Discurso ofrecido en la conferencia de Acción Popular Mundial durante el Foro Mundial para la Inmigración y el Desarrollo, Atenas, Grecia, 1 de noviembre de 2009 |
La experiencia del trabajador inmigrante se está volviendo cada vez más típica. Comencemos con la mía. Estoy nuevamente de regreso en Filipinas, pero pasé cerca de 20 años como exiliado político en los Estados Unidos durante la dictadura de Marcos. En todo ese tiempo sobreviví trabajando en el periodismo, enseñando, investigando y aceptando trabajos de todo tipo en distintas ciudades de ese país.
Múltiples sitios, identidades múltiples
Esta experiencia de múltiples lugares de trabajo durante mis años activos no es demasiado diferente de la del ingeniero palestino que regresa a Cisjordania o a Gaza, después de trabajar en Kuwait, Egipto y los Estados Unidos. Ni del campesino mexicano que va hacia el norte para emplearse en una variedad de trabajos, regresa a atender su granja en Morelos durante periodos prolongados, y luego vuelve a Chicago. Ni de aquélla del keralí que alterna entre la atención a un pequeño comercio en su ciudad, montado con los ahorros que consiguió gracias a su trabajo en el extranjero, y largas temporadas sirviendo como empleado doméstico en los países del Golfo.
Con múltiples sitios de trabajo han venido múltiples identidades. Con los años, además de nuestra identidad original, comenzamos a considerar a nuestro país de trabajo como nuestro hogar, incluso con afecto, aun cuando ese país no sea hospitalario con nosotros. Y más allá de las identidades forjadas por la nacionalidad y la residencia, está la identidad de clase –que da cuenta de una condición que compartimos con tantos otros de distintas nacionalidades, ese sentimiento de formar parte de una clase trabajadora internacional-.
Realidades positivas y negativas
Pero permítannos no romantizar la suerte del trabajador globalizado. La inestabilidad y la ausencia de seguridad es la condición de muchos. El capitalismo en la era neoliberal destruye trabajos en casa y los crea por todos lados, forzando a muchos a emprender peligrosos viajes transfronterizos para encontrar esos trabajos. Desregulado como está en la actualidad, el capitalismo se caracteriza por tener periodos de expansión y contracción. Cuando llega la contracción, el grueso de inmigrantes se convierte en algo peligroso, y los políticos oportunistas, desde la cultura dominante, los colocan como chivos expiatorios por la pérdida de sus empleos. Esta es la situación que se vive hoy en los países desarrollados, donde la discriminación, la represión policial y las deportaciones se han vuelto omnipresentes. En Europa, esto está acompañado de la estigmatización cultural, con los inmigrantes de origen musulmán definidos como el “otro”.
Pero permítannos no ser tampoco tan negativos respecto de nuestras sociedades de acogida. A menudo éstas son sociedades democráticas donde hay derechos y libertades institucionalizadas. Muchos inmigrantes, por supuesto, están privados de algunos de esos derechos y libertades, pero en muchos aspectos, estos países ofrecen un modelo de lo que es posible en nuestras sociedades de origen, donde derechos y libertades son frágiles, si no inexistentes, y la corrupción política aparece por doquier. Las mujeres de muchas sociedades del llamado Tercer Mundo encuentran en sus sociedades receptoras un nivel de respeto y un estado de igualdad formal con los hombres que están completamente ausentes en las sociedades de donde provienen. Las mujeres filipinas, por ejemplo, han encontrado en Europa y los Estados Unidos los medios para hacer valer sus derechos reproductivos mediante la contracepción, cosa que las fuerzas ignorantes en sus propios países hubieran hecho imposible. También tienen el derecho de divorciarse de compañeros abusadores, un curso de acción del que hace tiempo están privadas en Filipinas, con su código matrimonial medieval.
Crisis en la economía del país de origen
A pesar de todo lo dicho y hecho, la mayoría de los trabajadores inmigrantes probablemente preferirían quedarse y trabajar en sus países de origen si pudieran encontrar los trabajos que les permitieran una vida decente. Es importante que los defensores de los inmigrantes entiendan las condiciones que han hecho que la emigración desde los países en desarrollo haya sido tan masiva en las últimas tres décadas.
