Hace unos ayeres, en medio de un largo hilo de Twitter, comenté que Xóchitl Gálvez era una incompetente. Ante los varios y variados comentarios sobre la supuesta misoginia de mi afirmación, argumenté lo evidente: La senadora no tiene las competencias para desempeñar el cargo que detenta.
Literalmente no tiene las competencias. Ergo, es una incompetente.
Mis argumentos no valieron, ni siquiera cuando me suspendieron la cuenta de Twitter por unos días.
Este hecho sucedió tiempo antes de ver a la hoy precandidata recostada en la calle con Gustavito Madero, o rociando con spray a los policías que resguardaban las instalaciones del Senado. Ni qué decir de su bochornosa aparición con una botarga de dinosaurio, o de algunas fotos con Álvarez Icaza y Gustavito Madero en el pleno del Senado.
Esta acción les valió la crítica y la burla de propios y extraños. El diputado de Morena en el estado de Chihuahua, Óscar Castrejón, fotografía en mano, cuestionó a los involucrados “¿No saben qué es de cucharita?, Les falta barrio.”
Es evidente que Gálvez no ha ojeado el Breviario para políticos de Mazarino. Con una revisión a vuelo de pájaro, la precandidata modificaría un poco su comportamiento y nos ahorraría estos episodios tan vergonzantes.
Sin embargo, eso es lo de menos. Sus ridículos personales no deben de movernos más que a la compasión, la lástima o la risa. Lo que debemos de ver es su “carrera” política, sus “logros”. De entrada, haber hecho su trayectoria en el “partido político de donde surgió el presidente más idiota que ha tenido el país, Vicente Fox y el otro, el que arrastra un hilo de sangre por donde quiera que pasa y pisa, Felipe Calderón”, (Jesús Esquivel dixit) la pintan de cuerpo completo.
Sus participaciones en el Senado, siempre caracterizadas por la diatriba, la injuria, los improperios y la violencia son por todos conocidos. Apoyada siempre por sus compañeras de bancada, Kenia López, Lilly Téllez y más, tampoco dejan mucho para el análisis o la reflexión: son un eje de funcionarias que se dedican a gritonear, ofender, desacreditar, difamar y denigrar a la función pública.
Una vez lanzada la ofensa, ante cualquier respuesta contraria a sus diatribas, argumentan “violencia política en razón de género” y ya está, vuelven a la carga e infaman y desacreditar a sus interlocutores.
El sentido de sus votos, también puede ser consultado en la página oficial del Senado. A nadie debe de extrañar que sus votos sean siempre en contra de cualquier resolución que pueda beneficiar a la población en general y a favor de los poderes que hoy pretenden apuntalarla.
Maravilla de época en la que vivimos, que basta “googlear” algo como “Xóchitl Gálvez Corrupción” para que el buscador nos arrojé técnicamente 70 mil resultados.
Y bueno pues, esa es la mejor carta que tiene la oposición para la contienda del 2024. Sin lugar a dudas, “está flaca la caballada”, como reza la sabiduría popular.
En fin, con las campañas en puerta, los institutos electorales o las autoridades correspondientes, deberían publicar lineamientos sobre qué sí y qué no es misoginia o violencia política en razón de género. No como patente de corso, sino para que tener luz al respecto. En este contexto ¿Es misoginia llamar incompetente a una mujer? Y si son ellas las que ofenden primero, como en los ejemplos que menciono en este artículo, ¿Qué sí y que no es válido responder? ¿Qué respuesta es válida ante la senadora que llamó “parásito” a Gerardo Fernández Noroña?
¿Cuáles serán los límites del respeto?
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