Asimismo, hemos atestiguado la
muerte de cientos de jóvenes mujeres en Ciudad Juárez —todas ellas,
acompañadas por la indiferencia del gobierno por prevenir la violencia
feminicida o por traer a los responsables ante la justicia. Por si
fuera poco, hemos visto también cómo un número cada vez mayor de
jóvenes muere en incidentes violentos.
III. El surgimiento de la protesta: México en un nuevo momento histórico
El horror de Ayotzinapa ha dado origen a un nuevo momento en
México. La rabia puede ser percibida en cada sector de la población
—pero, especialmente, entre los jóvenes: ya en los alumnos de las
Normales, ya de las principales universidades de la capital. Desde
entonces, ha habido dos megamarchas: la primera, organizada en dos o
tres días, tuvo lugar el 8 de octubre, cuando en la ciudad de México
decenas y decenas de miles salieron a las calles —encabezados por los
normalistas y por los familiares de los desaparecidos—; de igual
manera, hubo protestas masivas en otros 23 estados del país. La segunda
marcha, la del 22 de octubre, fue parte de una huelga de dos días
llevada a cabo por jóvenes de decenas de universidades; en ella,
participaron cientos de miles —así de la capital como de otros rincones
de México. En Guerrero, ha habido protestas diarias desde hace más de
un mes.
En la marcha del día 8, los participantes llevaban velas, cruces y
pancartas con los nombres de los desaparecidos, así como con las
siguientes consignas: Hasta que haya justicia en Ayotzinapa, no habrá
paz para el gobierno, o Normalistas, víctimas del narco-Estado. Con
marchas, cierres de caminos, bloqueos a las oficinas del gobierno y a
otras dependencias públicas, miles de personas en 25 estados pidieron
la inmediata destitución del gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre. Por
lo demás, una de las manifestaciones más significativas del 8 de
octubre tuvo lugar en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, donde 20,000
zapatistas protagonizaron una marcha del silencio, del dolor y la
rabia, exigiendo verdadera justicia.
En la ciudad de México, además de las megamarchas, ha habido
protestas todos los días, lo que incluye la pinta de slogans en las
paredes de los edificios, así como la pega de fotos de los
desaparecidos en todas partes —entre otras acciones. En la marca del
22, estudiantes, maestros, padres y madres, indígenas, campesinos,
trabajadores, miembros de organizaciones civiles en defensa de los
derechos humanos y sindicalistas demandaban ¡justicia!; se preguntaban:
¿dónde están nuestros hijos?; exigían: ¡No más masacres! y
sentenciaban: México, cementerio clandestino. Al acercarnos a la
festividad del 2 de noviembre, un cartel en una marcha parecía
resumirlo todo: en México, todos los días es Día de Muertos.
IV. Construyendo un humanismo revolucionario: de la protesta y la resistencia a la transformación social
La pregunta fundamental que debemos respondernos es, entonces, la
siguiente: ¿puede este momento de protesta convertirse en un
indetenible ataque contra el fallido Estado mexicano —y, a la vez, en
un tiempo de rebelión, de nuevos comienzos (que permitan construir un
humanismo revolucionario en este país)?
Hablar de construir un humanismo revolucionario cuando tenemos
ante nosotros la barbarie cometida contra los normalistas en Guerrero
puede parecer, para algunos, una evasión de la realidad. Sin embargo,
es sólo a través de la concepción y realización de una visión
emancipatoria de esa índole como podremos detener la masacre contra
nuestros jóvenes, nuestros indígenas, nuestras mujeres —en suma: de
todos los pobres y marginados, de los condenados de la Tierra aquí en
México.
Por ello, nuestro principal reto consiste en transformar este
momento de protesta masiva, del dolor y la rabia, en un movimiento
total de resistencia que sea, a la vez, un tiempo del no y un tiempo
del sí. Esto es: hacer de este nuevo momento un nuevo comienzo que
permita destruir de raíz lo viejo (el tiempo del no) y,
simultáneamente, construir un humanismo revolucionario (el tiempo del
sí).
