Lydia Cacho
Plan b*
Nuestros
abuelos jugaban a la Primera Guerra Mundial con soldaditos de plomo
verdes y grises; imitaban la batalla, devastaban, engañaban y salían
triunfantes.
La generación de nuestros padres recibió durante su infancia pistolas,
rifles, arcos con flechas, plumas y sombreros. Ellos jugaban a los
vaqueros contra los indios, en la época en que el General Custer era un
héroe por aniquilar a la población originaria de Estados Unidos.
Luego llegó el Llanero Solitario con Toro, su fiel amigo, un indio piel roja que le acompañaba en sus aventuras justicieras.
Los niños jugaban a matar, los padres los miraban con deleite. La
siguiente generación también recibió pistolas, metralletas y rifles, su
juego era policías y ladrones, casi ningún niño quería ser policía,
porque los ladrones son mucho más interesantes.
Los niños construían sus fuertes, tiendas de campaña y cárceles con
sábanas, palos y lo que encontraran; algunos imaginaban que la parte de
abajo de la cama era la mazmorra a la que enviaban a sus prisioneros,
muchos niños obedecían con tal de jugar.
Llegó la era de los videojuegos, las masacres masivas. Los niños ya no
necesitaron una pistola en la mano: con un suave movimiento de sus
pulgares aprendieron a poner bombas, minas unipersonales, a tirar
helicópteros con lanzagranadas, a violar y perseguir mujeres hasta
matarlas.
Los padres les miraron fascinados, ya no necesitaban nana, allí estaba
el sucedáneo distractor, primero los videojuegos, el game-boy y luego
miles de juegos cibernéticos.
Masacres, asesinatos, secuestros, robos bancarios, todo como “sana”
distracción. Las y los especialistas divididos: unos dicen que jugar a
la guerra, a matar, a violentar, ayuda a procesar emociones malsanas
sublimadas en un juego, que nunca llegan a la realidad.
Pero en México la realidad se parece a los juegos de terror. Hoy los
asesinos de la tele no son de ficción, son héroes narcotraficantes,
secuestradores y mafiosos que se salen con la suya.
Otros responden que esos juegos, que representan la realidad, son
procesos pedagógicos de normalización de la guerra, violencia, xenofobia
y sexismo, que las cosas podrían ser diferentes si los juguetes se
produjeran desde la pedagogía de la cultura de la paz, que establece que
aunque ciertamente todas y todos somos capaces de ejercer violencia, la
educación con principios y valores no violentos fortalece la integridad
y nos hace comprender que la violencia es una elección personal no
deseable.
Que los conflictos se pueden dirimir explicándolos, haciéndolos
visibles, que se pueden criar niñas y niños que jueguen a la guerra con
una mirada sociocrítica.
Recientemente un grupo de adolescentes en Chihuahua (dos niñas de 13,
dos niños de 15, y uno de 12) mataron a un niño de seis años.
Las investigaciones y los estudios psicológicos hechos a las y los
adolescentes demuestran que en verdad piensan que estaban jugando a los
secuestradores (como en la tele) y que se “les pasó la mano” y el
pequeño perdió la vida.
Lo amarraron, lo golpearon y sofocaron (como en la tele), luego al ver
que parecía muerto lo enterraron y tomados por el pánico lo apuñalaron y
lo sepultaron. Uno de los niños confesó a su madre y ésta llamó a la
policía para denunciar.
La opinión pública de inmediato se horrorizó, pidió castigo para esos
niños “crueles, despiadados, asesinos”. La gente pide pena de muerte y
cárcel, pero la ley lo impide, están en el DIF.
Quedarán en el limbo jurídico porque aunque con bombo y platillo el
presidente Peña ordenó la aprobación de la nueva Ley General por los
Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, siguen sin reglamentarla, no le
asignaron presupuesto y Peña no la ha vuelto a mencionar.
La Red por los Derechos de la Infancia (Redim) ha dicho que los miles de
homicidios, personas desaparecidas y crímenes impunes no han tenido una
explicación oficial para los 40 millones de niñas, niños y adolescentes
en el país. Cada familia y comunidad ha buscado darles respuestas (u
ocultarles la realidad) sin éxito.
Pensar en ayudar a las y los adolescentes que mataron al niño, no
implica olvidar el dolor de la madre de Cristopher; significa intentar
detener el ciclo de violencia y revictimización que sólo profundiza el
problema y no lo enfrenta ni resuelve.
Estamos frente al fenómeno de la normalización de las violencias y la
crueldad como una forma de entretenimiento pornográfico; la violencia
como escenario y actor. No sólo esas niñas y niños carecen de la noción
del valor de la vida humana, quienes piden pena de muerte para ellas y
ellos piensan como aniquiladores vengativos.
En 2011 el Comité de Derechos del Niño de la ONU emitió recomendaciones
que a la fecha no han sido atendidas por el gobierno mexicano y que
permitirían a niñas y niños reelaborar psicológicamente los delitos que
les son cercanos, la violencia extrema y la creciente presencia del
crimen organizado.
No se ha invertido un centavo en programas de educación para la paz, ni
en atención y reintegración adecuada de niñas y niños que cometieron
delitos sin entender plenamente sus actos.
Es curioso, a los medios les llamó la atención el escándalo del
homicidio del pequeño Cristopher, acusaron de manera simplista a los
padres y madres, pero no hablaron de la necesidad de construir entornos
seguros y comunidades resilientes, que son las soluciones realistas ante
la creciente violencia.
Gran parte de la sociedad mexicana está contagiada de ira y deseo de venganza; ante la impunidad rampante exigen más violencia.
Pero la única salida realista es la educación para la paz, urge invertir
en ella recursos materiales y humanos, hacer a las niñas y los niños
partícipes del juego de la paz, de una nueva forma de ver el mundo.
Twitter: @lydiacachosi
*Plan b es una columna cuyo nombre se inspira en la creencia de que
siempre hay otra manera de ver las cosas y otros temas que muy
probablemente el discurso tradicional, o el Plan A, no cubrirá.
Cimacnoticias | México, DF.-
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