Pese a que son encubiertas con la construcción mediática del coronavirus (https://bit.ly/2VOOQSu)
y el manejo faccioso de la pandemia, los problemas de salud pública
relacionados con los hábitos y estilos de vida; la desigualdad y la
pobreza; el estancamiento económico; la violencia criminal; y la
confrontación facciosa intra-élite, son las otras epidemias que asedian,
ya históricamente, a una sociedad subdesarrollada como la mexicana. La
pandemia –hay que decirlo, aunque parezca una obviedad– no generó estos
flagelos, sino que los puso al desnudo tras exacerbar sus
manifestaciones y ampliar las brechas preexistentes.
a)
En México, múltiples son las enfermedades que, a manera de
co-morbilidades, caminan a la par del Covid-19 y que tienden a debilitar
en extremo el sistema inmunitario del organismo humano y a expornerlo a
una mayor letalidad tras ser atacados por el SARS-CoV-2. Históricamente
desatendidas por el sector público, e incentivadas por un patrón de
consumo fundamentado en la llamada junk food (“comida basura o
chatarra”), estos padecimientos –silenciados e invisibilizados por la
industria de los alimentos ultraprocesados y la agroindustria–
multiplican los impactos del nuevo coronavirus.
Hacia
el año 2018, el INEGI estimó que en México 20,7 millones de habitantes
padecen diabetes. De ese total, alrededor de 12 millones padecen la
enfermedad y no están enterados de ello; en tanto que 8,7 millones (algo
así como el 10,3% de la población adulta) tienen el diagnóstico y
siguen algún tratamiento. Solo adelantada por las enfermedades cardiacas
(24%), la diabetes mellitus (14%) es la segunda causa de muerte en el
país. En tanto que el 75,2% de los adultos mayores de 20 años padecen
sobrepeso y obesidad (en tanto que el 35,6% de los niños entre 5 y 11
años, y el 38,4 de adolescentes entre 12 y 19 años las padecen); ambos
padecimientos se relacionan directamente con las dos enfermedades
crónicas mencionadas. Por su parte, hacia el 2017 enfermedades
cardiovasculares como la hipertensión arterial es padecida por 17
millones de habitantes. Para el 2017, se sumaron 147 985 nuevos casos de
cáncer, y mueren al año 14 de cada 100 mexicanos.
Sin
duda, estas estadísticas posicionan a México en una crisis sanitaria de
grandes magnitudes que puede amplificarse –en un contexto de constante
austeridad presupuestaria en términos reales ejercida durante las
últimas décadas– con la incidencia del Covid-19. Se trata de silenciosas epidemias
–aquí sí manejado el término en su sentido estrictamente sanitario– que
no son tomadas como tales por los sistemas de salud público y privado
al no incentivarse la medicina preventiva y la especialidad de la
medicina familiar y comunitaria.
Cabe
mencionar que el pronóstico del Instituto de Métricas y Evaluación de
Salud de la Universidad de Washington (IHME, por sus siglas en inglés)
augura, hacia noviembre y diciembre, entre 140 mil y 153 mil 189 muertes
–respectivamente– por Covid-19, en caso de relajarse las medidas
preventivas (https://bit.ly/2PDKzxJ).
b) La ancestral desigualdad que corroe a la sociedad mexicana marcha a la par –durante las últimas décadas– del estancamiento estabilizador
que hace del crecimiento económico un espectro cada vez más extraviado
en el horizonte de las políticas públicas. No solo no crece la economía
mexicana, sino que los salarios se mantienen deprimidos; en tanto que
las grandes fortunas se mantienen intactas e, incluso, se expanden
vertiginosamente. No menos importante es el hecho de que las mismas
políticas sociales del “combate a la pobreza” rinden frutos exiguos ante
la entronización de la persistencia de la desigualdad extrema.
Hacia
el 2015, vivían en situación de pobreza alrededor de 53,3 millones de
habitantes. Pero ello contrasta con la riqueza de un selecto grupo de
mexicanos cuyas fortunas crecieron cinco veces durante las últimas
décadas. Con el confinamiento global, se pronostica que este
número de pobres puede pasar de 52,4 a 73,4 millones de personas (algo
así como el 57% de la población nacional (https://bit.ly/30CXhTH).
