Carlos Bonfil
El
diablo, probablemente. Un misterioso asesino serial recorre una brumosa
región del norte de Francia. Sus crímenes desconciertan a una pequeña
población sumida en el letargo y la rutina.
Al horror del descuartizamiento de las víctimas se suman la
extravagancia y el humor negro: los restos de un primer cadáver se
encuentran en el interior de una vaca. El cuadrúpedo es descubierto en
un bunker abandonado (¿cómo llegó hasta ahí, quién depositó en el
animal los restos humanos?), y los atónitos encargados de las pesquisas
judiciales –un teniente y un comandante estrafalarios– se devanan los
sesos para resolver el enigma.
Mientras tanto, una pandilla de niños en periodo vacacional se
divierte con la tragedia y sus formas alucinantes, al ritmo que crece
la sensación perturbadora de que por esas frías planicies del Atlántico
norte el diablo anda siempre suelto.
Ese es el asunto de El pequeño Quinquin (P’tit Quinquin),
la cinta más reciente del francés Bruno Dumont, y de modo alguno es un
asunto nuevo en su filmografía. Las constantes: la región nórdica
natal, los actores no profesionales, la presencia ubicua del mal, un
crimen enigmático, un ángel exterminador en los parajes: elementos
todos de La humanidad o de Fuera de Satán, otras dos cintas suyas.
Lo novedoso aquí es el tránsito del drama hermético, teñido de un misticismo bressoniano (Al azar Baltazar; El diablo, probablemente), a un esperpéntico tono de comedia.
Para
elaborar esta tragicomedia heterodoxa, Dumont propone una serie de
cuatro episodios para la cadena Arte, que vuelve luego largometraje
para su distribución cinematográfica. El realizador ofrece así, en
pleno auge de las series televisivas anglosajonas, y como contrapunto
inesperado, un híbrido de cine de autor y comedia negra popular en
clave de miniserie. También la maliciosa crónica de una población donde
el racismo ordinario, de adultos y de niños, provoca la desesperación y
la muerte, confundiéndose con una racha de crímenes de odio en estos
tiempos turbios de las victorias locales de la extrema derecha.
Este magnífico esperpento costumbrista sucede bajo la irónica mirada
del pequeño Quinquin (Alane Dalhaye), quien opone al misterioso Mal que
se apodera de la región la frescura de su primer amorío y de sus
travesuras infantiles. El acierto de Dumont es enorme, tanto en el
manejo de una galería de personajes fuera de serie como en la
fotografía y una pista musical que consiguen redondear esta extraña
amalgama de drama social y de comedia. Una televisión francesa
revitalizada por el golpe maestro de un verdadero autor de cine.
Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional, a las 11 y 17 horas.
Twitter: @Carlos.Bonfil1
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