Un cuarto de siglo después de la Conferencia
mundial sobre mujeres celebrada en Pekín, la situación en materia de
género se puede resumir en pocas palabras: pocos avances, algunos
retrocesos y nuevos desafíos
Madrid, 23 jul. 20. AmecoPress/esglobal.- Hace más de dos décadas y media, 189 países se comprometieron con la que sigue siendo la hoja de ruta más ambiciosa
para alcanzar la igualdad plena y efectiva de las mujeres en todo el
mundo. En aquel 1995, en Pekín, los Estados acordaron intensificar
esfuerzos para lograr, antes del fin de siglo XX, el empoderamiento de
las mujeres y las niñas, garantizando sus derechos y libertades, su
independencia económica, la igualdad de acceso a puestos de poder, el
derecho y el acceso universal a la salud sexual y reproductiva, o a la
educación en todos sus ciclos.
A lo largo de estos 25 años ha habido avances, aunque no en todos los
ámbitos. Y la covid19 puede ampliar las brechas preexistentes. Según
datos de ONU Mujeres, hay más niñas en la escuela que nunca (aunque 32
millones de ellas aún no reciben educación primaria); menos mujeres
mueren durante el parto (cifras que, no obstante, han vuelto a
dispararse durante esta pandemia, como lo hicieron en las anteriores del
Ébola o el Zika); la proporción de féminas en los Parlamentos se ha
duplicado en todo el mundo (aunque sigue siendo solo del 25% y en el poder ejecutivo es exigua); y, durante la última década, 131 países han aprobado leyes en favor de la igualdad de las mujeres.
Como advierte el Informe de balance de la Plataforma y Plan de Acción de Pekín del Secretario General de Naciones Unidas
del pasado mes de marzo, el progreso hacia la igualdad de género es
lento, sigue retrasándose, no es sostenido, y no solo se ciernen
amenazas sobre algunos de los avances que tanto ha costado alcanzar,
sino que están revirtiéndose logros que se habían conquistado con enorme
esfuerzo. A este contexto hay que sumar, como señala el informe, la
desigualdad generalizada, la emergencia climática, los conflictos y el
auge alarmante de las políticas excluyentes, que amenazan el progreso
futuro hacia la igualdad de género. También hay que sumar los efectos
desproporcionados de la covid19 en las mujeres y las niñas, y las
consecuencias que tendrá no abordar esta pandemia con perspectiva de género.
Las mayores dificultades para lograr lo acordado en Pekín siguen
siendo de índole política y económica. La falta de medidas eficaces para
aumentar la representación de las mujeres en los cargos de poder es aún
un gran obstáculo. Como señala la directora de ONU Mujeres, “no se
puede llamar igualdad a apenas una cuarta parte de los puestos de toma
de decisiones”: los hombres son el 75% de los parlamentarios, ocupan el
73% de los puestos directivos y suman el 70% de los negociadores
climáticos y la práctica totalidad de los encargados de establecer la
paz.
También estamos muy lejos de alcanzar los objetivos en el ámbito
económico: globalmente, el progreso en el acceso de las mujeres al
trabajo remunerado se ha detenido en los últimos 20 años. Solo el 62% de
ellas forman parte de la población activa, frente al 93% de los
hombres. Las mujeres continúan asumiendo la mayor parte del trabajo de
cuidados y doméstico no remunerado, y en promedio, se les paga el 23%
menos que a ellos, una disparidad que alcanza el 35% en algunos países.
Las cifras de la violencia machista (agravada durante la pandemia)
siguen siendo abrumadoras, y aún afectan al 33% de las mujeres en todo
el mundo.
Cabría pensar que, en este contexto, la Unión Europea es una isla
igualitaria que avanza a mayor velocidad. Según el Informe global de
brecha de género 2020 del Foro Mundial de Davos,
Europa occidental es la región de menor brecha, manteniéndose en esta
posición durante los 14 años que se viene elaborando el informe.
No obstante, 25 años después de Pekín, ningún Estado del mundo ha
conseguido la igualdad, ni siquiera los más avanzados: Islandia ha
cerrado el 87,7% de la brecha de género; Noruega el 84,2%; Finlandia el
83,2% y Suecia el 82%. España, que ha reducido en un 80% su brecha de
género, asciende en el ranking situándose entre los 10 primeros puestos,
fundamentalmente por el importante avance en la dimensión de
representación política . Con todo, señala Davos, al ritmo actual y si
no se toman medidas adicionales, los países europeos tardarían una media
de 54 años en cerrar la brecha.
En la UE, el balance de Pekín no es halagüeño. Un informe reciente del Instituto Europeo de Igualdad de Género
(EIGE) que monitoriza el cumplimiento del Plan de Acción de Pekín
revela que muchos de los desafíos identificados en 1995 siguen siendo
muy relevantes: la brecha salarial, la distribución desigual del trabajo
de cuidados no remunerado, o la violencia de género, entre otros. En
territorio europeo conviven, junto con los escasos avances, retrocesos y
nuevos desafíos que han emergido más recientemente, como los derivados
de la digitalización, los flujos migratorios o una creciente reacción en
contra de la igualdad de género. Hay progresos indiscutibles (aunque
ningún país de la UE ha alcanzado los objetivos), pero en la región más
igualitaria del planeta, también hay retrocesos y reacciones a los
avances logrados.
