“Bienvenida sea la revolución; esa señal de vida, de vigor, de un pueblo que está al borde del sepulcro”. Ricardo
Flores Magón
Obtuvo Andrés Manuel López Obrador, el pasado 1 de julio, un
histórico y arrollador triunfo electoral pero aún no se pone la banda
presidencial, aun no asume el cargo de Presidente Constitucional y toma
el mando; faltan para que eso ocurra tres largos y peligrosos meses en
los que cualquier cosa puede suceder. La pradera está seca, sopla el
viento y una chispa puede desatar el infierno. La activación de los
grupos de porros en la UNAM y su agresión a los estudiantes del CCH
Azcapotzalco es sólo la muestra de que hay quienes están listos para
comenzar el incendio.
No nos engañemos, no fue esta una elección más. No es esta otra
transición de mando, porque la nuestra no es, no ha sido nunca, una
verdadera democracia. No asumamos una “normalidad democrática” que, en
realidad, no ha existido jamás; ni hablemos de lo que está sucediendo
como si el país no se nos estuviera deshaciendo entre las manos. Vivimos
un momento inédito en nuestra historia: más que un parteaguas es un
resquebrajamiento. Se trata de dar por concluida toda una época, y en el
momento más violento y oscuro de la misma; de sepultar al régimen
corrupto y autoritario que por décadas se mantuvo en el poder y de
hacerlo, además, pacíficamente pero de manera radical, para así evitar
su sobrevivencia encubierta o, peor todavía, su restauración.
Que por las buenas se salgan de Palacio Nacional respetando el
mandato expresado en las urnas quienes han prevalecido gracias a su
capacidad para burlar sistemáticamente -a sangre y fuego cuando ha sido
necesario; con fraudes, trampas y comprando votos casi siempre- las
reglas del juego democrático, se antoja, por momentos, algo imposible de
lograr. El monstruo, que López Obrador conoce bien porque vivió en sus
entrañas, no cederá graciosamente el poder; habrá que arrebatárselo y
hacerlo con una mezcla exacta de suavidad, firmeza y astucia para evitar
la explosión.
Se ganó la elección queda pendiente la tarea de conquistar el poder,
mantenerlo y utilizarlo para servir a la gente, no para servirse de la
gente como ha sido la costumbre. Las tareas en defensa del voto, de
nuestros 30 millones de votos, aún no han concluido. El régimen, al que
30 millones de votantes condenamos a muerte, se resiste a aceptar la
sentencia y está todavía en el poder; ahí estará hasta el 1 de
diciembre. Sus coletazos apenas comienzan a sentirse. Ante esto nos
toca, a quienes votamos por López Obrador, dar muestras de vida más allá
de la euforia electoral y de ese vigor al que se refiere Ricardo Flores
Magón.
Los estudiantes que marcharon en CU contra la presencia de los grupos
paramilitares, porque eso y no otra cosa son los porros que constituyen
la última línea de defensa del régimen dentro de la UNAM, están dando
ya el ejemplo de la vida y el vigor que este país necesita. La situación
que enfrentan y contra la que se alzan es el resultado de la
inseguridad, la corrupción y la falta de democracia que ha caracterizado
la vida pública en México durante décadas. Su pliego petitorio debería
ser asumido y defendido por los más amplios sectores de la sociedad. Los
estudiantes son, por lo que exigen, por lo que representan, un peligro
para el régimen que los ha puesto ya en el punto de mira.
Un peligro tan grande como el que representa la 4a transformación de
la vida pública, a la que los “puros y duros” instalados en esa
inexistente “normalidad democrática”, dan por muerta aun antes de que
inicie. Y la dan por muerta sin considerar ni la extremadamente volátil
situación que debe sortear el presidente electo antes de convertirse en
Presidente Constitucional ni su proverbial terquedad.
El régimen está vivo y es preciso para Andrés Manuel López Obrador y
los miembros de su equipo convivir con él, ir recibiendo de sus
representantes poco a poco el mando, ir desmontando los focos de
resistencia que pretendan sembrar dentro de las instituciones. Es
preciso ampliar (con más astucia que fuerza pero sin convertir, como el
mismo AMLO dice, “al Congreso en un antro”) las zonas de influencia,
crear las plataformas legislativas de lanzamiento de la 4a
transformación y evitar que el régimen y quienes lo sirven, siguiendo el
ejemplo del dictador Francisco Franco, dejen “atado y bien atado” el
futuro de México.
En la guerra en El Salvador la victoria se obtuvo cuando la izquierda
estuvo dispuesta a perder parte de sus sueños y obligó a la derecha,
con la presión de las armas y la habilidad en la mesa de negociación, a
aceptar que perdería su realidad y no tendría ya nunca más el control
total del país. Aquí, donde afortunadamente no ha sido preciso combatir
con las armas en la mano (y para que esto no sea necesario), toca poner
parte de los sueños a buen recaudo y conseguir que Peña Nieto se quite
la banda presidencial y la entregue de buena manera. Consumado ese acto
protocolario el régimen comenzará, ahora sí, a perder su realidad.
Vicente Fox dijo que sacaría a patadas al PRI de Los Pinos. Mintió.
Sus bravatas eran solo el truco electoral de un charlatán que logró
engañar a muchos ingenuos. El “voto útil” que lo llevó al poder sirvió
para perpetuar al régimen, que consciente de la necesidad de un cambio
cosmético, abrió las puertas al bipartidismo. Los 17 millones que por él
votaron simplemente lo dejaron hacer. El PRI volvió por la puerta de
atrás y comenzó a repartirse el botín con los panistas.
Más allá de la propaganda, lo cierto es que el PAN y el PRI
representan y defienden los mismos intereses; son los dos pilares sobre
los que descansa el régimen autoritario. No fue Felipe Calderón un
peligro para el sistema; al contrario, fue su más radical defensor.
Tampoco Ricardo Anaya le representaba una amenaza, una posibilidad real
de cambio. Mientras más encendida era su retórica contra el PRI, más
falsa resultaba. Por eso un grupo del primer círculo de Peña Nieto
impulsó, sin éxito, la idea de la declinación de Meade a favor de Anaya.
Hoy las cosas son distintas. No estamos frente a un cambio
gatopardiano. López Obrador no ha dicho nada de sacar a patadas al PRI
de Palacio, pero él, a diferencia de Fox, Calderón o Anaya, sí lo va a
hacer, tiene que hacerlo. Ese es el mandato que recibió en las urnas y o
lo cumple o se va en el 2021. Pero primero tiene que ceñirse la banda
presidencial y para lograrlo debe irse con mucho tiento estos tres
largos y peligrosos meses. Lo dijo en Palacio Nacional frente a Peña
Nieto cuando la prensa le exigía un pronunciamiento sobre la corrupción
en este sexenio que termina: Ya no está en campaña, no necesita hacerse
propaganda. Lo que necesita es tomar el poder y comenzar a mandar,
comenzar a actuar.
TW: @epigmenioibarra
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