De igual forma, escribir sobre "la revolución en permanencia”
podría parecer un mero ejercicio del pensamiento abstracto —cuando lo
que tenemos ante nosotros es la violencia de cada uno de los niveles de
gobierno (municipal, estatal, federal); de cada partido político (PRI,
PAN, PRD, sobre todo); de cada instancia de la policía (local, estatal,
federal); de cada una de las fuerzas armadas y de cada grupo del
narcotráfico: todos ellos contribuyen a la descomposición, a la
podredumbre del México de arriba. Este país es una tierra llena de
cementerios —clandestino y legales—, en donde decenas de miles han
muerto o están muriendo a manos de una sola entidad: el
narco-Estado-gobierno-policía-fuerzas armadas-partidos
políticos-cárteles de la droga.
¡Ya basta! Sólo una transformación revolucionaria venida de los de
abajo puede ponerle un alto a la descomposición social —que parece
haberse convertido ya en el modo de vida aquí en México. Construir otra
realidad, otro sentido del tiempo, otra manera de vivir, constituye la
más urgente necesidad en este momento: cualquier otra es una falsa
salida. Lograr la unidad entre teoría y práctica en el contexto del
México contemporáneo, una revolución permanente de ideas y acciones,
puede devenir en la destrucción de la sociedad clasista, racista y
sexista en la que vivimos —así como, a la par, en la construcción de
una nueva.
Vamos ahora a profundizar en este punto explorando cómo estos
conceptos de un nuevo humanismo, de la unidad entre teoría y práctica,
de la revolución en permanencia surgieron históricamente —tanto en el
pensamiento como en la acción: así de las masas en movimiento como de
los pensadores revolucionarios: de Hegel a Marx, de Lenin a la filósofa
humanista-marxista Raya Dunayevskaya. Remontarnos a esta historia puede
ser de gran utilidad para comprender las posibilidades de
transformación revolucionaria aquí (y ahora) en México.
IV. A. De la Revolución francesa
(1789-93) y su impacto sobre Hegel a las luchas de la clase trabajadora
en el siglo XIX como base de la filosofía de la revolución de Marx
La profundidad y el alcance de las acciones revolucionarias del
pueblo francés —que no sólo buscaba destronar a la monarquía, sino que
también le opuso resistencia al naciente "orden burgués”— dejaron en
claro que la revolución no es únicamente un proceso destructivo, sino
que de igual forma da pie a la construcción de una nueva sociedad —la
cual sustituya a la vieja.
Bajo el impacto de la Revolución francesa, Hegel concibió su
sistema dialéctico: su revolución en la filosofía. Hegel, al introducir
a la historia en la filosofía, desarrolló el concepto de un espíritu en
automovimiento que transitaría de la conciencia, la autoconciencia y la
razón hasta el saber absoluto. Ahora bien: si Hegel, en efecto, no
incluyó en su sistema a hombres y mujeres concretos que luchaban por la
emancipación, su concepto del espíritu sí contiene en sí las diferentes
etapas en el camino de la idea de la libertad —esto es: el movimiento
para superar (negar) las barreras y para alcanzar su desarrollo
absoluto. En síntesis: la construcción hegeliana de la dialéctica como
negación (una serie de noes) y como negación de la negación (lo
positivo emergiendo de lo negativo), de hecho captura esencialmente el
movimiento de la historia —aun si ésta aparece aquí sólo en su forma
abstracta. La historia de la humanidad es la lucha por su liberación:
no un acto aislado, sino un proceso; no sólo la oposición (negación: el
no), sino la construcción de lo nuevo (negación de la negación: el sí).
Años después, Marx, en el contexto de las luchas de clase de su
tiempo —de la década de 1840 y las revoluciones de 1848 a la de 1870 y
la Comuna de París (1871) — puedo aprehender al verdadero sujeto, al
motor de la dialéctica: no un espíritu abstracto (como si las ideas
pudieran existir independientemente de las vidas de hombres y mujeres
corpóreos), sino las luchas concretas de las masas en contra de la
opresión, la explotación y la alienación —así como por una nueva
sociedad. Marx no rechazó la dialéctica; todo lo contrario: la
"tradujo”; es decir: recreó la dialéctica de la negatividad —negación y
negación de la negación—, en tanto doble ritmo de toda transformación
revolucionaria: la destrucción de lo viejo y la construcción de lo
nuevo. De esa manera, Marx dio origen a una filosofía de la revolución;
ciertamente, había criticado la deshumanización de la dialéctica
hegeliana —sin embargo, recuperó su esencia: su sentido y su método
transformador-revolucionario. De esa forma, para Marx, la dialéctica
—en conjunto con las luchas de masas de su tiempo— se convirtió en el
fundamento de su naturalismo superado o humanismo.
