Carlos Bonfil
El
cine de animación suele estar ausente de la Muestra Internacional de
Cine y su presencia en los festivales fílmicos suele limitarse a una
sección infantil colocada al final de la programación. Existen, sin
embargo, festivales de cine de animación (el mayor en Annecy, Francia),
que reconocen la vitalidad de dicha expresión. Entre los obstáculos
para promover dicho cine figuran prejuicios tan enraizados como
identificarlo en automático con un producto dirigido únicamente a un
público infantil, o a adultos infantilizados, y considerarlo, además,
tributario casi siempre de fórmulas hollywoodenses.
Las tradiciones del cine de animación checa, canadiense, francesa y
cubana, entre otras, señalan, sin embargo, que hay opciones
estimulantes. Un ejemplo reciente es El niño y el mundo (O menino e o mundo),
del brasileño Alê Abreu, un largometraje que muestra cómo, formal y
temáticamente, esa producción puede ser una expresión artística más
ambiciosa.
El paciente trabajo de Abreu y sus cuatro colaboradores en
fotografía consiste en mezclar las técnicas de animación y de dibujo,
desde trazos muy simples en carboncillo hasta abigarradas composiciones
en colores pastel para evocar la fantasía infantil y su manera de
contemplar el mundo. Ante la experiencia de la pérdida familiar (un
niño ve con angustia cómo su padre abandona el hogar para buscar una
vida mejor), el pequeño protagonista se refugia en un personalísimo
territorio poblado de formas y seres fantásticos.
Para
evocar la búsqueda que hace el niño de su padre por territorios muy
diversos, una búsqueda pronto transformada en aventura, la cinta
alterna composiciones geométricas y dibujos de crayola que marcan el
paso del edén rural a una apocalíptica realidad urbana, con máquinas
que parecen tener vida propia, coreografías industriales que semejan
citas visuales a la pintura de Miró o de Kandinsky, e imágenes duras de
la deshumanización y la clonación obreras (el padre al fin recuperado
aparece multiplicado para confusión del infante). Hay también visiones
futuristas con rascacielos en racimos formando una montaña, y una pista
sonora con ritmos tropicales, percusiones, címbalos y maracas para
azoro y embriaguez del público. ¿Los temas? El exilio forzado, la
separación de las familias, las faenas enajenantes y la voracidad del
capitalismo –todo bajo una mirada infantil que desdibuja y reconfigura
el incomprensible mundo de los adultos. ¿Un cine de animación para
niños? Tal vez. Pero un cine que es educación visual y respeto a la
sensibilidad e inteligencia de sus espectadores.
Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional. 12 y 18 horas
Twitter: @Carlos.Bonfil1
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