Introducción
Uno de los aspectos más sorprendentes de las relaciones contemporáneas entre Usamérica y Latinoamérica es la profunda divergencia que existe entre, por un lado, las esperanzas, las expectativas y la positiva imagen que de sí mismo ofrece el gobierno de Obama y, por el otro, las políticas, estrategias y prácticas que lleva a cabo en el mundo real. Muchos de los comentaristas usamericanos y no pocos escritores latinoamericanos han decidido ignorar los rasgos más elementales de la política exterior de Washington para centrarse exclusivamente en su falsa retórica de “cambio” y “nuevo comienzo”. Para comprender en su justa medida la política exterior usamericana con respecto a Latinoamérica se necesita un análisis de los principales objetivos del gobierno de Obama, a saber, de las prioridades planetarias de la política imperial en estos tiempos de guerras múltiples y crisis generalizada.
Las tácticas y la estrategia usamericanas con respecto a la región del continente situada al sur del Río Bravo salen a la luz únicamente si se tienen en cuenta los recientes cambios históricos, económicos y políticos en Latinoamérica, así como los variables alineamientos políticos.
Una evaluación realista de la política de Usamérica requiere que se vaya más allá de las declaraciones y de la “proyección del poder” de Washington para proceder a un análisis de sus actuales capacidades y de los recursos disponibles para llevar a cabo el programa de Obama en Latinoamérica. Con vistas a evaluar la política de Washington, se debe analizar su coherencia y su viabilidad a la luz de su diagnóstico político de Latinoamérica, lo cual ofrece una base para determinar la compatibilidad o el conflicto de intereses entre ambas regiones. Surge entonces una cuestión básica: ¿De qué manera las políticas, los objetivos y los recursos disponibles del gobierno de Obama cuadran con las necesidades de desarrollo de los diferentes países latinoamericanos en estos tiempos de crisis económica global?
La respuesta a esta pregunta requiere que examinemos las políticas recientes y los alineamientos políticos en Latinoamérica. Sería absurdo sobreestimar o subestimar el grado de la “hegemonía” usamericana o de la “autonomía” latinoamericana, sobre todo si se consideran los importantes cambios en las relaciones de poder que tuvieron lugar durante las dos últimas décadas y todavía siguen teniendo lugar hoy en día.
Las relaciones de Latinoamérica con Usamérica están ampliamente influenciadas por los acontecimientos externos, entre ellos los conflictos de clase, que determinan la correlación de fuerzas políticas, y también por los acontecimientos externos, tales como la intervención usamericana y su expansión externa y las condiciones de los mercados mundiales. Los cambios en las relaciones político-económicas de Latinoamérica se pueden dividir en períodos distintos, que ofrecen una visión general de su grado relativo de hegemonía y autonomía con respecto al imperio.
Los cambiantes contornos de las relaciones entre Usamérica y Latinoamérica (1990-2009)
Cualquier “análisis general” de las relaciones entre Usamérica y Latinoamérica está sujeto a excepciones y variaciones según sean las experiencias particulares de los países, incluso si existen “tendencias dominantes” en la región.
Las primeras dos décadas, desde 1980 a 2000, establecen ciertos parámetros para políticas recientes, en particular los conflictos y las divergencias de interés.
El período desde 1980 a 1999 fue definido por Washington y Wall Street como la “Edad de oro” de las relaciones entre Usamérica y Latinoamérica. Los regímenes aceptaron y promocionaron la hegemonía usamericana, de acuerdo con los términos dictados por el FMI, el Consenso de Washington y el modelo de acumulación capitalista.
Esto incluía la eliminación de las barreras arancelarias, la privatización de compañías públicas (entre ellas bancos, pozos petrolíferos, minas, fábricas y compañías de telecomunicaciones) y su posterior desnacionalización o transferencia a corporaciones multinacionales usamericanas y europeas.
Tanto Usamérica como la Unión Europea se apoderaron de esas compañías públicas a precios y condiciones excepcionalmente favorables, lo cual condujo a la transferencia masiva de los beneficios, los intereses y los pagos en concepto de alquiler a las multinacionales, lo que les proporcionó una amplia influencia sobre el sistema financiero y crediticio, así como el acceso a los ahorros locales en los países latinoamericanos.
En el ámbito político, tales países aceptaron y promovieron la ideología usamericana del libre mercado, conocida como neoliberalismo, y apoyaron la intervención diplomática y política del imperio en la región, así como en otras partes del planeta.
