La poesía siempre es un milagro, pero hay de milagros a milagros, como demuestra el libro Poemas de Guantánamo: hablan los detenidos (Marc Falkoff, editor). Que hayan visto la luz pública es lo de menos; el verdadero portento es que siquiera existan poemas escritos por los presos islámicos en la base militar estadunidense de Guantánamo, el centro de reclusión y tortura más cruel y refinado que haya conocido el mundo. No se trata de un campo de exterminio, y de ahí su novedosa perversidad: la idea es que las víctimas sobrevivan en las peores condiciones, que sufran y “paguen”, lo mismo si confiesan o no, si son culpables o no.
Y en medio de la depravación y la degradación más calculadas y profundas, ¿qué hacen estos hombres? Escriben versos.
Resulta que un buen número de ellos ya eran poetas reconocidos, o alcanzaron maestrías y doctorados en literatura y diversas disciplinas. Otros, “amateurs”, escribieron sus primeros versos en el campo de concentración. Con guijarros en las paredes y el suelo, sobre manchas secas de pasta de dientes, con las uñas en vasos desechables de unicel que pasaban de celda en celda hasta terminar pepenados por los carceleros al final del día con la demás basura. Desde el último escalón de la condición humana cantan o se lamentan para sí mismos y lo comparten con sus compañeros de desgracia.
Creado después de la invasión de Afganistán y la declaración de “guerra contra el terror” de George W. Bush, en el neogulag (irónicamente establecido en territorio hurtado a Cuba) durante más de un año se impidió a los más de 500 reclusos usar lápiz y/o papel.
Después de 2003 se suavizó la prohibición, pero los militares confiscan versos y cartas de manera sistemática, para guardarlos en las bóvedas del Pentágono en Washington. Con frecuencia son arrebatados a los abogados voluntarios que visitan a los presos. Si ahora se conocen es porque, tras engorrosos trámites legales, unos cuántos fueron “desclasificados”.
Los mando militares han declarado que estos poemas representan “un riesgo especialmente elevado” para la seguridad nacional del imperio, “por su contenido y formato”. ¿No supera esta consideración cualquier elogio de la crítica literaria? Ni siquiera Stalin persiguiendo a Ossip Mandelstam o Pinochet a Víctor Jara fueron más implacables y obsesivos.
Estos “peligrosos” dispositivos verbales hablan de dolor, tristeza, desesperación, amor a los hijos o los padres ausentes, indignación íntima, la sombra de la muerte o la determinación de lucha. Algunos, claro, son de contenido religioso, parafrasean el Corán o elevan plegarias al mismo Dios de sus carceleros.
Hay piezas definitivamente hermosas. Otras poseen un poderoso valor testimonial. Todas son poderosamente humanas. Escritos en árabe (y en ciertos casos en inglés, pues entre los detenidos hay ciudadanos británicos y ex estudiantes de universidades estadunidenses), no pocos siguen las tradiciones poéticas árabes: son casidas, cánticos. Es menester subrayar que participan de una cultura mucho más literaria que la nuestra. Ante la prohibición sistemática de la representación visual, los pueblos árabes otorgan inmensa importancia a la palabra.
Según dictaminó a principios de la década el entonces secretario de Defensa Donald Rumsfeld –uno de los muchos protonazis que andan sueltos hoy en día, y quizá el más letal y pernicioso-, los “detenidos” de Guantánamo “se cuentan entre los asesinos más peligrosos, mejor entrenados y más malvados que existen sobre la faz de la Tierra”. El propio personal del Pentágono en la mencionada base militar han puesto en duda tal aserto al reconocer que, a lo más, unas pocas decenas de entre los 500 detenidos tuvieron alguna clase de relación con el terrorismo” (eufemismo para decir que son inocentes).
“Sí, por supuesto./Ellos hablan, ellos discuten, ellos asesinan./Ellos luchan por la paz”, ironiza Shaker Abdurrahim Aamer sobre sus captores.
Unos de estos poetas fueron capturados sin pruebas por grupos mercenarios occidentales y vendidos al ejército de Estados Unidos o sus aliados en Afganistán y otros países (precio aproximado por cabeza: cinco mil dólares); otros cayeron después de bombardeos sobre hospitales y escuelas (Abdulá Thani Faris Al Anazi era enfermero, perdió las dos piernas bajo las bombas y en esas condiciones fue trasladado a Guantánamo, luego de sufrir tortura, como todos los demás). Martin Mubanga, rapero ded Zambia, se las ingenió para informar a su familia sobre sus condiciones de confinamiento en forma de hip-hop.
Entre ellos se encuentran poetas, ensayistas, filósofos y periodistas. También jardineros, choferes, mecánicos. El delito de algunos, por ejemplo, fue llevar relojes estadunidenses marca Casio, pues se supone que sirven para armar bombas. Mohamed El Gharani, originario de Chad, fue encarcelado en Guantánamo a los 14 años. Varios de ellos salieron después de 2005, como Shaik Abdurrajim Muslim Dost, declarado inocente, pero al llegar a su natal Pakistán en 2006 fue recapturado por las fuerzas armadas y nunca más se supo de él.
Flagg Miller, antropólogo cultural y lingüista, especialista en letras arábigas de la universidad de Wisconsin, se sorprende al identificar una “profunda huella de la nostalgia romántica” en estos poemas, lo que considera un rasgo atípico en las literaturas islámicas tradicionales, a las cuales se adscriben culturalmente los prisioneros.
El escritor chileno Ariel Dorfman (aquel del clásico análisis Para leer al pato Donald), recuerda en el epílogo del volumen a las víctimas de la dictadura y la tortura pinochetistas que se salvaron gracias a la poesía que conservaban en la memoria. Lamenta que estos nuevos poetas sean víctimas extremas del país que se ostenta como paladín universal de la libertad y la democracia. Y nos revela el secreto del milagro.
“Lo que encuentro como verdadera fuente de los poemas de Guantánamo es la simple, casi primitiva aritmética de inspirar-y-espirar”. La inspiración más elemental, pues. Dirigida a los demás presos, o a veces a sus familias lejanas, “esta poesía convoca a respirar los mismos versos a aquellos que respiran el mismo aire”. Así sea el aire irrespirable de las ergástulas washingtonianas en el lugar más infame del mar Caribe.
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Poems from Guantánamo. The deteinees speak, editado por Marc Falkoff, abogado de 17 de los detenidos, con prólogo de Flagg Miller y epílogo de Ariel Dorfman (Prensa Universitaria de Iowa, Estados Unidos, 2007).
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