Y de las tantas maneras de amar a México
María Teresa Priego
lasillarota.com
“¿Me
quieres, Diego? Es doloroso sí, pero indispensable saberlo. Mira Diego,
durante tantos años que estuvimos juntos, mi carácter, mis hábitos, en
resumen, todo mi ser sufrió una modificación completa: me mexicanicé
terriblemente y me siento ligada par procuration a tu idioma,
a tu patria, a miles de pequeñas cosas y me parece que me sentiré
muchísimo menos extranjera contigo que en cualquier otra tierra… Son
nuestros amigos mexicanos los que me han animado a pensar que puedo
ganarme la vida en México, dando lecciones. Pero después de todo, esas
son cosas secundarias. Lo que importa es que me es imposible emprender
algo a fin de ir a tu tierra, si ya no sientes nada por mí o si la
mera idea de mi presencia te incomoda… Por eso te pido Diego que seas
claro en cuanto a tus intenciones.
Para mí, en esta semana, ha
sido un gran apoyo la amistad de los pintores mexicanos en París,
Ángel Zárraga sobre todo... En medio de ellos me siento en México… un
poco junto a ti, para mí eras un torbellino físico, además del éxtasis
en que caía yo en tu presencia, junto a ti era yo un poco dueña del
mundo…”.
Carta de Angelina Beloff a Diego Rivera en “Querido Diego, te abraza Quiela” de Elena Poniatowska. (Las cartas imaginadas).
“Hay
luna Nin, a ver, ¿sientes bien? Duerme bien mi niño, trabaja bien, seas
bueno de salud y de vez en cuando mándame un beso, como yo te mando
muchos. Quisiera estar al lado tuyo en esta noche de plena luna y
dormirte y besarte en los ojos dormidos para que no tengas mal sueño.
En fin... me da mucha pena que papá sea tan enfermo, después de la
carta que él me escribió me siento aún más cerca de él [el padre de
Rivera] y siento un verdadero dolor no poder verlo —pero de eso ya no
te hablo— la iniciativa tendría que venir de ti…”.
“Cartas de
Angelina Beloff a Diego Rivera”, Archivos del Museo Frida Kahlo. (Las
cartas de la realidad). Cartas citadas por Nathanial Eli Gardner.
Es
un medio día de domingo en el Museo Dolores Olmedo en Xochimilco. Hay
un sol intenso, casi increíble después de tantos meses de lluvias,
granizos y tormentas. El sol quema. Vuelvo a ese personaje que se llama
Clarice, ¿O será Clarisse? Ese personaje que anda a la búsqueda de un
México para amar, un país que también es luminoso, creativo, inmenso.
No se trata de negar la realidad, no. No se trata de no leer los
periódicos en las mañanas, ni de ignorar la necesidad de transformar
cuanto deseamos que poco a poco se vaya transformand0. Pero Clarisse
quiere “recuperar” un México que a veces, vamos olvidando a golpe de
cotidianidad y de rudeza. A golpe de rabia, de impotencia y de miedo.
En
lo personal, como en lo colectivo, una/o tiene que saber quién ha sido,
saber quiénes hemos sido. En la memoria recreada está nuestra fuerza.
Eso sabe, eso piensa, eso anhela.
Clarisse mira los jardines del
Museo que abraza la más importante colección de Frida Kahlo y de Diego
Rivera. No nada más. “Entrecruzamientos”, reflexionaba en el texto de
la semana pasada, y lo sigue pensando. Les cuento:
Es un medio
día de domingo del año de 2014 y el sol quema. El frío excesivo también
quema, como ciertas memorias. Nombra el frío, porque en el museo está
también una colección de obra de Angelina Beloff, la pintora y
grabadora rusa primera esposa, en París, de Diego Rivera. Su pareja
por más de diez años, la madre de Diego Ángel, el bebé que murió -en
París- durante un invierno helado y una epidemia de meningitis.
Entonces, Diego y Angelina eran muy pobres, en la ciudad el carbón
escaseaba y era carísimo. Leer la vida de Angelina después de la
pérdida de su hijo y del regreso de Diego a México es recorrer la
genealogía del más tremendo abandono. París está helado, Diego está
lejos. Al irse el pintor le prometió a Angelina que un día le mandaría
el dinero para que lo alcanzara. Nunca lo hizo. Le mandaba sí una
remesa mensual, nunca lo suficiente como para atravesar el Atlántico.
