Lydia Cacho
Kofi Annan, ex secretario general de Naciones Unidas, me pregunta si en México somos capaces de entender la crisis humanitaria que vivimos. Para erradicar la violencia, dice, hace falta reconocerla. Sí que reconocemos las tragedias que se acumulan. Y es que son tantas que nadie puede cargar el dolor del país. Por eso administramos el sufrimiento y rescatamos entre las cenizas de minas desplomadas, guarderías, redacciones periodísticas y casinos, la dignidad de las personas y su fortaleza inexplicable. Un día admiramos ese aguante heroico con tintes guadalupanos que marcha en caravanas cargando cruces, unas de fe y otras de muerte. Otro día suspiramos intentando hacer sentido del caos. Pero la vida cotidiana sigue y las pequeñas cosas buenas nos recuerdan que no todo está perdido. Nos dicen que esto es democracia, pero no lo parece.
Hay dictaduras que arrasan con la constitución y con el voto voluntario; que estratégicamente planean la justicia selectiva y administran la debilidad del sistema penal para el escarmiento. Hay dictaduras que arañan el corazón de la patria y a sus habitantes; que fomentan la ira mientras dividen al país entre blancos, verdes, amarillos. Hay quienes toman el poder por la fuerza sutil y legalizan la tortura, encarcelan la libertad, arrebatan el sueño convirtiendo las noches en pesadillas. Hay dictaduras llevaderas que fabrican culpables a fuerza de golpes y mentiras, de balas y amenazas. Hay dictadores de mano suave que escriben el guión de las noticias antes de que sucedan; que reinventan nuestras vidas sin derecho a la defensa. Esas neo-dictaduras expulsan a miles de familias de sus pueblos y ciudades hasta que no queda más que cruzar la frontera como parias, para ser tratados del otro lado como presuntos culpables de algún crimen que nunca cometieron.
Hay dictaduras cuya magia radica en que visten de democracia neoliberal y cuyos mensajeros diplomáticos van por aquí anunciando un nuevo día, una nueva ley. Esos vuelan en jet privado para evitar ensuciar su calzado con la sangre de las víctimas, para que no les toque el fantasma de miles de personas desaparecidas. Esas neo-dictaduras no reconocen el valor de la vida, simplemente niegan el poder de la muerte y sus vestigios.
Una pequeña de seis años juega frente a mi cocinando pasteles de lodo. A lo largo de su breve existencia en México se contabilizaron 25 mil asesinatos, 3 mil crímenes de lesa humanidad, 56 gobernantes fueron aniquilados a balazos, 36 jefes de policía perdieron la vida frente a testigos, 46 periodistas han muerto por decir la verdad. Y 21 activistas de derechos humanos ya no respiran más, por haber defendido la vida de otros y otras. A esta pequeña, en la escuela le dirán que vivir en un país que cuenta así a sus muertos, a sus muertas, es vivir en democracia.
Y mientras nos ocupamos de la tragedia del día, con el escándalo del sexenio, con la injusticia nuestra de cada hora; un empresario abandona su hogar a media noche y promete a sus hijas mandar por ellas cuando esté en lejos de los secuestradores. Una madre cruza la frontera con lo puesto y niños en brazos sin despedirse de los suyos, porque la muerte la persigue. Mientras nos dicen cuantos goles metió el Real Madrid, una periodista es violada en su hogar por un soldado; un diario es baleado tres veces para acallar o domar a sus valientes periodistas. Sí, es cierto que en todas partes aparecen litigantes solidarios como los norteamericanos Carlos y Sandra Spector, que defienden el derecho al asilo político de quienes emigraron por la violencia impune. Aunque cada caso cuenta y cada ayuda resulta valiosa, no podemos olvidar que en una esquina está la fábrica de valientes y en la otra la fábrica de muerte e injusticia.
El país se ha convertido en un gran cuartel. El gobierno promete que los soldados volverán a sus fortines, pero en realidad van a nuestras calles. Y quienes comprenden que los gobernantes no saben hacer su trabajo, prefieren a los soldados que al abandono. Ni esta niña, ni nadie, se merece que le digan que la democracia es miedo, injusticia y muerte. Hay que nombrarlo todo, hablar con la verdad para edificar una real democracia. Esta semana de marzo celebrarán a las mujeres porque la fecha lo marca en el calendario político. Habría que conmemorar la existencia de las niñas mexicanas recordando que peor que mentir es enseñar a mentir, que sin igualdad y justicia no hay democracia; que haremos todo lo posible para que su futuro sea mejor que este difícil presente.
www.lydiacacho.net
@Lydiacachosi
Periodista
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