Los obstáculos tienen muchas similitudes con los de hace 25 años:
muchas de las desigualdades económicas tienen su origen en la
distribución desigual de las responsabilidades de cuidado, crianza y
otros tipos de trabajo no remunerado. Esta carga desproporcionada de
trabajo de cuidados que asumen las mujeres (que dedican, de media, 13
horas más a la semana que los hombres) impacta directamente en su
participación en el mercado de trabajo. La brecha salarial persiste, y
en la UE alcanza una media del 16%. Ellas ocupan los trabajos de menores
salarios, el trabajo a tiempo parcial, y son quienes abandonan su
carrera profesional para cuidar de menores y personas dependientes. La
brecha en las pensiones alcanza el 37%, lo que incrementa el riesgo de
que muchas europeas sufran pobreza. A futuro y si no se actúa para
cambiar la tendencia, las mujeres podrían ser, también, las grandes
perdedoras de las oportunidades laborales que ofrece la digitalización.
Están infrarrepresentadas en los puestos de decisión de las empresas y
en las profesiones ligadas a las tecnologías de la información y la
comunicación, una tendencia de carácter global.
Persisten en el conjunto de los países que integran la Unión
estereotipos de género y discriminaciones políticas, económicas y
sociales. En los últimos tiempos, ha emergido con virulencia una
reacción “anti-género” que puede tener impacto negativo en el medio
plazo si no se aceleran y se consolidan medidas concretas para avanzar
en la igualdad efectiva. Como señala el informe del EIGE, estos grupos
políticos y sociales impugnan el concepto de “género” para negar ciertos
derechos a las mujeres y las personas LGTBQI, en particular el derecho a
la salud sexual y reproductiva, que consideran “ideológico” y contrario
a la concepción tradicional de la familia, apelando a la recuperación
de los roles de género tradicionales (que relegan a las mujeres al
ámbito doméstico y subrayan su papel subordinado) y a combatir lo que
denominan “ideología de género” . Su carácter iliberal (en Hungría,
Polonia o Rumania, entre otros) tiene en la igualdad de género uno de
sus ejes ideológicos e identitarios. Como señala el informe del
Instituto Europeo de Igualdad de Género, en algunos Estados miembros la
situación ha empeorado respecto a la incorporación de la perspectiva de
género, o el acceso a los servicios de salud sexual y reproductiva,
claves para construir una Europa más social y para lograr buena parte de
los ODS relacionados no solo con la igualdad sino también con la
pobreza, la salud, la educación, la acción climática, o el trabajo
decente, por citar algunos.
El cambio social hacia sociedades inclusivas es posible, como han
demostrado medidas encaminadas a hacer efectivos los derechos de las
mujeres: la ampliación de los servicios públicos (incluyendo el acceso a
la salud sexual y reproductiva, o servicios de cuidado infantil), la
lucha contra la violencia de género, o el impulso a la presencia de más
mujeres en la esfera política a través de leyes y medidas como las
cuotas electorales. En la UE, más de la mitad de los Estados miembros
han introducido cambios para el cuidado de la infancia y medidas para
facilitar la conciliación de la vida personal y profesional de hombres y
mujeres.
Como objetivo y valor fundamental de la UE, sus instituciones, en
particular la Comisión y el Parlamento, deberán redoblar esfuerzos para
avanzar en el camino marcado en Pekín . Para ello, necesitarán el apoyo
de algunos de los Estados miembros más comprometidos con la agenda de la
igualdad como España, Finlandia, Suecia o Países Bajos. En un contexto
de erosión de algunos derechos y libertades de las mujeres (a
instancias, entre otros, de países como EE UU y Rusia, pero también de
Estados europeos como Hungría o Polonia) y de un claro intento de
ruptura de los consensos básicos en la comunidad internacional acordados
hace 25 años, se seguirá requiriendo de la UE un permanente esfuerzo
para promover (y defender) la igualdad entre hombres y mujeres.
La crisis y la enorme incertidumbre global causada por la pandemia
puede también contribuir al debilitamiento de la causa de la igualdad,
no solo en las respuestas nacionales, sino también en los espacios
multilaterales. Cierto que la movilización social en favor de los
derechos y libertades de las mujeres en cada vez un mayor número de
países del mundo demuestra que no se renunciará a lograr los objetivos .
Pero no es menos cierto que, hoy, existe un riesgo mayor de que algunos
de los compromisos acordados en Pekín acaben siendo excluidos de los
marcos mundiales y los compromisos internacionales.
El balance de Pekín bien puede condensarse en pocas palabras: pocos
avances, algunos retrocesos y nuevos desafíos. No estamos solo ante una
agenda inacabada, o como definió el Secretario General de las Naciones
Unidas, Antonio Guterres, de la “gran tarea inacabada de nuestro tiempo
que es lograr la igualdad de género”. Asistimos, un cuarto de siglo
después, a un cuestionamiento de derechos y libertades que habíamos dado
como consolidados, a una agenda contestada, también en el interior de
la UE.
Este 2020 aspiraba a ser un año para tomar nuevo impulso y relanzar
el compromiso con la igualdad. La covid19 podría no solo arrinconar la
agenda (imprescindible para lograr el resto de los Objetivos de la
Agenda 2030), sino agravar las brechas de desigualdad preexistentes si
las respuestas, una vez más, son ciegas al género. Es el momento de que
los países más comprometidos, junto con instituciones como la UE, asuman
un liderazgo más firme y robusto y acompañen a Naciones Unidas para que
este año no sea una ocasión perdida, sino el momento en el que, como
sucedió en Pekín hace 25 años, gobiernos, sociedad civil y
organizaciones multilaterales comprometan acciones inaplazables para
acabar, y hacerlo con urgencia y determinación, la gran tarea pendiente
de nuestro tiempo.
Fotos: Archivo AmecoPress. Getty Images. Manifestación feminista en Turín, Italia, junio 2020. Mauro Ujetto.
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