La instauración del fascismo en Italia y del nazismo en Alemania, no fue resultado del capricho de Benito Mussolini y de Adolfo Hitler, sino de una estrategia hábilmente concretada luego de años de construir una base social sobre la cual operar sin encontrar resistencias. En cambio, aquí la élite oligárquica está empeñada en levantar un régimen de características totalitarias, sin contar con los cimientos sociales necesarios, los cuales quiere conseguir con limosnas en cada proceso electoral. Por eso está equivocado Enrique Peña Nieto al afirmar que “las reformas estructurales de México son cambios de fondo; su implementación plena llevará tiempo, concitará resistencias y reticencias, pero la gran mayoría de mexicanos estamos determinados a llevarlas a cabo”.
Parte de una premisa falsa: la de que fueron aprobadas de manera consensuada, cuando fueron el resultado de las negociaciones corruptas entre las tres principales fuerzas políticas, como es bien sabido, motivo por el que el Partido de la Revolución Democrática (PRD) fue severamente castigado en los pasados comicios intermedios, sobre todo en el Distrito Federal. Ya sabemos también cómo consiguen votos el PRI y el PAN, así que resulta una falacia monumental afirmar que “la gran mayoría de mexicanos” quiere suicidarse, como así habría de suceder de concretarse las famosas acciones ultra reaccionarias con las que la tecnocracia quiere dar el salto a un Estado no sólo canalla, sino criminal.
Es válido tal adjetivo, porque criminal es un plan de “gobierno” que busca a toda costa empobrecer a las clases mayoritarias para controlarlas con menores costos, despojar al país de su capacidad de ofrecer expectativas de desarrollo y cancelar toda posibilidad de un futuro menos dramático a las clases mayoritarias. Esto es lo que se habría de lograr de imponerse, incluso por la fuerza, las reformas estructurales que son la última vertiente de la estrategia de la derecha para insertar a México en el gran proyecto globalizador que quieren concretar las súper potencias conjuntadas en el llamado Grupo de los Siete.
Que Peña Nieto tiene un firme compromiso con los planes de éstas, se confirma sobre todo cuando viaja al extranjero. En Roma, ante el presidente del Consejo de Ministros del gobierno italiano, Matteo Renzi, fue a presumir sus avances en la consolidación de las reformas estructurales, y hasta lo exhortó a imitarlo. Dijo: “Esta labor es compleja, pero a final de cuentas siempre será satisfactorio ver el desarrollo que reporta a las sociedades”. A su vez, Renzi calificó a Peña Nieto como “un líder reformador, capaz de tener una visión importante para su país, logrando resultados muy significativos gracias al proceso de reformas”.
Sin embargo, tal optimismo reaccionario no lo comparte Agustín Carstens, gobernador del Banco de México. Afirmó: “México no ha concluido su proceso de transformación, sino comienza una etapa difícil que es la implementación de las reformas estructurales. El país está inmerso en una fase más laboriosa: la de instrumentar dichas modificaciones”. Reconoció la necesidad de fortalecer el Estado de derecho, porque un Estado de derecho débil “genera altos costos para la economía… al inducir una reasignación de recursos privados a la protección de bienes y personas y al retrasar la impartición de la justicia”.
Obviamente, esto no lo advierte Peña Nieto, obcecado por un triunfalismo absurdo, producto de su total divorcio de la sociedad nacional, y de que parece no importarle el juicio de la historia. Pero tampoco, a final de cuentas, la alta burocracia, sobre todo del área financiera, a su vez aferrada a un fundamentalismo neoliberal en decadencia, que de continuar habrá de acarrearle daños terribles a las clases mayoritarias, sin duda en este mismo sexenio. Se vislumbra muy difícil que las grandes mayorías acepten sin protestar el “proyecto” que quiere implantar a toda costa, sin más tardanza, la oligarquía que a su vez es socia minoritaria de las grandes empresas trasnacionales.
Esto se podrá comprobar en las elecciones para gobernador en once entidades federativas el año próximo. El binomio PRI-PAN, con sus paleros, querrán conseguir el voto mayoritario con las artimañas de siempre, con el objetivo fundamental de cerrarle el paso al Movimiento Regeneración Nacional (Morena). Sin embargo, no le será fácil lograrlo porque las contradicciones sociales estarán en su apogeo, como sucedió cuando el dictador Porfirio Díaz se vio obligado a renunciar por lo mismo.
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