La descripción fílmica del terror planificado que significó la solución final antisemita, cuenta con antecedentes notables de los que naturalmente abreva la cinta de Glazer: el cortometraje Noche y niebla (Alain Resnais, 1956), el portentoso documental Shoah (Claude Lanzmann, 1985), o la muy explícita ficción El hijo de Saúl (2015), del húngaro Laszlo Nemes. Sin embargo, hasta la fecha, ningún director había imaginado asumir en un relato fílmico, y con un rigor semejante, el punto de vista de los oficiales nazis con el fin de transmitir a los espectadores la naturaleza escalofriante de su ingeniería de exterminio y el grado de insensibilidad moral que pudieron alcanzar testigos directos y otros protagonistas de ese crimen inmenso. Gran favorita en Cannes para el premio máximo, que finalmente fue concedido a Anatomía de una caída, de Justine Triet, Zona de interés incide de modo singular y oportuno en el ánimo del público por las evidentes resonancias que sugiere en el siniestro panorama de la geopolítica actual.
Un acierto indiscutible de la cinta es haber situado su narración en
el exterior de un campo de concentración del cual sólo se advierten, por
encima de un muro divisorio, los techos de las barracas y las chimeneas
humeantes todo el tiempo. Hedwig Höss (Sandra Hüller, formidable) se
ocupa, de forma metódica y autoritaria, del cuidado de la casa y la
educación de sus hijos, mientras Rudolph (Christian Friedel),
responsable clave de la organización del campo de exterminio, brilla
ante sus colegas y superiores por sus propuestas novedosas, como un
crematorio giratorio para eliminar, de forma más expedita, a miles de
judíos en tiempo récord. En este alarde de eficacia combinada del que
hace gala el matrimonio Höss, se presentan incidentes incómodos, como
tener que rescatar a sus hijos de las aguas de un arroyo contaminado con
cenizas y astillas óseas. O la desavenencia conyugal por el traslado de
Rudolph a otro campo de exterminio como recompensa por su excelencia
asesina, incomodando así a la esposa, conocida como la reina de Auschwitz
,
quien disfruta sin reparos de su pequeño coto de poder local, que
incluye recuperar, como pasatiempo ocioso, los abrigos, joyas y
cosméticos arrancados a las mujeres judías recién deportadas.
El diseño sonoro y la partitura hechizante de la compositora inglesa Mica Levi contribuyen poderosamente a la atmósfera gélida y sombría que domina en la cinta y que se acentúa en episodios oníricos recurrentes, filmados en blanco y negro y con imágenes térmicas.
Se exhibe en la Cineteca Nacional, el Cine Tonalá, Cinemanía, la Casa del Cine y en salas comerciales.
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