Uno puede ver esta fusión —en Marx— entre el pensamiento
dialéctico (su filosofía de la revolución) y las luchas de los
trabajadores, por ejemplo, en su llamado a la revolución en permanencia
—contenido en su Mensaje a la Liga de los Comunistas, de marzo de
1850—, el cual fue hecho incluso cuando las Revoluciones de 1848-49 se
encontraban en un momento de repliegue. Esto, sin embargo, no significó
ilusión alguna en torno a la posibilidad de continuar la revolución en
ese momento —mucho menos fue la expresión de un "idealismo abstracto”—;
en cambio, hacía referencia a la necesidad de contar con una visión
emancipatoria que fungiera como base teórico-filosófica para proyectar
las actividades revolucionarias —incluso en tiempos de represión.
De igual manera, cuando la Comuna de París estaba siendo
destruida, Marx escribió La Guerra Civil en Francia (1871) para mostrar
la grandeza de la Comuna —de modo que la siguiente generación de
revolucionarios pudiera comprender su sentido, así práctico como
teórico. Esta obra de Marx constituye, por tanto, un genuino horizonte
de liberación —que contiene, en sí, la dialéctica viva—; de hecho, es
justamente gracias a Marx que hoy en día podemos seguir discerniendo el
sentido revolucionario de la Comuna.
IV. B. Y, después de Marx: La dialéctica de Lenin a Dunayevskaya
La recreación de la dialéctica hegeliana por parte de Lenin —a
través de la exploración de la Ciencia de la lógica de Hegel— ha sido
considerada como la preparación filosófica de Lenin para la Revolución
rusa. Esto no se refiere a ninguna abstracción: la inmersión de Lenin
en la dialéctica hegeliana se concretizó en acciones dentro de ese gran
momento histórico ruso. La respuesta de Lenin a la participación de
Rusia en la carnicería de la Primera Guerra Mundial no fue ningún
llamado "abstracto” a la paz; en cambio, su grito de batalla fue:
¡convirtamos la guerra imperialista en una guerra civil! Muchos habrán
pensado que estaba loco; sin embargo, fue precisamente la visión
emancipatoria de Lenin la que demostró ser perfectamente concreta
—esto, cuando las masas rusas llevaron a cabo la Revolución de Febrero
y exigieron la salida de Rusia de la Primera Guerra Mundial.
Más aún: después de la destitución del zar —cuando un sinfín de
"revolucionarios” sintieron que ya se había ido demasiado lejos, y que
sólo podía seguir la instauración de la así llamada democracia
burguesa—, Lenin puso sus ojos en la creatividad de las masas —quienes
buscaban establecer nuevamente, como en 1905, los soviets— e insistió
en que todo el poder debía ser dado a los soviets —lo que ocurrió con
la Revolución de Noviembre. Como podemos observar, la visión
emancipatoria de Lenin estaba anclada en el pensamiento dialéctico, en
su determinación por unir filosofía y revolución con el momento
histórico que estaba viviendo Rusia.
Sin embargo, a pesar de la grandeza de la Revolución rusa de 1917,
después de la muerte de Lenin ésta se convirtió en su opuesto: el
monstruoso capitalismo de Estado encabezado por Stalin y el
estalinismo. Por su parte, el marxismo de Marx (con toda su profundidad
dialéctica) fue vulgarizado y empleado para justificar la continua
dominación de clase —disfrazada ahora bajo el nombre de "socialismo” o
"comunismo”.
La pregunta en ese momento era, entonces: ¿cómo retomar la visión
revolucionaria y la praxis de Marx, las cuales permanecían
"oscurecidas” hacia la mitad del siglo XX? Es aquí donde cobra
relevancia la labor de Raya Dunayevskaya: luego de rechazar que la así
llamada Unión Soviética de Stalin —y, más tarde, la China de Mao—fueran
socialistas, ella se propuso reencontrarse con la dialéctica de Hegel y
Marx de la única manera posible: recreándola para su tiempo y su
espacio. El nombre que Dunayevskaya le dio a este proceso de búsqueda
fue humanismo marxista, una nueva visión filosófico-revolucionaria.