Ella trabajaba todas las mañanas como restauradora, por las tardes
pintaba y hacía sus grabados.
Una
mujer espera a un hombre que ya la olvidó, que no responde a sus
cartas. El silencio de Diego está en la versión novelada (doce cartas)
de Elena Poniatowska, Nathanial Eli Gardner, quien estudió las cartas
escritas en la realidad, cartas que Elena no conocía cuando publicó su
novela corta, afirma que Diego sí respondía, puesto que aunque las
cartas de Diego a Angelina no se conozcan, es posible deducir “el
diálogo” a partir de las palabras de Angelina en las cartas custodiadas
en el Archivo de la Casa-Museo Frida Kahlo. Pero en el fondo,
respondiera o no, es casi lo mismo. ¿Qué respondía? Ya no la quería al
lado suyo, es un hecho. ¿Cómo se habrá enterado Angelina de que su
amado, un año después de dejar París, ya para 1922 se casaba de nuevo
con una mujer mexicana: Lupe Marín? Se enteró quizá por los amigos
mexicanos en París.
Si comenzamos en el orden previsto por el
museo, la visita empieza en las habitaciones de la casa de Dolores
Olmedo: su sala, su comedor, su recámara, la pasmosa colección de
objetos tallados en marfil y en otros materiales que Clarisse no sabe
reconocer con exactitud: quizá jadeíta, coral. Formas verdes y rosas.
Después viene la sala Kaluz/Merchen con los grabados de Angelina y una
pintura suya de Tepoztlán. Diego nunca concretó su invitación para que
Beloff viniera a vivir con él a México, pero pasados los años, ella
llegó solita en 1932. Acá vivió, trabajó y murió en 1969 a los 90 años.
Se dedicó al arte, a la educación, se apasionó por el teatro de
títeres, formó parte de la Liga de Escritores y Artistas
Revolucionarios.
Al final de “Querido Diego te abraza Quiela”,
Poniatowska narra que el pintor mexicano y la pintora rusa se
encontraron en Bellas Artes, y que Diego pasó junto a ella sin
reconocerla. Otras fuentes afirman que el encuentro sí existió, pero
que no sucedió en Bellas Artes. Diego ya estaba casado con Frida Kahlo.
Clarisse “conoció” a Angelina a través de la novela de Elena. Entonces,
recién llegaba a París a estudiar, vivía en un estudio pequeñísimo
cerca de Montparnasse, y no lejos de la Ciudad Universitaria. Fue a la
biblioteca de la Casa de México y se tropezó con el libro de Elena.
Comenzó a leerlo, lo leyó de un tirón, es una obra breve, pero es sobre
todo imposible de dejar de lado. Terminó de leer de noche, muy noche.
Estaba
desesperada y hacía frío. Desesperada de la infinita tristeza de esa
mujer desconocida “Angelina”, a la que sentía que ya quería, iba a
quererla para siempre. No pudo quedarse en su casa, y se echó a andar
hacia Montparnasse. Como si recorriera las calles de esa otra mujer. Se
detuvo ante una librería de libros de segunda mano, abierta a las 11:00
de la noche. En el interior un hombre joven leía. Ella entró, volvió a
salir, en la mesa sobre la banqueta encontró un libro impreso en un
papel parecido al manila: La traducción al francés de cuentos rusos
ilustrados por Angelina Beloff. Entró de nuevo a la librería con el
libro en la mano, se sentía sola, infinitamente sola. Justo ese libro,
justo esa artista, justo esa noche. “La casualidad no existe”. Se sentó
frente al Lector, le contó la historia, lloró por Angelina y por todos
los seres abandonos de este mundo, incluida ella misma,
solitita en París. Angelina perdió a su hijo, eso le dijo al Lector.
El Lector le prestó su pañuelo y le regaló el libro. Le preguntó dónde
estaba Angelina ya en esas fechas. Ella no sabía nada. Angelina Beloff
ya estaba en México.
Pero les digo que es el año de 2014 y en la
sala del Museo Dolores Olmedo la pintura “Tepoztlán” hace pensar a
Clarisse que Angelina encontró en México su luz y su paz. Fue una gran
ilustradora. Trabajó la obra de André Maurois, Charles Vidrac, Molière,
Jack London. En la sala se exhiben sus grabados para ilustrar los
cuentos de Hans Christian Andersen. En el 2012 el Museo Mural Diego
Rivera organizó una retrospectiva en su honor: “Trazos de una vida”; la
idea de fondo fue muy explícita: Angelina Beloff fue más, mucho más que
la mujer que amó casi hasta la locura –dicen- a Diego Rivera. La que se
enamoró de un hombre en París, y se enamoró de un país a través de ese
hombre. Tenía amigos mexicanos y ellos la ayudaron a viajar y encontrar
la luminosidad de México en un romance, que ese sí, fue para siempre.
