Néstor Martínez Cristo
Durante los últimos días de
marzo y los primeros de abril, la emergencia sanitaria irrumpió en
México y llevó a que las oficinas se vaciaran y el trabajo, junto con el
miedo y la incertidumbre, se mudaran a los domicilios de empleados y
patrones.
Sin experiencia ni capacitación previa en la inmensa mayoría de los
casos, la necesidad, el empirismo y las computadoras se instalaron de
pronto en las mesas de comedores, en cocinas, en recámaras o en los
rincones más apropiados de casas y departamentos, donde niños y mascotas
permitían al menos un espacio y un tiempo para trabajar.
Así se generalizó en México el trabajo en casa, el home office o teletrabajo, como le llaman los españoles.
El Zoom apareció súbitamente, el anglicismo se volvió de
uso común en unos cuantos días y la utilización de la plataforma de
videoconferencias se convirtió en parte de nuestra nueva cotidianidad.
Apenas en diciembre eran 10 millones las personas en el mundo que hacían uso regular del Zoom.
A finales de junio –ya inmersos en la emergencia mundial– el promedio
diario de usuarios alcanzó 300 millones y se estima que en el transcurso
de este mes seremos más de 500 millones.
Ni México, ni los países con un desarrollo similar estaban preparados
para el desafío. Antes de la pandemia, siete de cada 10 empresas
medianas y grandes de América Latina no consideraba siquiera al home office como una opción.
Una encuesta realizada por la firma Búmeran en seis países
latinoamericanos, entre ellos México, señala que más de 60 por ciento de
los trabajadores o trabajadoras afirman sentirse más productivas y
felices laborando en sus hogares. Argumentan indudables ventajas, como
el ahorro de tiempo en los traslados en las grandes ciudades y dan un
peso invaluable a la posibilidad de laborar cerca de sus seres queridos y
compartir con ellos más tiempo del que estaban habituados.
Otra investigación, ésta global, de la empresa Lenovo, señala que 40
por ciento de los empleados encuestados tuvo que financiar parcial o
totalmente sus propias mejoras tecnológicas al inicio del
distanciamiento. Todos ellos se mantienen por continuar laborando en
casa y dicen estar decididos a adquirir nueva tecnología para hacerlo
con mayor eficiencia y comodidad.
Los encuestados por Lenovo en México, por ejemplo, declararon haber
tenido que gastar más de 5 mil pesos en promedio para actualizar o
mejorar la tecnología con la que contaban antes del arribo del Covid-19.
Pero no todos ni todas piensan igual ni lo viven de la misma manera.
Hay quienes extrañan la oficina. En las oficinas, sostienen, se generan
más ideas y mayores posibilidades para hablar de proyectos y objetivos
de grupo.
Otros extrañan la vida comunitaria de la oficina y un tercio de los empleados asevera que el home office los obliga a trabajar fuera del horario habitual y más horas que antes.
Para muchas de ellas, en particular para las mujeres de países
subdesarrollados –como el nuestro–, la doble jornada en casa les resulta
realmente extenuante.
Según diversos sondeos, el trabajo en casa ha conllevado también
malestares físicos y sicológicos que antes no se presentaban. Un número
importante de los encuestados se quejó del surgimiento de nuevos y
mayores problemas, como dolores de cabeza, de espalda y cuello, así como
del tan temido insomnio.
Se han roto los horarios, las jornadas se vuelven interminables y eso provoca alteraciones naturales de los ciclos biológicos, así como de las relaciones familiares, señala un estudio reciente de la Facultad de Psicología de la UNAM, el cual agrega:
Hemos percibido también un aumento notable de casos de ansiedad y violencia en los hogares.
Los expertos recomiendan hacer una vida organizada y contar con el
equipamiento adecuado para el trabajo desde casa, pues con ello se
reducen molestias o malestares. También sugieren buscar el tiempo para
darse recreos o descansos similares al de un día laboral en la oficina,
como levantarse con frecuencia para estirar las piernas o simplemente ir
por un café.
Para muchos empleados, el confinamiento y el teletrabajo les
han representado una lamentable pérdida del lugar de trabajo, de lo que
llaman una conquista social. Es instalarte, dicen, en una soledad que
te aísla de la cultura del café y la conversación, que vincula y crea
lazos afectivos.
Más allá de preferencias particulares, de la aparición de nuevas
dolencias físicas y emocionales o de consideraciones hasta ahora
subjetivas sobre si el trabajo en casa nos hace más o menos productivos,
lo cierto es que hoy, a cuatro meses del inicio del confinamiento y con
una tendencia de contagios que no aminora, en México permanece la
recomendación de continuar haciendo el trabajo desde casa.
Hay quienes se aventuran a señalar, supongo que más como deseo que
por convicción, que el trabajo en casa llegó para quedarse. Que no habrá
vuelta generalizada a las oficinas. Que forma parte ya de la nueva
realidad. Que rompió paradigmas.
Yo no lo sé. No podría anticiparlo. En todo caso, se tendrá que
legislar primero sobre la materia, definir con claridad derechos y
obligaciones. Pero de lo que no tengo duda es que el home office y las plataformas de videoconferencias, como el Zoom,
son una experiencia disruptiva en nuestro país. Y de que habrá que
acostumbrarse a ellos y adoptarlos… al menos por un buen tiempo.
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