Es un
hecho incuestionable que México camina en reversa, no sólo por el
conservadurismo reaccionario de la oligarquía, sino por la necedad de
la clase política en el poder en no escuchar ni ver al pueblo, bajo la
falsa creencia de que el sistema no tiene fallas irreparables que no se
puedan solucionar con dinero y demagogia. Suponen que todo está bajo
control, y que el PRI seguirá siendo la primera fuerza política
nacional, como lo demostró el reciente proceso electoral. ¿Acaso no es
felicitado Enrique Peña Nieto en los foros internacionales en los que
participa para dar su versión del exitoso programa de reformas
estructurales?
Se engañan solos, los
miembros de la cúpula en el poder, porque la realidad es muy diferente.
Si bien es cierto que funcionó como siempre la “operación compra de
votos”, ahora de manera por demás escandalosa con la entrega a millones
de hogares pobres de pantallas de televisión digital, la verdad es que
así como está el país el futuro cercano se vislumbra negro, y en vez de
elecciones en el 2018 puede presentarse un escenario inédito que
dificulte sobremanera llevarlas a cabo. Sería el peor de los casos,
desde luego, porque nadie saldría ganando en México, ni siquiera la
élite oligárquica.
El “gobierno” de Enrique Peña
Nieto se nota sólo por sus actos antidemocráticos, por una excesiva
demagogia que lo aleja todavía más de las clases mayoritarias, y por un
entreguismo a intereses trasnacionales sin parangón en América Latina.
En poco más de dos años su desgaste es manifiesto y parece
irreversible. Sin duda lo será en la medida que persista en olvidar que
tiene también compromisos elementales con la sociedad mayoritaria, como
así es en los hechos. De ahí que tenga razón la Arquidiócesis Primada
de México (APM), al afirmar en su semanario Desde la Fe, que hay
“fastidio popular” por todo lo que está ocurriendo en el país, y así
quedó de manifiesto en los pasados comicios.
En efecto, como señala el
organismo eclesial en su órgano oficial: “La ciudadanía merece más que
un sistema de partidos políticos, pues manifestó su voluntad para
cambiar las cosas antes de que sea demasiado tarde”. Así se va a
corroborar dentro de tres años, cuando a la burocracia dorada no le
alcancen tiempo y recursos para doblegar a las clases mayoritarias, que
exigirán un cambio verdadero al rumbo que ha seguido la nación desde
hace poco más de tres décadas. Para entonces, las contradicciones
nacionales habrán rebasado con mucho al desgobierno de Peña Nieto,
sobre todo si se empeña en poner en marcha el proceso antidemocrático y
entreguista que le exigen los grandes intereses trasnacionales.
Entonces será el momento para
que la izquierda verdadera asuma su responsabilidad de liderar las
reivindicaciones que reclaman las clases mayoritarias, no con una
perspectiva partidista ni coyuntural, sino ciudadana y progresista.
Será la oportunidad para que “esta fuerza política emergente, que se
lleva la mayoría de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal e
importantes delegaciones, lleve a cabo un cambio para terminar con los
males que padece la ciudad de México”. (Sin mencionar al Movimiento
Regeneración Nacional (Morena), es obvio que se está refiriendo a esta
organización.) Tal compromiso tendrá que ser extensivo a todo el país,
porque es la nación en su conjunto la que camina por un rumbo
equivocado, guiada por una camarilla irresponsable que sólo piensa y
actúa en razón del único objetivo concreto que tiene: acrecentar sus
mezquinos intereses y apuntalar sus privilegios.
No hay duda que Morena está llamado a
ser el movimiento reivindicatorio que salve a la nación de una
conflagración apocalíptica. Si no lo entiende así la oligarquía e
intenta ponerle todo tipo de obstáculos, el futuro inmediato de los
mexicanos se verá teñido de sangre. Esto lo ve con mucha claridad la
APM al señalar que hay “fastidio popular” por la forma en que la clase
política en el poder lleva las riendas del sistema. El riesgo es que
ese fastidio, que ahora se manifestó con más de un millón de votos
nulos, tome otro cariz antes de los comicios del 2018. La única
posibilidad de evitarlo es no poniéndole más obstáculos a la izquierda
verdadera, la única capaz de guiar al pueblo por la senda del progreso
y la paz social.
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