El saqueo de los tesoros públicos y de los ahorros privados por parte de las multinacionales y la concentración resultante de la riqueza y del poder político polarizaron la sociedad y precipitaron grandes crisis políticas y económicas, lo cual condujo a levantamientos populares en la mayor parte de la región entre los años 2000 y 2004. Latinoamérica fue testigo de la sustitución de varios gobiernos clientelistas de Usamérica, de un cuestionamiento generalizado de la ideología del libre mercado y de un creciente potencial de cambios estructurales radicales.
Como consecuencia de la nueva relación de fuerzas, el poder político usamericano disminuyó y su influencia se vio ampliamente limitada a las elites políticas y económicas situadas en los márgenes del gobierno, asediado por movimientos activos y electorados desafectos.
El “tercer período” fue testigo de “regímenes inhibidos”, que respondieron a las exigencias populistas y a las críticas del neoliberalismo (estructuras y políticas económicas centradas en el imperio), pero sin eliminar ninguno de los impopulares legados estructurales y de la propiedad impuestos por los gobiernos clientelistas anteriores. El auge y la consolidación de un amplio abanico de “gobiernos de centroizquierda”, altamente diferenciados, se benefició de las condiciones económicas mundiales, en especial de los elevados precios de los bienes de consumo, que facilitaron programas de bienestar social y la recuperación económica, así como el “declive” relativo del poder político usamericano. Este declive se intensificó a causa de la implicación de Washington en una serie de guerras prolongadas en Oriente Próximo y en el sudeste asiático, así como de su “guerra global contra el terror”.
El “tercer período” se caracterizó por un aumento de la relativa autonomía de Latinoamérica, ayudado por enormes e imprevistos beneficios debidos a precios excepcionales y a mercados asiáticos en expansión, así como a las iniciativas político-económicas regionales del gobierno de Hugo Chávez en Venezuela.
El final del boom de los bienes de consumo y el inicio de una depresión de ámbito mundial marca el comienzo del cuarto período. Dos fenómenos contradictorios impactaron las relaciones entre Usamérica y Latinoamérica. Dado que la primara era el epicentro de la crisis económica mundial y sus instituciones financieras y de inversión se volvieron insolventes, la financiación y la inversión desaparecieron o fueron repatriadas, lo cual debilitó la presencia usamericana en Latinoamérica y su influencia económica en la región con grandes reservas extranjeras. En segundo lugar, el incremento de las fuerzas militares usamericanas en otras regiones (Oriente Próximo/Asia/Europa del Este) disminuyó su capacidad de intervención militar en Latinoamérica. Mientras que los acontecimientos de la situación económica y militar mundial ofrecieron oportunidades para ejercer una mayor autonomía latinoamericana, el declive en los mercados de la exportación, la contracción de los mercados del crédito y de los ingresos en concepto de capital extranjero sacaron a la luz la vulnerabilidad de los regímenes de “centroizquierda”, muy dependientes de las “estrategias de exportación”. Los rasgos contradictorios del “cuarto período” dieron forma al marco actual de las relaciones contemporáneas entre Usamérica y Latinoamérica y definen algunos de las cuestiones clave a las que se enfrentan los dirigentes latinoamericanos y el gobierno del presidente Obama.
Aumento del militarismo, proteccionismo financiero y disminución del comercio
Las políticas de Obama en Latinoamérica están negativamente presididas por estas tres prioridades. En política exterior, el nuevo presidente prosigue los designios militares imperiales de sus predecesores. Contrariamente a las esperanzas de paz de muchos de sus defensores progresistas e izquierdistas, Obama se ha rodeado de militaristas comprometidos, de sionistas y de fríos señores de la guerra.
Las principales diferencias entre Bush y Obama estriban en el lenguaje diplomático que acompaña al designio imperial y en el alcance y la profundidad de la actividad militar. Obama ha asumido una retórica de “reconciliación”, “negociación” y “cambio”, muy distinta de la abiertamente belicosa y confrontacional de Bush, pero ello no le ha impedido acelerar y extender las actividades militares más allá de las de Bush.
Un análisis sistemático de las políticas de Obama revela su insistencia primordial en proyectar el poderío militar como instrumento principal para el mantenimiento del imperio en todo el mundo.
Sudeste asiático
Obama ha incrementado en más del 40 % las unidades militares de Usamérica en Afganistán al añadir 21.000 soldados a los 38.000 ya existentes; además, ha intensificado la financiación para duplicar los efectivos del ejército y de la policía afganos –ambos mercenarios–, que ahora sobrepasan los 200.000. Washington ha extendido el escenario de la guerra en Paquistán, ha aumentado sus bombardeos diarios en el valle de Swat y las operaciones fronterizas con comandos. Obama ha extendido formalmente la guerra a zonas más profundas del territorio de Pakistán y ha prolongado su influencia en los servicios de inteligencia de Pakistán.
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