Colombia: Recompensa por los restos de Marulanda
En un pasaje extraordinario de “El maestro y Margarita”, el novelista ruso Mijail Bulgakov describe uno de momentos más angustiosos de Jesús en la cruz y que a nadie se le había ocurrido antes. En medio del sol de Palestina y manando sangre, era natural que una nube de moscas atormentara el Divino Rostro. ¿Cómo espantarlas? Jesús solo pudo atinar: “Lo que faltaba, las moscas”.
Ahora, con la macabra recompensa de 5000 millones de pesos que ofrece el general Montoya, comandante del Ejército, por el cadáver del legendario guerrillero también habría que decir: “Lo que faltaba, las moscas”.Tratar de recuperar los restos mortales del más grande combatiente campesino de la historia de América, y nunca derrotado, a través de la suma más grande jamás ofrecida en el mundo por los despojos de un ser humano, solo tiene un fin: demostrar que Marulanda fue vencido exhibiendo el resultado de una autopsia que de fe, en otro falso positivo, de las huellas de un fatal bombardeo.
Marcharse de muerte natural, después de seis décadas de entrega a su pueblo, testimonia también el revés de sus enemigos.Entre febrero y marzo pasados, Montoya reconoce que sobre el sitio donde suponían las tropas se encontraba el jefe insurgente, los legendarios cañones de El Duda donde se movió siempre Marulanda como pez en el agua, se arrojaron 120 bombas y 180 morteros de gran calibre. Es decir, 30 toneladas de muerte en un espacio de 20 kilómetros a la redonda. Una tonelada de odio de clase por día.Pero el mensaje de extermino alado no se ha limitado a ese par de meses.
Hace seis años largos que los cielos de Colombia ven como llueve la metralla en apoyo a las operaciones del Plan Patriota para alcanzar el imposible principio del fin del fin de la insurgencia.Jamás en la larga historia de nuestros pueblos un movimiento levantado en armas había resistido tanto. Como bien lo señala el analista James Petras, en la mejor nota de homenaje a Marulanda: “no hay una estratega en la historia de América Latina que pudiera enfrentar todo el peso del imperio” y salir avante.
Solo basta un dato: 6000 millones de dólares ha invertido el Pentágono en menos de una década para someter a Marulanda, sin contar todo el dinero del presupuesto de guerra de Colombia en la misma empresa fallida.El general Montoya, entrevistado por Fernando Patiño en El radar, de Caracol televisión el martes 27 de mayo, hasta lo embargó una grosera hilaridad por la pregunta de si el pago de la recompensa se hacía también por la entrega de una parte del cuerpo del invencible guerrillero.
Como en el tenebroso episodio de Iván Ríos.“No, no, lo ideal es que demos con todo el cuerpo”, contestó en su funesta intervención.Cinco mil millones de pesos en la tarea inútil de vencer la historia. Porque ahora Marulanda es aun más invencible, y como en todas las leyendas del pueblo, estará siempre acompañando sus luchas y atormentado a la oligarquía que no pudo jamás doblegarlo.
Y pensar que peligra la extradición, ya aprobada por los cortes rusas, del mercenario israelí Yair Klein, responsable de la muerte de miles de inermes ciudadanos colombianos, dizque que por el alto costo que representa su viaje desde Moscú.Pero que más se puede esperar de un régimen que tiene como consejero de paz a un siquiatra que escribió, llamando a borrar el legado de Gaitán: 'Cuando una cultura empieza a convertirse en campo de difuntos insepultos - que nos acechan con su hedor (sic) para que derramemos de nuevo sangre y saciemos sus anhelos de venganza - se hace imprescindible aclimatar la profesión de enterradores.Astutos maestros del olvido que nos ayuden a recuperar la fuerza y la inocencia en aquellos momentos en que el culto a los muertos - y a los poderes que los representan - torna irrespirable el ambiente para los vivos.
Momento de declararnos insolidarios con la historia, de asumirnos como apátridas si la patria se sigue reduciendo a la estupidez colectiva de aplastar la vida para que la sangre de mártires y caudillos continúe viva'.*Sin honras fúnebres, las almas de los muertos griegos estaban condenadas a errar eternamente en busca de su tumba. Marulanda, el héroe de la resistencia campesina, no tendrá ese fin. Como Jacobo Arenas o el cura Pérez, yace en algún lugar de las montañas de Colombia que lo vieron luchar, llevado otra vez a la tierra con todos los honores, por sus camaradas de armas.
En nuestro tiempo, la profanación de las almas y las tumbas de los muertos se consuma en nombre de la razón ideológica o el racismo: exorcismos desalmados para combatir la angustia de una oligarquía sin porvenir, con una conciencia atormentada por sus crímenes. A esa profanación llaman, mercancía en mano, quienes nos han arrastrado a esta guerra sin nombre.
Lo que faltaba.
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