8/25/2023

El 7 de septiembre: certezas e incertidumbres


Violeta Vázquez-Rojas

El frente opositor no busca realmente la Presidencia, sino ganar el mayor número de espacios en el Congreso para echar para atrás las reformas de Morena, por lo que la batalla de la 4T será afianzar la unidad después de la contienda interna

“Cuando pensamos en el futuro del mundo, nos referimos siempre al lugar en que estará si sigue el camino que lo vemos seguir ahora mismo, y no pensamos que no sigue un camino recto sino curvo y que cambia constantemente su dirección.”

L. Wittgenstein,

Observaciones filosóficas

En la sobremesa de una comida con amigos, alguien lanzó la pregunta: ¿cómo va a ser el 6 de septiembre? ¿Dónde vamos a estar y qué estaremos haciendo cuando sepamos el resultado de la encuesta de Morena? El que nadie pudiera responder inmediatamente reveló que ninguno se había planteado cómo serán las cosas a partir de ese día. Así que, haciendo algo que no me gusta mucho hacer —pensar en el futuro—, me propongo aquí ensayar algunas respuestas a la pregunta de mi amigo.

https://www.milenio.com/opinion/violeta-vazquez-rojas/diario-de-bordo/el-7-de-septiembre-certezas-e-incertidumbres

La pregunta sobre cómo será nuestra cotidianidad política en dos semanas no es ociosa, porque aunque en el frente de los partidos opositores todavía sobrevive la esperanza, el promedio de las encuestas recientes le dan a Morena y sus aliados, sea quien sea su aspirante presidencial, una ventaja de más de 20 puntos sobre la coalición opositora, sea quien sea el que los abandere. Las probabilidades de que repita Morena en la presidencia son, a ocho meses de la elección, tan altas, que prácticamente asumimos que lo que revelará su encuesta es el nombre de la próxima persona en la silla presidencial. Todo esto lo decimos, claro está, con un alto grado de certeza pero también con la dosis sensata de cautela que siempre implica hablar del futuro y la posibilidad de que de aquí a allá no haya un camino recto, sino curvo, como advierte el filósofo de nuestro epígrafe. Y con esa misma cautela me atrevo a dibujar dos incertidumbres y una certeza.

El Frente Amplio: la batalla es por el Poder Legislativo

La contienda que, ya con los nombres de los contendientes, se inicia el 7 de septiembre, no será tanto para disputar la Presidencia —tan remota por ahora para el frente opositor—, sino para ganar el mayor número de curules en el Congreso. De ello dependerá tener el control del presupuesto el próximo sexenio pero, sobre todo, la posibilidad de bloquear las reformas constitucionales que Morena necesita para afianzar su proyecto; más concretamente, las que tocan al Poder Judicial y a las instituciones electorales. La campaña, pues, tendrá la cara de una contienda presidencial —y quién sabe si en unos meses realmente lo sea— pero en los hechos para el frente opositor será la batalla por dificultar, hasta donde se pueda, la gobernabilidad en el siguiente sexenio, y mantener los bastiones que el conservadurismo no ha perdido. La zanahoria que hace andar la carreta de la oposición no es la siguiente Presidencia, sino algo mucho más realista: recuperar el poder en 2030, algo que se les antoja más factible una vez que López Obrador ya no figure en la escena política.

 Luis M. Morales

Morena: reconstruir la unidad

Otra incertidumbre inevitable es si después de este proceso interno será posible recuperar la unidad en la coalición gobernante, pues una cosa es corear “unidad” en los mítines y otra cosa es empeñarse en ello. La tarea fácil será cerrar filas en torno de su candidatura presidencial. La tarea menos fácil será abocarse a ganar, además de la Presidencia, una robusta mayoría en el Congreso. Quien asuma la coordinación de la defensa de la cuarta transformación tendrá en sus manos la nada trivial tarea de conciliar la miríada de intereses y ambiciones individuales de quienes a cambio de un puesto regatearán su apoyo para conseguir la mayoría calificada —el famoso plan C— que Morena tiene en el horizonte.

AMLO: el inicio de la retirada

Aunque a muchos —simpatizantes o no del proyecto obradorista— nos cueste imaginarlo siquiera, una vez que se revele la identidad de la persona que muy probablemente ocupará la silla presidencial el próximo año, López Obrador emprenderá su gradual retirada. No podría ser de otra manera: por un lado su despedida definitiva de la política ha sido anunciada, y con cabal sinceridad, desde hace tiempo. Por otro lado, la figura de AMLO ha determinado y cambiado a tal grado el panorama nacional, que es casi imposible concebir dónde estaría el país ahora sin el papel que ha jugado en nuestra historia reciente. Estas dos verdades obligan a una salida que solo puede ser paulatina, en la que no el poder, sino la legitimidad absoluta de la que goza el Presidente en funciones se vaya depositando gradualmente en quien vaya a sucederlo.

La contienda interna que vino a sustituir el antes tradicional dedazo es parte de esa gradualidad con la que el Presidente sabe que tendrá que retirarse. No es menospreciar a nadie el aceptar que deja unos zapatos difíciles de llenar, y que tal vez ningún otro político en lo que queda de este siglo logrará emular su influencia.

Al Presidente le quedan por delante apenas ocho meses para cumplir tres tareas indispensables: primero, la entrega de todo lo prometido —terminar las obras de infraestructura, sostener la estabilidad económica, etc.—; segundo, garantizar mayorías legislativas para continuar lo inacabado; y, tercero y más importante, agudizar la politización ciudadana o, usando el léxico obradorista, apuntalar la “revolución de las conciencias”.

Y es que si el proyecto obradorista ha de continuar, no podrá encomendarse a un solo par de manos, ni siquiera a un equipo de incondicionales, por muy buenos gobernantes que sean. López Obrador logró conquistar el poder político y mantenerlo por más de cinco años con niveles inéditos de aprobación, no por la aquiescencia de las élites, sino por el apoyo de las bases y

la intensa formación política de la ciudadanía. En otras palabras, más allá de quien gane la encuesta del 6 de septiembre, el Presidente sabe que solo hay un depositario legítimo —y a la vez artífice— de su legado: la gente común que lo llevó a la Presidencia y que mantendrá vigente su figura incluso mucho tiempo después de que él se retire a descansar en su proverbial finca de Palenque.

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