Gilberto López y Rivas
Las
polémicas y los posicionamientos en torno a las elecciones intermedias,
salvo excepciones, versaron sobre votar, abstenerse, anular o
boicotear, dejando a un lado el tema cardinal de las perspectivas
estratégicas que respaldan cada una de estas acciones tácticas. En
última estancia, la discusión sobre las vías para efectuar
transformaciones sistémicas, o alternancias entre élites
corporativo-partidarias, puede ser limitada a cuestiones formales o
coyunturales impuestas por la entelequia (especialmente en un Estado
criminal) de la democracia representativa, la legalidad de las
instituciones y los derechos ciudadanos, en este caso secuestrados
supuestamente por gremios y comunidades que atentan, particularmente,
contra el sacrosanto derecho a votar.
Marcos Roitman señala que la democracia de partidos, finalmente
definida por el Estado burgués, se desvincula de la práctica y los
sujetos sociales y termina siendo un acotado procedimiento de elección
de élites, una
técnicaen la que puede haber alternancia pero no alternativas de cambio social. De esta manera, los partidos se convierten tarde o temprano en
ofertasde gestión técnica del orden establecido ( El pensamiento sistémico, los orígenes del social-conformismo, México, Siglo XXI-UNAM, 2003). Asimismo, Roberto Regalado considera que la trasnacionalización neoliberal impone un nuevo concepto de democracia: “la democracia neoliberal, capaz de ‘tolerar’ a gobiernos de izquierda, siempre que se comprometan a gobernar con políticas de derecha”. En el marco de la crisis de las formas de representación de la democracia tutelada, de baja intensidad o contrainsurgente que propicia la burguesía trasnacional en la actual fase de mundialización, estos partidos pierden toda capacidad contestataria y revolucionaria; son incapaces de sustraerse a la lógica del poder, dada la efectividad de éste para cooptar a sus dirigentes, quienes asumen en definitiva un papel de legitimación del sistema político burgués basado en la desigualdad y la explotación capitalistas. El ejemplo mexicano es el Partido de la Revolución Democrática (PRD), pero también observamos las mutaciones en ese sentido del Partido de los Trabajadores brasileño, sectores gobernantes del Frente Amplio de Uruguay, el partido de Daniel Ortega en Nicaragua y muchas otras organizaciones partidarias que una vez en el gobierno, su preocupación central no es el desarrollo de diversas formas de poder popular, conformación y fortalecimiento de sujetos autonómicos y creación de las condiciones para una ruptura con el sistema capitalista, sino, más bien, la permanencia de sus cuadros en el gobierno y en las instancias de representación popular, la reproducción de sus burocracias, su ingreso a una élite política y económica y su aislamiento de los movimientos sociales contestatarios.
Regalado reitera: “No se trata de negar o subestimar la importancia
de los espacios institucionalizados conquistados por la izquierda, sino
comprender que estos triunfos no son en sí mismos la ‘alternativa’. De
ello se desprende que la prioridad de la izquierda no puede ser el
ejercicio del gobierno y la búsqueda de un espacio permanente dentro de
la alternabilidad neoliberal burguesa, sino acumular políticamente con
vistas a la futura transformación revolucionaria de la sociedad” (
Reforma o revolución, en Rebelión, 9/1/06).
Los
sistemas electorales han sido considerados por la propia teoría liberal
como los mecanismos a través de los cuales se pueden dirimir toda clase
de conflictos económicos, sociales, políticos y culturales. La teoría
marxista clásica, convenientemente olvidada por las izquierdas
institucionalizadas, afirma que las sociedades capitalistas tienen una
dicotómica formación: por un lado, una realidad conflictiva y
contradictoria resultado de la explotación y dominación de clase y, por
otro, una ilusoria equidad y armonía resultado del aparato
ideológico-mediático que pretende equiparar jurídica, política y
culturalmente a todos los individuos como ciudadanos.
Para el capitalismo y su sistema de partidos de Estado, la
democracia se limita a lo formal, a los aspectos electorales y al juego
de los partidos políticos dentro de ese sistema. No obstante, en la
historia de América Latina destacan ejemplos que muestran que aun este
tipo de democracia es instrumental para las clases dominantes; esto es,
funcional en tanto responde a sus intereses. Por ello, cuando a través
de ésta una izquierda anti-sistémica, o fuerzas realmente
democratizadoras, logran un quiebre institucional, tomar el gobierno y
cuestionar su dominio, las clases dominantes y el imperialismo no dudan
en aniquilar la legalidad democrática. Muestra de ello son los
múltiples golpes de Estado en América Latina en el pasado reciente, y
los actuales métodos de hostigamiento y violencia golpistas, ataque
mediático y conspiración paramilitar que aplican para desestabilizar y
derribar el gobierno constitucional de Nicolás Maduro en la República
Bolivariana de Venezuela.
En suma, los procesos electorales en países cuyos grupos gobernantes
y oligárquicos asumen una posición de acatamiento subalterno a la
mundialización capitalista neoliberal, representan mecanismos
heterónomos a través de los cuales las clases dominantes, los aparatos
coercitivos e ideológicos del Estado y los poderes fácticos imponen a
los candidatos que garanticen la reproducción del sistema, y esto se
lleva a cabo con la acción legitimadora de oposiciones que reclamándose
de izquierda se han desarmado ideológicamente al renunciar a la lucha
contra el capitalismo y el imperialismo (¡no, qué horror!),
convirtiéndose en estratos privilegiados que hacen del medio electoral
la forma de su permanencia en los aparatos estatales, su ascenso social
y, sobre todo, el propósito primario y único de sus
luchasy
movimientos.
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