9/26/2014

Aeropuerto, ¿una obra emblemática?

Gerardo Esquivel

Se ha dicho que el nuevo aeropuerto será la obra pública más importante de la historia reciente. Es posible así sea. Se trata de una obra que promete ser monumental. Sin embargo, más allá de sí es o no una buena decisión de política pública, debe señalarse que, por lo pronto, el proceso ya empezó mal. Esto se debe a que el concurso para seleccionar al proyecto ganador se caracterizó por el hermetismo, la discrecionalidad y la falta de transparencia. Por ejemplo, hasta la fecha no se conocen los criterios que se utilizaron para seleccionar a los arquitectos mexicanos que fueron invitados.

Tampoco se conocen los proyectos que no resultaron seleccionados ni los costos que hubieran representado. Sin esta información, es imposible hacer una evaluación de lo apropiado de la selección realizada. Un arquitecto invitado, por ejemplo, reveló en un programa de televisión que su proyecto costaba 30 mil millones de pesos, cifra que parece ser muy inferior a la del proyecto ganador. Podrá decirse que eso no importa, que hubo un comité que ya hizo esta valoración. Sin embargo, como ya lo señaló en un artículo reciente Ricardo Raphael, dicho comité estuvo compuesto en forma significativa por funcionarios de esta administración, lo que de entrada podría sesgar el criterio de selección del proyecto ganador.

Creo que nada ilustra mejor el tema de la discrecionalidad y la falta de transparencia del proceso, que las cándidas declaraciones de uno de los ganadores, el arquitecto Fernando Romero, en una entrevista publicada en el suplemento Clase publicado por este diario hace un par de semanas. El arquitecto Romero reveló, por ejemplo, cómo supo que su proyecto había sido seleccionado: “Un día recibí una llamada y me dicen ‘Parece que va muy bien’, luego me citan y me comentan: ‘Prepárate porque va a haber un evento muy pronto y tienes que estar ahí.’” Este método parece estar muy lejos de los estándares de un proceso de licitación que se precie de tener criterios y mecanismos de selección bien definidos. 

Romero también reveló cómo se dio su contacto con su contraparte internacional: “Cuando el presidente Enrique Peña Nieto anuncia que quiere hacer el nuevo aeropuerto, pensé en (el arquitecto Norman) Foster, sin embargo, no lo conocía ni tenía acceso a él, además no había recibido una invitación para entrar al concurso y no sabía si iba a participar.” Esta declaración, ambigua como lo es, parecería sugerir que el arquitecto Romero no había sido invitado inicialmente, lo cual sería muy sorprendente considerando sobre todo que al final él resultó ser parte del proyecto ganador. Si esta interpretación es o no correcta es algo que, desafortunadamente, no lo podremos saber debido al hermetismo con el que se condujo todo el proceso. 

El tema de la transparencia no debe menospreciarse. Si hoy en día sabemos que la decisión de construir la Estela de Luz fue mala, en parte es porque desde un principio se conocieron las bases y términos del concurso. Se sabe, por ejemplo, que la idea original era construir un arco (es por ello que el proyecto original se llamaba Arco del Bicentenario). Se supo también, por ejemplo, quiénes conformaban el Comité de Selección (lo que incluso dio lugar a impugnaciones por supuestos conflictos de intereses de algunos miembros del jurado). Gracias a eso se sabe también, por ejemplo, el costo original y el costo final del proyecto, lo que ha permitido hacer una valoración de lo absurdo que resultó la construcción de dicho monumento. 

Esperemos entonces que el nuevo aeropuerto sea en efecto la obra emblemática de este gobierno por buenas razones, y no porque la discrecionalidad y la falta de transparencia con la que inició este proceso vayan a ser algo representativo de esta administración. Hasta ahora, el nuevo aeropuerto ha sido una decisión de política pública hecha fundamentalmente en privado. 

@esquivelgerardo

gesquive@colmex.mx
Economista 

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