Si bien el Poder Ejecutivo no es el único del Estado Mexicano, sí
sobresale como un centro articulador de una enorme cantidad de
facultades y poderes que solamente en algunos casos específicos debe
compartir con otros poderes. Es cierto que la reforma política
constitucional del 10 de febrero de 2014 le otorgó al presidente la
facultad potestativa de “optar por un gobierno de coalición con uno o
varios de los partidos políticos representados en el Congreso de la
Unión”. Sin embargo, esta opción solamente tiene sentido en caso de que
el partido político del presidente no cuente con una representación
mayoritaria en las cámaras federales, una situación que no ocurre en el
contexto actual.
Así que estrictamente hablando la “soledad” del presidente que tomará
posesión el próximo 1 de diciembre no surge de una decisión personal o
política, sino del diseño constitucional de nuestro régimen político.
Ahora bien, los reclamos hacia López Obrador evidentemente van más
allá del ámbito legal. Los críticos insisten que el presidente electo
debe pasar de una lógica de la oposición social a una del poder
gubernamental. En lugar de atrincherarse con sus fieles, López Obrador
debe ser “responsable” y gobernar en unidad con y para todos y todas. De
lo contrario, se quedaría “solo”, en conversación y diálogo únicamente
con sus amigos y allegados más cercanos.
Esta es precisamente la sorda soledad que generó el fracaso y la
autodestrucción del sexenio de Enrique Peña Nieto. Desde el primer día
de su gestión, el todavía presidente se encerró en su burbuja de socios y
amigos y jamás dialogó ni volteó a ver, y mucho menos dialogó con los
millones de mexicanos pobres cuya vulnerabilidad fue manipulada y
abusada por medio de la compra del voto con el fin de llevarlo a la
Presidencia de la República. Con su “Pacto por México”, Peña Nieto
gobernó “en unidad” con las oposiciones parlamentarias de derecha, el
Partido Acción Nacional (PAN), y de izquierda, el Partido de la
Revolución Democrática (PRD), pero jamás se abrió al trabajo en conjunto
con la sociedad civil.
López Obrador está comprometido con una lógica radicalmente diferente
con respecto al poder gubernamental. Está dispuesto a pagar los costos
de “gobernar solo” si ello implica que jamás estará en realidad solo. El
presidente electo se reserva el derecho de gobernar desde la oposición,
de llevar el espíritu de lucha social hasta las esferas más altas de la
administración pública estatal.
Ello implica romper con, y superar dialécticamente, la estricta
dicotomía entre el gobierno y la oposición heredada después de tantas
décadas de haber vivido dentro de un contexto de autoritarismo de
Estado. Lo que muchos hoy llaman “responsabilidad” en el ejercicio
gubernamental en realidad implicaría un acto de traición de parte de
López Obrador, ya que supondría dar la espalda a las bases sociales que
lo llevaron al poder.
Al llevar la lógica de la oposición al gobierno, López Obrador busca
transformar el carácter mismo del poder. Es precisamente por ello que el
presidente electo prefiere hablar de un “cambio de régimen” o de una
“cuarta transformación” en lugar de una simple “transición” democrática o
modernización institucional. En lugar de insistir en meter a López
Obrador dentro del viejo molde autoritario, habría que respaldar sus
esfuerzos por romper este molde y construir una nueva lógica de
ejercicio de poder más cercano a la sociedad y a la ciudadanía.
Quien debe cambiar su punto de vista con respecto al poder
gubernamental no es entonces el futuro presidente sino quienes
próximamente estarán en la oposición. Las reacciones de muchos
integrantes de la oligarquía y de la vieja clase política a la decisión
de organizar una consulta ciudadana y de cancelar las obras del
aeropuerto de Texcoco evidenciaron una clara falta de madurez y de
oficio político. En un arranque autoritario, el PRI propuso simplemente
prohibir constitucionalmente la realización de consultas ciudadanas en
materia de obras gubernamentales. Y los grandes empresarios organizaron
un ataque especulativo internacional en contra del peso mexicano, así
como una guerra propagandística nacional en contra del presidente
electo.
En lugar de desesperarse e insistir que López Obrador ejerza el poder
a la manera de los priistas, los perdedores de las elecciones del 1 de
julio deberían asumir su derrota e ir aprendiendo poco a poco a convivir
con la democracia.
www.johnackerman.blogspot.com
Twitter: @JohnMAckerman
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