Creció
el ingreso per cápita entre 1995 y el año 2010, pero persistió la
pobreza, y el crecimiento económico –cuando existió– concentró sus
beneficios distributivos en las clases sociales ricas. El uno por cierto
más acaudalado, concentra el 21% del ingreso del país (según datos de
Campos, Esquivel y Chávez; https://bit.ly/31wlYR3). Por su parte, el Global Wealth Report indica que el 10% más rico concentra el 64,4% de la riqueza nacional (https://bit.ly/2XGY5F4).En
concreto, para el 2015, son 16 multimillonarios los que concentraban
142 900 millones de dólares (en 1996 ese monto era de 25 600 millones
dólares); y solo cuatro de ellos concentran el 9% de PIB (en el 2002
concentraban el 2%) (https://bit.ly/3fHHLKq).. Aunque las 33 primeras fortunas experimentaron, con el confinamiento, pérdidas por 35 000 millones de dólares (https://bit.ly/2XJdtAX);
sus mermas no se comparan, proporcionalmente, con los 12 millones de
mexicanos que fueron enviados a casa, sin goce de sueldo, entre abril y
julio del presente año, bajo la consigna de “cuidar su salud”.
Esta
élite plutocrática mexicana se rigió durante las últimas décadas por
una captura del Estado mexicano tras beneficiarse de la ausencia de
regulaciones sólidas del proceso económico y de exenciones y
condonaciones fiscales. En lo que serían amplias redes de corrupción,
impunidad y evasión fiscal desplegadas en torno al espacio público.
c)
El estancamiento económico no es exclusivo del comportamiento de los
indicadores macroeconómicos de los últimos años, sino que se extiende a
la década de los ochenta con la misma instauración de las políticas
económicas regidas por el fundamentalismo de mercado. Las
estrategias contraccionistas privilegiaron la disciplina fiscal y la
estabilización de las principales variables macroeconómicas para
afianzar la apertura comercial y la inserción de México en la economía
norteamericana. La inducida recesión económica actual se relaciona con
la fuga de capitales y la migración de las inversiones productivas a los
bancos estadounidenses y a los paraísos fiscales. Alrededor de 76 mil
166 millones de dólares emprendieron esa marcha desde el triunfo
electoral de Andrés Manuel López Obrador.
Con la pandemia, el INEGI anunció a finales de julio (https://bit.ly/3kuXDnw)
que la caída de la economía fue del 18,9% a lo largo del segundo
trimestre de 2020. Significando un retroceso de diez años. Del
estancamiento se transitó, abruptamente, a una situación de colapso económico en el contexto de la gran reclusión, la retracción de la demanda y el consumo, y de la ruptura de las cadenas globales de producción y suministro.
Esas
reticencias del sector empresarial se unen a la incapacidad del actual
gobierno para adoptar una política expansiva capaz de detonar el
crecimiento económico y suelte las ataduras dogmáticas de la disciplina
fiscal. De ahí que la recuperación económica se perfile cuesta arriba
ante la retracción y empequeñecimiento del Estado en el proceso
económico. Solo una política de re-industrialización y de construcción
de infraestructura básica, ambas intensivas en mano de obra, lograría
revertir la magnitud de este colapso económico.
Estos
datos son una muestra de que la pandemia vino a postergar los efectos
de un modelo económico que no privilegia el crecimiento económico, sino
la estabilización de las variables macroeconómicas y la inserción
subordinada y dependiente de México a los circuitos de la economía
internacional.
d) La
violencia criminal es otra de las epidemias mexicanas que no cesa y que
es parte de las luchas entre distintas facciones de las élites políticas
y empresariales. Con 35 588 homicidios dolosos, 2019 fue catalogado
como el año más violento desde que se tienen registros. Esta violencia
no es fortuita o casual, ni exclusivamente decidida por los ejércitos de
criminales, sino que se explica por las aparentes luchas intra-élite y
la reconfiguración de los poderes y mercados en torno al crimen
organizado. Durante el primer semestre de 2020, fueron asesinadas 17 982
personas. Y con ello gana la partida la noción de legalizar la
militarización de la seguridad pública y la referida a no desmontar la economía clandestina de la muerte instaurada en el país desde hace tres décadas.
La
violencia criminal y las muertes que le son consustanciales no solo
representan, en materia de salud pública, una crisis epidémica por la
gran cantidad de muertes que –sobre todo– afectan a la población joven,
pobre y carente de formación escolar; sino que es también un flagelo
social que trastoca la vida de la sociedad mexicana, reconfigura los
territorios, acentúa la crisis de Estado, y que coloca a los
recursos naturales como el principal botín de las disputas en el marco
de procesos de acumulación por desposesión y despojo más amplios.