Las
salas dedicadas a Rivera son magníficas, fue él personalmente, quien
aconsejó a Dolores Olmedo acerca de la obra suya que debía comprar para
tener una colección “representativa” de su trabajo. También le aconsejó
la obra de Frida que era bueno adquirir: “treinta piezas” y dijo
cuáles, el museo tiene ya 26 de ellas. Fue su consejero en la
adquisición de piezas prehispánicas y me imagino, pero no lo sé de
cierto, que fue él quien aconsejó también la adquisición de las 40
obras de Beloff. Extraordinario mausoleo el que Rivera imaginó para sí,
en sus largas conversaciones con su amiga y adoradora Dolores Olmedo:
Su obra, la de Beloff, la de Frida. Y un día aterrizaron allí –también-
las cenizas de Marevna Vorobieva, la madre de su hija Marika Rivera,
nacida en París, y a la que nunca reconoció. Las cenizas de Marievna
“reposan” en los jardines del museo, debajo de la cabeza de Diego
Rivera.
Cuenta Olmedo que a la muerte de Frida y antes de
casarse con Emma Hurtado, Rivera le propuso matrimonio a varias
mujeres, entre ellas: María Félix y ella misma. Ambas dijeron que no.
Olmedo no vio razón alguna para ese matrimonio, pero fue en cambio la
amiga más amorosa y más leal, hasta el último de los días del hombre al
que siempre llamó “Maestro”.
La
obra de Rivera abarca los diversos periodos de su búsqueda pictórica:
“En la fuente de Toledo”, 1913. El joven de la estilográfica, 1913.
“El rastro”, 1915. El extraordinario “Matemático”, 1918, año también de
“Retrato de Angelina Beloff”. “Los fondos congelados”, 1931, el mismo
año de “El niño del taco”. “La familia”, (madre e hijos). Esos niños
de Diego Rivera, él que se desesperaba tanto con el llanto continuo de
Dieguito Ángel enfermo, él, quien nunca quiso reconocer a su hija
Marika, fue capaz de pintar a los niños más bellos de este mundo. Sus
niños de ojos pelones y rasgados. Él supo convertir en inolvidables a
los niños “olvidados”. “La tehuana desnuda”, 1946. “Vendedora de
alcatraces”, 1957.
Las obras posteriores a su viaje a Rusia ya
enfermo: “Niño ruso con mochila”, 1956. Un niño ruso en un trineo.
Pequeños cubiertos con gorros y abriguitos, entre la nieve, los ojos de
los niños son azules, pero son esos mismos ojotes rasgados de los niños
mexicanos. “La infancia es para ver”, querría decirnos. Toda la vida es
“para ver”.
En “La casa de los vientos”, propiedad de Dolores
Olmedo, en el cerro de La Pinzona en Acapulco, Rivera, enfermo de
cáncer, pintó una serie de 25 atardeceres de los cuales el museo expone
20. Son increíbles. Como es increíble una pintura como “La hamaca”, de
esa misma época (1956) La sensualidad, la luz, el amor a la belleza de
un artista que se despedía de la vida…abrazándola.
La
hacienda de “La noria” cuyos orígenes se remontan al siglo XVI, es
ahora el museo Dolores Olmedo. Los jardines, sus pavos reales, su
familia de perritos Xoloitzcuintle que comenzó con una pareja que Diego
Rivera le regaló a su amiga Lola. Sus amplios corredores. Las dos salas
dedicadas a Frida Kahlo protegen algunas de sus obra más entrañables:
“La niña Virginia”, 1929, y “El camión” del mismo año. “Desnudo de Eva
Frederick”, 1931 y “retrato de Eva Frederick” del mismo año.
“Naturaleza muerta con perico y bandera”, 1931. “Hospital Henry Ford”,
su pintura de la cama de hospital en la que se mira yaciendo, después
de la pérdida de su primer embarazo en Estados Unidos, 1932. “Unos
cuantos piquetitos”, narra la historia de una mujer asesinada por su
amante (Kahlo la encontró en la nota roja), al cual al preguntarle ¿por
qué la había matado, y por qué de esa manera terrible? El respondió:
“Nomás fueron unos cuantos piquetitos”.
