MEXICO, D.F. (apro).- Algo siniestro anida en la mente de quienes gobiernan México cuando, en la principal fiesta nacional, se dispone que manos policiacas ultrajen los cuerpos de los niños con la excusa de la seguridad pública.
Y algo está muy descompuesto, también, para que –salvo expresiones
marginales en 120 millones de mexicanos– la sociedad consienta, desdeñe
y aun justifique tal agresión a lo más sagrado que tiene un pueblo: Su
niñez.
El manoseo policiaco en el Zócalo a niños y bebés, la noche del
Grito de Independencia, no es un acto fortuito ni aislado, sino una
disposición desde el gobierno de Enrique Peña Nieto que ha llegado para
quedarse.
El mensaje de Monte Alejandro Rubido, jefe máximo de la seguridad
pública federal, y de Roberto Campa Cifrián, subsecretario de
Gobernación, es inequívoco: Lo que se hizo –el ultraje a los niños–
estuvo bien hecho.
Este “sí y qué” es el lenguaje de la intolerancia desde el poder, la
máxima que gobierna las conductas de quienes se saben impunes. Y por
este rumbo México sólo caminará al abismo.
Cuando a la violencia cotidiana, a la corrupción cínica y a la
impunidad en todos los órdenes se les suma que manos policiacas
violenten el cuerpo de niños y bebés, por disposición del poder, la
barbarie se ha instalado en México para vergüenza de todos.
Sólo en un país que no ama a sus niños puede explicarse que en ocho
años, de 2006 a mayo de 2014, hayan muerto más de mil 750 menores en
sucesos relacionados con el combate a la delincuencia organizada, como
establece el Informe alternativo sobre la situación de garantía de
derechos de niñas, niños y adolescentes en México, de la Red por los
Derechos de la Infancia (Redim).
Las cifras son escalofriantes: Son 218 niños y jóvenes muertos al
año, 18 al mes y uno cada tercer día. Y ahora son tratados como
terroristas. Es abominable.
Agradezco sus comentarios en Twíter: @alvaro_delgado
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