Las condiciones de pobreza y problemas económicos han empujado a las personas fuera de sus sociedades, pero estas condiciones no son naturales. Han sido creadas. Y en el desempeño de los países en desarrollo desde finales de los años ochenta el motor principal de la expansión de la pobreza y las dificultades económicas han sido los programas de ajuste estructural promovidos por el FMI y el BM y la liberalización del comercio empujada por la Organización Mundial del Comercio (OMC) y los acuerdos comerciales como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
Promovidos bajo la apariencia de ofrecer eficiencia, estos programas han destruido la agricultura y la industria en un país tras otro. En México, severos recortes en el apoyo estatal a la agricultura, intentos de sepultar la reforma agraria, y el TLCAN, que impuso la liberalización, han hecho de la agricultura un caso perdido, forzando al campesinado mexicano a trasladarse en masa a los Estados Unidos. En Filipinas, el ajuste estructural ha destruido la base industrial del país y, con ella, cientos de miles de empleos industriales y fabriles, mientras que la liberalización impuesta por la OMC ha hecho poco atractiva la agricultura para aquellos campesinos cuyos productos no puede competir con las materias primas subsidiadas por los Estados Unidos, Europa y otros países. Para muchos de estos campesinos desplazados y sus hijos, la relocalización en las metrópolis urbanas da paso a la emigración.
La economía de las remesas
Entonces lo masivo ha sido el desmoronamiento de nuestra base agrícola e industrial, causado por las políticas neoliberales, por lo que a menudo sólo las remesas enviadas por los trabajadores inmigrantes son las que mantienen a flote a las economías de origen –no es exagerado decirlo así para el caso de Filipinas-. Las remesas son esenciales y nuestros trabajadores inmigrantes son reconocidos por su heroico papel, pero la economía de las remesas no es sustituta de una economía doméstica saludable. Desafortunadamente, en las Filipinas, nuestros políticos han hecho de las remesas un sustituto de la producción doméstica.
La guerra de dos frentes
Por lo tanto, para encarar con seriedad los problemas que ellos enfrentan, los inmigrantes y sus defensores no pueden sino estar implicados en una guerra de dos frentes. Por un lado, debemos luchar en nuestros países de origen para terminar con las condiciones de ajuste estructural, la liberalización de mercados y otras políticas neoliberales que han erosionado nuestra base agrícola e industrial y destruido millones de puestos de trabajo. Debemos decirles al gobierno de los Estados Unidos y a la Unión Europea que no necesitamos ayuda; que lo que necesitamos es que dejen de imponernos acuerdos comerciales bilaterales y acuerdos de asociación económica. Lo que nuestros países piden es que se detengan los programas de ajuste estructural que siguen realizándose en África, y se ponga fin a la avanzada liberalización del comercio bajo la OMC y a los acuerdos comerciales bilaterales y multilaterales. Por supuesto, el desarrollo tiene muchos otros requisitos, pero detener el ajuste estructural y la liberalización comercial indiscriminada es un sine qua non, una condición sin la cual otras iniciativas de desarrollo locales no podrán prosperar.
En cuanto al otro frente, la agenda parece clara. Debemos hacer valer con decisión lo que es una verdad silenciada: que los inmigrantes contribuyen enormemente a la economía y la cultura de sus países de acogida. Debemos oponernos frontalmente a la represión estatal de los inmigrantes y confrontar a los grupos de derecha populista que los hacen culpables de todos los males. Tenemos que exigir el fin de las deportaciones de inmigrantes indocumentados, su rápida legalización y garantías de plenos derechos de ciudadanía para aquéllos con papeles y sus hijos, y que se facilite la consecución del estatus legal para los que no tienen papeles.
El éxito en la resolución de los dilemas de los inmigrantes necesitará que se progrese en ambos frentes. No hay garantías de que triunfemos en nuestro apoyo, pero a menos que enfrentemos los desafíos en ambos frentes, podemos estar seguros de que no alcanzaremos nuestros objetivos.
Walden Bello, profesor de ciencias políticas y sociales en la Universidad de Filipinas (Manila), es miembro del Transnational Institute de Amsterdam y presidente de Freedom from Debt Coalition, así como analista sénior en Focus on the Global South.
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