Historias de Navidad
Bajo el resplandor de las luces que adornan las calles de la Ciudad de México, la Navidad se siente en cada rincón. Sin embargo, para muchos, esta época del año no es un momento de celebración, sino un recordatorio de lo que han perdido
Las luces navideñas que cuelgan en la Zona Rosa iluminan fachadas, bares y restaurantes. En la esquina de la calle Amberes con Londres, donde la vida nocturna nunca se apaga del todo, la Navidad no llega envuelta en papel brillante ni con villancicos, sino en el ruido constante de la gente que entra y sale de los locales y en la espera silenciosa de quien no tiene a dónde ir. Ahí, casi siempre en el mismo punto, se encuentra José, un hombre de 61 años que ha hecho de la calle su casa y de la observación su rutina diaria.
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Cada noche, José amontona cartones y una cobija para encontrar refugio. Su vida es una constante lucha por la supervivencia, pero a pesar de su situación, lleva consigo una chispa de esperanza. Su pasado está lleno de recuerdos que lo impulsan a seguir adelante, recordándole que siempre hay una razón para levantarse.
Aunque puede sostener una conversación fluida, por momentos divaga o murmura frases que parecen perderse en el aire. No hay agresividad en él; al contrario, su trato es afable y agradecido cuando alguien se detiene a hablarle.
“Nunca se quieren acercar a nosotros, bueno, a mí. Yo creo porque me ven sucio y piensan que estoy loco, pero no estoy loco. Solo que me ven así y creen que les voy a pegar o a hacer algo malo”, dice mientras sigue con la mirada a los transeúntes que pasan sin detenerse.
Perderlo todo
José es originario de Hidalgo. Llegó a la Ciudad de México después del sismo de 1985, con la esperanza de encontrar trabajo. Durante más de cinco años fue ayudante de un tapicero en la colonia Guerrero. Se casó, tuvo un hijo y, en busca de un mejor ingreso, entró a trabajar a una fábrica de harina donde el sueldo era más estable.
La vida parecía encaminarse, pero el alcohol comenzó a ocupar cada vez más espacio en sus días. Primero los sábados y domingos, luego varias veces a la semana, hasta convertirse en una adicción que fue erosionando todo a su alrededor.
Su esposa se separó de él y se llevó a su hijo cuando tenía 11 años, cuenta José, supo que se fueron a Puebla, a casa de la madre de ella, pero con el tiempo perdió todo contacto. Tras la separación, cuando rondaba los 38 años, vivió solo durante un tiempo, hasta que el alcoholismo lo hizo perder el empleo.
Encontrar otro trabajo se volvió casi imposible. Probó como vendedor ambulante en el centro de la ciudad:
“Antes se podía vender de todo, había muchos puestos. Yo vendía tacos doblados que hacía una señora y me pagaba por día, pero igual estaba yo tomando ahí cuando vendía. Yo sé que hice mal”, cuenta, interrumpiéndose por momentos, para luego retomar la historia.
“Antes se podía vender de todo, había muchos puestos. Yo vendía tacos doblados que hacía una señora y me pagaba por día, pero igual estaba yo tomando ahí cuando vendía. Yo sé que hice mal”, cuenta, interrumpiéndose por momentos, para luego retomar la historia.
Ese fue su último trabajo. Después vino la caída definitiva: pedir dinero en la calle, gastar todo en alcohol, no poder pagar la renta y, finalmente, dormir a la intemperie. Pasó por la Alameda y por distintas zonas de la ciudad, hasta que encontró en la Zona Rosa un sitio donde quedarse.
Cuenta que el ruido de los bares no le molesta; al contrario, le da una sensación de compañía. “Aquí siempre hay movimiento, no se siente uno tan solo”, dice, aunque sabe que muchos lo miran con desprecio. “Yo creo que huelo mal, pero si vive uno en la calle, ¿dónde se va uno a bañar?”.
El sentimiento en Navidad
En Navidad, la calle cambia un poco. José cuenta que casi siempre hay alguien que le regala algo de comer: un plato caliente, un pedazo de pan, a veces comida que sobra en los locales de la zona. Para él, eso es un regalo. Hay días en que come muy poco o no come nada porque no tiene dinero.
Durante años, estas fechas le resultaban indiferentes; veía a la gente festejar y para él era un día más. Sin embargo, en los últimos años la Navidad le pesa. La soledad se hace más evidente. Piensa en su edad, en la muerte, en la posibilidad de irse sin que nadie lo acompañe.
“Un buen regalo de Navidad sería tener comida y saber algo de mi hijo”, dice con la voz baja.
“Un buen regalo de Navidad sería tener comida y saber algo de mi hijo”, dice con la voz baja.
No pide volver a su lado ni perdón. Solo saber cómo está, qué ha hecho. Ese deseo sencillo resume una pérdida que no se mide en objetos, sino en vínculos rotos.
José es uno entre cientos. De acuerdo con el Conteo de Personas en Situación de Calle de la Ciudad de México 2023-2024, realizado por la Secretaría de Bienestar e Igualdad Social, se registraron mil 124 personas viviendo en las calles: 86 por ciento hombres y 14 por ciento mujeres.
De ese total, más de la mitad, el 58.17 por ciento, llevan entre uno y 10 años en esta condición. Para ellas, la falta de un techo no siempre es lo más doloroso; lo que más pesa es la indiferencia, el desprecio, el ser ignorados justo cuando la ciudad habla de unión y solidaridad.
En estas fechas, las calles se convierten también en escenarios de encuentros breves y significativos. José se cruza con otros rostros que cargan historias similares: pérdidas, adicciones, rupturas familiares. Juntos, sin proponérselo, reflejan la otra cara de la Navidad, una que no aparece en los anuncios ni en las cenas familiares.
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