Algunos han renunciado a entenderlo, otros se han conformado con odiarlo. Pocos son los que se han dedicado a entender a Andrés Manuel López Obrador, el personaje político más relevante del México contemporáneo.
A los muchos acertijos que quedan por resolver sobre López Obrador, en los últimos días se ha sumado otro: el crecimiento de la aprobación presidencial al terminar el sexenio. El rompecabezas no podría ser más complicado: justo cuando amenazaba la tormenta, el sol de primavera calienta las ventanas de Palacio Nacional.
Los datos llegan lento, pero llegan. Son crudos y aleccionadores. Primero fue la encuesta publicada hace algo más de diez días por El Financiero. Esta semana, la de Reforma. En ambas, la aprobación presidencial crece significativamente.
La encuesta de Reforma (que confirma la tendencia de El Financiero) señala que el porcentaje de mexicanos que aprueba la gestión del presidente López Obrador creció once puntos entre diciembre de 2023 y marzo de 2024 al pasar de 62% a 73%. La encuesta también muestra una reducción del porcentaje de la población que lo desaprueba. Este grupo pasó de 37% a 24%. ¿Qué pasó durante los últimos tres meses para que la aprobación del presidente creciera de esta manera? Propongo tres hipótesis, todas complementarias.
Una primera explicación está en la acumulación de inauguraciones y anuncios de programas públicos en los que participó el presidente antes del primero de marzo, inicio formal de las campañas electorales. La acumulación de estos eventos (sólo posible por un gasto social extraordinario) pudo significar un incremento en la aprobación presidencial.
Basta dar una vuelta por la agenda presidencial de las últimas semanas para tener una idea de lo que planteo. Solamente en los últimos días de febrero, el presidente inauguró tres acueductos (Jalisco, Sinaloa, Sonora), anunció la nacionalización de una exportadora de sal (Baja California Sur), mil 600 metros de rompeolas en el puerto de Salina Cruz (Oaxaca), realizó la primera prueba del Tren Insurgente en el tramo de Zinacantepec a Santa Fe (Estado de México), inauguró un museo en Chichén Itzá y dio el banderazo de salida al Tren Maya en el tramo Cancún a Playa del Carmen (Quintana Roo). Antes de esa semana frenética, inauguró obras (planteles escolares, carreteras, puentes, malecones, plantas potabilizadoras, presas, aeropuertos y farmacias) y participó en decenas de eventos de los llamados programas para el bienestar (Pensión para adultos mayores, Sembrando Vida, Jóvenes Construyendo el Futuro, Becas Benito Juárez de Educación Básica).
Insisto: la acumulación de todos estos eventos, sumado a los resultados de programas y proyectos del presidente, pudo haber provocado un salto así de grande en su popularidad. Lo sembrado antes comienza a cultivarse ahora.
Una segunda explicación está en el inicio de las campañas electorales y las diferencias que observa la población entre la candidata opositora respecto al actuar del presidente. Por poner uno de varios ejemplos: los largos viajes de Xóchitl Gálvez a Estados Unidos y España.
Estos contrastan con el discurso soberanista del presidente que ha cuajado bien en varias partes de la población. Y así otros temas: la ambigua posición de Gálvez en torno a Pemex, su voluntad por revertir los procesos de nacionalización de la industria eléctrica etc. Para escribir la hipótesis de otro modo: en el contraste con la candidata del PRI y el PAN, el presidente encontró un segundo aire a su popularidad.
Por último, está la hipótesis que, desde mi punto de vista, tiene un mayor nivel explicativo: la guerra sucia contra el presidente orquestada por la oposición no sólo no funcionó, se revirtió por completo. Como ha sucedido ya varias veces en su historia política, el presidente López Obrador sale fortalecido de las campañas negras que sus adversarios ejecutan en su contra. Como un búmeran, la suciedad lanzada contra el presidente vuelve al punto de origen en lugar de impactar en el objetivo.
Desde las publicaciones basadas en filtraciones sobre el supuesto financiamiento criminal de las campañas de 2006 y 2018 hasta las granjas de bots colocando hashtags de autoconsumo (#NarcorpresidenteAMLO666), las campañas negras sólo han logrado fortalecer la figura presidencial. En otras palabras: “mientras más le pegan, más crece”.
El sexenio del presidente López Obrador estuvo lleno de claroscuros. En muchas áreas de la administración, la ejecución de la política pública ha sido deficiente (por decir lo menos). Hay temas en los que el fracaso administrativo es ineludible y mereció un severo castigo electoral. A pesar de eso, ni siquiera en los momentos más agudos de la pandemia de COVID, la aprobación presidencial se redujo por debajo del cincuenta por ciento. Al terminar el sexenio, cuando lo normal era esperar un declive de la popularidad (en favor de figuras emergentes, como los candidatos), el presidente se fortaleció. Se trata de un fenómeno insólito para la política mexicana, pero también extraordinario en comparación con otros países de la región.
Pasarán décadas y continuarán los textos intentando explicar el fenómeno político que supone Andrés Manuel López Obrador. Algo es seguro: en lugar de odiarlo, bien harían los opositores en ocupar algo de su energía en entenderlo. Así, quizás, dejarían de construir trampolines a su popularidad.
Carlos A. Pérez Ricart
Carlos A. Pérez Ricart es Profesor Investigador del CIDE. Es uno de los integrantes de la Comisión para el Acceso a la Verdad y el Esclarecimiento Histórico (COVeH), 1965-1990. Tiene un doctorado en Ciencias Políticas por la Universidad Libre de Berlín y una licenciatura en Relaciones Internacionales por El Colegio de México. Entre 2017 y 2020 fue docente e investigador posdoctoral en la Universidad de Oxford, Reino Unido.
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