“Mi nana y yo”, 1937.
“La columna rota”, 1944. “La máscara de la locura” y autorretrato con
changuito”, 1945. Clarisse es una fan desatada de Frida, entonces,
¿cómo les digo? Mirarla es cada vez una transformación. Mirarla en su
dolor que se expone con una grandiosidad sólo comparable a su valiente
“impudicia”. Eso, la honestidad sin tregua, el “decirse” sin tregua.
Kahlo convirtió su felicidad y su dolor en una de las obras más
entrañables de todos los tiempos.
El
amigo de Clarisse le dice –antes de llegar al museo- que allí están las
cenizas de Marevna Vorobieva. ¿Cómo? ¿En México? ¿En este museo?
Marevna , (el nombre se lo eligió el escritor ruso Gorki, y significa
“princesita del mar”) murió en Londres en 1984. Conoció en París a
Diego Rivera y mantuvo una relación con él paralela a la relación que
él tenía con Angelina Beloff. Ambas eran pintoras, rusas, y amigas.
Marika Rivera, la hija de Marevna, nació en 1919. Dieguito Ángel, el
hijo de Angelina ya había muerto. Durante dos años Rivera visitó a la
niña y a su madre en su casa de Chatillon, después a su regreso a
México, no volvió a verlas más.
Enviaba dinero, a través de
Angelina, ni más ni menos. Ya enfermo, dicen que Rivera quiso a invitar
a Marika (bailarina, coreógrafa, actriz) a visitarlo en México. Marika
no aceptó. Y sin embargo, habrá sido ella quien trajo desde Inglaterra
las cenizas de su madre al país tan amado por su desamorado padre.
Marevna
fue como Angelina, como Frida, una mujer apasionante “la primera mujer
cubista”. Formó parte (como Angelina) del intenso movimiento artístico
que bullía en el París de la época, ese París en el que Diego
avasallaba con sus imaginarios de “salvaje”, con sus inventos de
“comedor de niños”, con su pintura. Hay un retrato cubista de Marevna
pintado por Rivera, y otro –muy bello- pintado por Modigliani. (No
están en esta exposición).
“Amigos de Montparnasse”, Marevna.
Esas miradas que han mirado/miran a México. Las de las/los mexicanas/os
y las de las/los extranjeras/os. Me gusta este país. Me gusta
descubrirlo cada vez. Amarlo cada vez. Sí, y a pesar de todo. Es tan
inmenso, tan vasto, tan rico, tan diverso. Pienso en Rivera y en su
continua dependencia emocional con las mujeres, a las que amaba y
engañaba, como si traicionar fuera su única manera de amarlas. Alguna
vez dijo de Angelina Beloff: “Angelina me dio todo lo que una mujer
puede brindar a un hombre. En cambio, ella recibió de mí toda la
miseria que un hombre puede infligir a una mujer”. Pienso cada vez,
cuando recuerdo a la pintora rusa, cuando recuerdo las palabras de
Angelina/Elena en “Querido Diego, te abraza Quiela”, que Angelina,
ella, en ese invierno helado en París, perdió a su hijo. Después
además perdió –terrible abandono- al hombre que amaba y con quien
compartió más de diez años de su vida, pero ella, sobre todo, vio morir
a su hijo.
“Entre más amaba a una mujer” escribió
Rivera, “más quería lastimar, Frida sólo fue la víctima más evidente de
esa repugnante característica”. Frida pintaba, más acá o más allá de
Rivera, las tres siguieron el camino de su personalísima creación. Y es
muy interesante el homenaje que Lola Olmedo le hizo a su amadísimo
amigo: está allí “rodeado” de sus amores, sólo falta Lupe Marín. Están
“juntos” en ese espacio maravilloso en Xochimilco. Y una a ellas las
quiere y las admira, con él y sin él, aunque parezca tan difícil
separarlos, sobre todo a él y a Frida.
Los ojotes
desmesurados de los niños mexicanos. Para pensarlos y soñarlos. Amar a
México en esos ojos. A este país que nos duele, nos desespera, del que
todas/os somos parte, del que todas/os somos responsables. “Quiere ir
al embarcadero”, le pregunta un joven en bicicleta, “No, gracias” –dice
Clarisse- recién desembarca apenas de su viaje.
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