10/09/2009


México marginado

OLGA PELLICER

Los eventos que tuvieron lugar en las diversas reuniones multilaterales celebradas en septiembre, tanto en las Naciones Unidas como en Pittsburgh o en Tegucigalpa, reflejaron claramente las nuevas corrientes y actores que influyen en las relaciones internacionales. Llama la atención que México no se encuentra entre ellos.

La figura principal fue Barack Obama, presidente de Estados Unidos, país que por diversas circunstancias deja de ser omnipotente y requiere de fortalecer alianzas, llamar a la corresponsabilidad de otros y otorgar más importancia a los foros multilaterales.

La intensa actividad diplomática que se desarrolló en los corredores de la ONU o en las suites del Waldorf Astoria, durante y en torno a los inicios de la Asamblea General, permitieron entrever la importancia de los diversos jugadores del nuevo ajedrez internacional. El papel de China es innegable, así como las contradicciones entre su poderío económico y su calidad de país en desarrollo, que pide excepciones y tratos diferenciados cuando se habla de emisiones de gases contaminantes, uno de los temas que se mantendrá en el centro de la agenda internacional hasta la Conferencia de Copenhague. Aunque está lejos de resolverse la manera en que ese país ingresará a la normatividad que se adopte, el hecho es que su participación en los grupos de negociación en la ONU goza de más influencia, así como su voluntad de encontrar caminos para un consenso.

Las negociaciones sobre ese tema fueron tan importantes como las relativas al programa nuclear de Irán. Convencer a China y a Rusia de aceptar la aplicación de sanciones a ese país, en caso que no prosperen las pláticas sobre su programa nuclear, fue una difícil tarea diplomática que permitió obtener un franco apoyo de Rusia y una aprobación dudosa de China, demasiado comprometida por la energía que le suministra Irán.

El objetivo de frenar las ambiciones iraníes en materia de armas nucleares se encuentra en los orígenes de uno de los grandes temas de septiembre, que fue la aprobación unánime, en una sesión especial del Consejo de Seguridad, de la Resolución 1887 sobre desarme y no proliferación nuclear. Es un documento histórico, en la medida que los principales países poseedores de armas nucleares dan el paso esperado: aceptan que pedir la no proliferación exige que ellos cumplan el compromiso de llevar a cabo negociaciones para la eliminación de tales armas.

Ahora bien, la nota sobresaliente de toda la actividad septembrina fue la confirmación de que el camino elegido por Estados Unidos para ejercer la diplomacia es el de las vías multilaterales. Atrás han quedado las teorías del mundo unipolar, donde Estados Unidos imponía sus decisiones otorgando poca o ninguna atención a los marcos de la ONU. Porque no solamente en la ONU, sino también en el Grupo de los 20 (G20) y en las aguas que mueven las relaciones interamericanas se advierte la fuerza de otras voces, la emergencia de nuevas relaciones de poder en las que, sin desconocer el peso innegable de Estados Unidos, hay otros jugadores cuya influencia será decisiva en el mundo de mañana.

No es trivial que el G20 haya sustituido al poderoso Grupo de los Ocho en los temas económicos. Tampoco es trivial que, en el marco de las relaciones interamericanas, Estados Unidos haya dejado el campo libre para que un líder regional, Brasil, ocupe deliberada o accidentalmente el papel sobresaliente en la búsqueda de una salida a la difícil situación hondureña.

En este contexto de cambios y nuevas propuestas es notoria la ausencia de México. Es incomprensible que el presidente Calderón sea el único mandatario latinoamericano que no participó en el debate de la Asamblea General que muchos califican de histórica. Estuvo, sí, en la reunión del Consejo de Seguridad, donde pronunció un discurso deshilvanado, carente de la calidad retórica que era necesaria en ese momento significativo para un tema en el que tenemos un acervo de prestigio. No será, desde luego, un documento para los buenos momentos de la diplomacia mexicana.

Esa marginación de México en momentos de actividad significativa de la política internacional es síntoma de dos problemas serios que aquejan al gobierno de Felipe Calderón. Uno de ellos es su ensimismamiento en las cuestiones internas, sobre todo su lucha contra el narcotráfico, y el descuido generalizado de lo que ocurre más allá de las fronteras. Un país tan internacionalizado económicamente como México, cuyo destino está firmemente vinculado al exterior, tiene un presidente a quien no le interesa el resto del mundo.

El segundo problema es el distanciamiento de su equipo de gobierno. Los asuntos multilaterales se trabajan con alta calidad profesional en la Secretaría de Relaciones Exteriores. No en balde la mayoría de los funcionarios que laboran allí, empezando por la secretaria, se formaron en los ámbitos de las Naciones Unidas. Imposible imaginar que no salen propuestas para tener mayor presencia y elaborar mejores discursos. Pero a Felipe Calderón le gusta decidir solo o atendiendo únicamente al grupo muy cerrado de Los Pinos.

La ausencia de buena información sobre las actividades de México en el ámbito internacional (por ejemplo, sólo los especialistas pueden rastrear en internet para saber dónde se quedó el Fondo Verde, que es la bandera mexicana en la discusión sobre cambio climático) ha contribuido a la impresión generalizada de que México está rezagado, mientras otros países ocupan espacios de influencia en el reordenamiento de las relaciones de poder internacional. Si a ello aunamos la mala imagen con la que desde hace meses nos vemos proyectados en los medios de comunicación, se impone la pregunta: ¿cómo se logrará mejorar la imagen y evitar la marginación de la política internacional en que estamos quedando?

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