Para lograr todo esto, Dunayevskaya debía asumir tres tareas principales:
1)analizar el desarrollo del capitalismo hacia la mitad del siglo
XX —tal como se estaba presentando en su forma capitalista de Estado:
no sólo en Rusia o en China, sino a escala mundial—;
2)ubicar el desarrollo del sujeto revolucionario de sus días: sí,
la clase obrera, pero también las mujeres (en tanto fuerza y razón),
los jóvenes y los negros en Estados Unidos y África; de hecho, ella
observó que no sólo las masas en los "países industrializados”, sino
las del así llamado Tercer Mundo (tecnológicamente "subdesarrollado”)
eran fundamentales para llevar a cabo la transformación social
revolucionaria, y
3)volver a la dialéctica hegeliana —no por razones académicas,
sino para encontrar nuevos comienzos para nuestros días en la
negatividad absoluta de Hegel—; así, Dunayevskaya encontró en los
absolutos hegelianos la base para unificar teoría y práctica: la fuente
inagotable para llevar a cabo la revolución en permanencia hoy en día.
V. ¿Qué hacer en México hoy?
Volvamos ahora a México, a nuestra propia crisis de realidad y de
ideas… [agregado el 11 de noviembre. La insurgencia ha entrado en una
nueva etapa; los estudiantes se han pronunciado claramente: no sólo
gritan: vivos se los llevaron, vivos los queremos, sino ¡Fue el Estado!
y ¡Fuera Peña! El avance de las protestas puede ser visto de manera más
evidente en Guerrero, donde la población, en masa, no sólo ha hecho
suyas las anteriores consignas, sino que ha comenzado a actuar en
congruencia con ellas —tanto en las calles de la capital como en
distintas comunidades del estado. Hombres y mujeres están haciéndose
cargo, por su propia cuenta, de acabar con el narco-Estado: ante un
estado en constante descomposición, los habitantes de Guerrero están
planteándose interrogantes (a través de sus acciones y demandas) en
torno a la posibilidad de una nueva forma de actuar y de vivir.
Tales demandas y acciones nacidas desde abajo no sólo apuntan, por
cierto, a reemplazar a un político o grupo de políticos por otro; en
cambio, se manifiestan diciendo: ¡no a la corrupción de todos los
partidos: PRI, PAN, PRD! De igual forma, se han hecho llamados a un
paro cívico nacional, así como a una huelga general de obreros,
campesinos y estudiantes.
Una de las ideas más significativas en este contexto es la de
formar una asamblea constituyente —tal como ocurrió en Bolivia, en
2000, durante la guerra del agua. Pero no una asamblea constituyente de
partidos políticos, sino de delegados elegidos por asambleas populares;
es decir: una asamblea constituyente integrada por los movimientos
sociales.
Contra la violencia del Estado —en sus niveles municipal, estatal
y federal—; contra la violencia del narcotráfico, sólo puede triunfar
un poder, una fuerza: el poder colectivo-social de las masas mexicanas
—jóvenes, indígenas, mujeres, campesinos, obreros—, organizados desde
abajo. Éste es el único vanguardismo auténtico: el vanguardismo de las
masas en movimiento para construir una sociedad nueva. Ciertamente, la
organización revolucionarias es importante —pero sólo la organización
que tienen sus raíces en la actividad propia de las masas, así como en
la necesidad de construir una visión emancipatoria absoluta; se trata,
entonces, de poner en marcha un nuevo humanismo, así en el pensamiento
como en la realidad].
Todas estas categorías (a las que hemos hecho referencia a lo
largo de este escrito) en torno a la construcción de un humanismo
revolucionario, a la unificación de teoría y práctica, a la revolución
en permanencia, son cruciales —no como una receta por seguir, sino como
una orientación para poder reconstruir radicalmente esta sociedad
(nuestro objetivo primordial, tan necesitado aquí y ahora).
El momento decisivo que estamos viviendo en el país no puede
quedarse únicamente en la protesta y la rebelión —por más importantes
que éstas sean. En cambio, necesitamos encontrar en esa resistencia, en
ese tiempo del no, el origen de una posible segunda negación: lo
positivo dentro de lo negativo, el tiempo del sí. Construir, tanto en
el pensamiento como en la acción, una nueva sociedad, un nuevo mundo,
es justamente el reto que tenemos ante nosotros: ésta es la única
manera en que podemos dar a luz un México distinto —el opuesto absoluto
del México de barbarie en el que estamos viviendo hoy en día.
Trad. G.W.F. Héctor
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