Esto
es, el confinamiento no frenó la violencia criminal, sino que la
exacerbó en el contexto de la disputa por los territorios, los recursos
naturales y la apropiación de mercados ilegales.
e)
La confrontación facciosa intra-élite, más allá de tratarse de una
polarización dada por intereses creados, es –en esencia– una disputa
ideológica que se dirime entre la clase media acomodada y supuestamente
ilustrada, que apuesta a sembrar el odio racista y clasista y la
discordia entre la clase media/baja para afianzar una falsa lealtad en
torno a un “enemigo imaginario” dado por las capas pobres de la
población.
Los intereses
creados de la oligarquía beneficiaria de las políticas de ajuste y
cambio estructural no están en entredicho con el actual gobierno. No es
trastocado el patrón de acumulación rentista, extractivista y depredador
–pese a la nueva correlación de fuerzas–, pero sí desbalancea a
segmentos conservadores de esta élite plutocrática la posibilidad de que
sus privilegios fiscales sean erosionados o, en su caso, erradicados.
Llama
la atención que, en el contexto de la pandemia, se acelere la implosión
y crecimiento de grupos y organizaciones reaccionarias de extrema
derecha que asumen al actual gobierno como un enemigo a vencer. El
autodenominado Frente Nacional Anti-AMLO (FRENAA) se erige en una
organización que pretende nuclear –a partir de un discurso incendiario,
clasista, racista, misógeno y contradictorio– a amplios segmentos
ultraconservadores de la población que albergan un descontento más
pulsivo que razonado. Grupos reaccionarios con ese perfil –heterogéneos
en esencia– no solo coinciden con su crecimiento en Estados Unidos,
Europa y regiones como la latinoamericana, de cara a la insatisfacción y
el malestar generalizado entre la población; sino que –en el caso de
México– copa con efectividad espacios públicos como el ofrecido por las
redes sociodigitales. La crisis de representación del sistema de
partidos explica, en parte, fenómenos como el del llamado FRENAA tras la
cancelación de mecanismos de intermediación reales entre el Estado y
las necesidades ciudadanas.
Autodenominado
como supuesta organización ciudadana, el FRENAA tiene como único fin la
defenestración del gobierno del López Obrador. Y para ello recurre al
acceso a los medios masivos de difusión, impulsa efímeras protestas en
las calles y promueve mecanismos jurídicos para generar presión. Uno de
sus objetivos consiste en incentivar a ciertos sectores de las fuerzas
armadas para que muerdan el anzuelo de la posibilidad de un golpe de
Estado. Ello se evidencia, también, en su apoyo al golpe de Estado en
Bolivia y a una posible intervención militar en Venezuela. Sin
fundamento, acusan –como en la época del macartismo revanchista– de
comunista y socialista al actual gobierno, y con ello irradian su odio
hacia los sectores empobrecidos y favorecidos, mínimamente, con las
políticas sociales redistributivas.
No
solo es alarmante el retorno de estos fundamentalismos ideológicos,
sino que –en el mismo contexto de la pandemia– pretenden posicionarse
ante cualquier resquicio de titubeo y fallo por parte de las élites
políticas que actualmente gobiernan. Lo decíamos: no es una lucha por
intereses creados que pongan en predicamento la extrema concentración de
la riqueza y el patrón de acumulación rentista, extractivista y
depredador; es una lucha, en esencia, ideológica que segmenta a la
población a partir –sin mediar reflexión– del incentivo del odio y las
pulsiones más profundas de los ciudadanos.
A grandes rasgos, estas otras epidemias mexicanas se entrecruzan y radicalizan con la crisis epidemiológica global
y con las oleadas desinformativas que incentivan el miedo y el control
sobre la intimidad, la mente y los cuerpos. Ocultadas bajo el manto
mediático de la pandemia como monotema, están allí, lacerando la vida de
millones de mexicanos y eclipsando sus posibilidades de mínimo
bienestar social. Solo la información veraz que contribuya a la
formación de las culturas ciudadanas hará que la población tome
conciencia de la magnitud de estos problemas públicos, por demás
interesadamente invisibilizados, silenciados, encubiertos y ocultos en
el maremágnum mediático de la pandemia.
- Isaac Enríquez Pérez es académico en la Universidad Nacional Autónoma de México.
Twitter: @isaacepunam
https://www.alainet.org/es/articulo/208403
No hay comentarios.:
Publicar un comentario